La taberna del mar: septiembre 2006

29 septiembre 2006

Flores amarillas

Flores amarillasComo cada septiembre, he ido a ver las flores amarillas que aparecen por todos los recovecos de la casa de campo de mis padres. Unas flores pequeñas con forma de campana que aparecen sobre unas cintas de un verde deslumbrante y carnoso. Aparecen, como dirigidas por una mano maestra, bordeando los setos, alrededor de los árboles, siguiendo los canales de riego (supongo que atraídas por el agua escasa en la llanura manchega).

Este septiembre no he llorado al verlas, por primera vez en cinco años. Hace ya más de veinte acompañé a mi padre a plantar las primeras: hizo un pequeño hueco en la tierra y metió las flores mustias, las regamos con un poco de agua, y, al cabo de una hora, estaban erguidas y felices. Nunca vi flores más agradecidas. “El año que viene saldrán solas”, me dijo.

Mi padre murió hace ya cinco años y todos los septiembres desde entonces, cuando salían las flores amarillas, notaba su ausencia como algo físico, casi como el abrazo de un cielo pesado. Pero ahora, supongo que será por el tiempo pasado, cuando he vuelto a ver las flores, cuando me he vuelto a enfrentar con el recuerdo, me gusta pensar que quizá sea su mano el que las guía, porque las flores salen en los sitios más apropiados, porque quizá la casa de campo nunca ha estado más bella que este año, porque puedo casi sentir su presencia en esta alfombra de flores amarillas que atrae a los curiosos desde la carretera y hacen fotos, y preguntan que quién es el jardinero, sin imaginarse siquiera que el jardinero no está vivo, porque ya anhelo la llegada del próximo septiembre y su alfombra de flores.

27 septiembre 2006

Dentro de calientes pozas

Arnedillo
Este verano he descubierto
junto al arroyo de un pueblo
el paraíso nocturno
no llega cálido el viento
pero si aún templado
en la estrecha foz del valle
en medio
de montes de tierra y árboles de plata
la luna quiere alumbrar entre las nubes
y entre las nubes yo perdido
desnudo en pozas de agua ardiendo
demasiado caliente entre cuerpos bellos
también la cabeza a veces
dentro de la fresca y limpia agua del río
charlando con mi amado
la piel que me protege castigada con la brasa
de agua ardiendo
renovado en sus punzadas
mirando de nuevo al cielo
buscando la luna deseada en las cumbres montañosas
espiando otros cuerpos
jugando con mi amor en el río de agua fría
idas y venidas del calor al fresco
del fresco al calor venidas e idas
los músculos huesos piel
y alma templados
sosegados
en calientes pozas de agua este verano
la senda del presente abandonada junto al río.

25 septiembre 2006

Bésame mucho

Coyoacán
¿Cuántas veces habremos oído esa canción? En un acordeón desafinado en el metro, en una flauta maltratada por un chaval de siete años, en la voz aguardentosa de una cantante aficionada de piano bar, hasta en un teléfono móvil que nos despierta en el tren.

Cuando algo me resulta excesivamente conocido, intento practicar el sano ejercicio de acercarme como si fuera la primera vez: al mirar un cuadro, leer un poema, ver una película, hacer el amor. Así, si en la canción se ruega por un beso “como si fuera esta noche la última vez”, yo intento escucharla como si fuera la primera.

Me han contado una historia sobre esta canción, que ha permitido que vuelva a oírla de esa forma nueva. La historia no sé si es o no real, pero cuando las cosas ya han pasado, lo mismo da. Sólo es real el presente, que se nos va en cada instante, ya se ha ido. Así esta historia puede ser tan irreal como esos besos suplicados que nunca se recibieron. Porque ¿de qué me sirven los besos que me diste si no los tengo ahora?

La historia es tan simple que la voy a resumir en una sola frase: la mexicana Consuelo Velázquez compuso “Bésame mucho” en 1940, a los quince años de edad, cuando aún no había besado a nadie.

Nunca he compadecido a los amantes no correspondidos, me dan mucha más pena los que no aman. Seguramente no ha habido besos en toda la historia con la intensidad y el anhelo de los que Consuelo no había dado, por eso hay caricias no hechas y abrazos frustrados tan verdaderos. Por eso intento también besar siempre como si fuera la primera vez, por eso intento hacerlo con el temor y el ansia de que pudiera ser la última.

21 septiembre 2006

Cerrado por motivos familiares


Este fin de semana, la taberna permanecerá cerrada. Tenemos algo que celebrar. No es porque estemos rozando las 10.000 visitas (aunque eso también nos alegra). Es otra cosa. Seguramente oirán ustedes risas y música. Si se acercan a los cristales empañados verán que estamos dentro. A lo mejor, de noche, la luz del interior proyecta sobre la playa sombras de danzas frenéticas. Pero es que hoy estamos muy contentos.

Nota para los borrachos habituales: sea la hora que sea, dad tres golpes en la ventana y os abrimos la verja, para que os unáis a la fiesta.

20 septiembre 2006

Sólo en este instante

Muniain Urbasa
Esta vista
formada por prados y arboledas, el río y las colinas,
tal vez sólo exista para mí
en este único instante...
Tu llegada,
la negrura de las nubes vespertinas, ha dado paso a la luz,
en los prados y arboledas de ayer, en el río y las colinas
no llegué
a notar tu presencia,
pero hoy, sólo en este instante y únicamente para mí
ha cambiado todo,
porque estoy frente al valle que muestra
lo que es para cualquiera, de la originaria eternidad sin fin,
esencia,
y para mí, evolución variante y plena.
Es pesada la memoria,
una carga el simple recordar,
bien guardado tengo
que el amor límpido transcurría entre álamos,
el fango traído por el río a lágrimas puras mezclado.
Extiendo la mirada a lo largo y a lo ancho
en este instante único que me has portado,
en busca del pasado,
forzado contra el suelo por el peso del recuerdo,
aplastado,
nivelado con la piedra plana,
así como la hierba en los campos o la paja sin el grano.
El territorio que ayer mismo abarcaba con mis ojos
ha cambiado,
la grave luz que, de obsequio, has traído esta noche, todo
lo ha destrozado.

18 septiembre 2006

16 de septiembre

New DelhiSólo, dando vueltas, bajando y subiendo por las calles oscuras del centro de Madrid, mirando hacia atrás ilusionado cuando alguna mirada se cruza conmigo y dura un segundo más de lo debido, joven y borracho, arrastrando los pies, como tantas noches, sin sospechar nada, doblando cada esquina con la esperanza de encontrarte por fin, de que nos reconozcamos, y agachando la cabeza cuando, al mirar hacia atrás, observo que tú no te has girado, y vuelvo a caminar por esas mismas calles, como una cucaracha que no ve las estrellas, arrastrándome por las alcantarillas.

Sólo, pero el verano ya ha pasado y una leve brisa refresca por fin las noches madrileñas, y sigo caminando y te veo. No eres Superman. No vas vestido con unas mallas azules y los calzoncillos rojos por fuera, ni tampoco llevas un rizo en la frente ni un hoyuelo en la barbilla, pero me dijiste: “agárrate a mi espalda”, y comenzamos a volar entre los rascacielos, rozando las estrellas.

15 septiembre 2006

Conjunción de astros

Bellcaire
Tomillo e hinojo en jarras de porcelana
sobre una cómoda de noble madera,
belleza que perdura, la de la naturaleza
y la creada por la mano del hombre,
caoba y azul, madera y cerámica,
traídas de casa de los antepasados a la nuestra,
hierbas sutiles y secas que adornan
el espacio del comedor.

Te he traído hasta aquí para que nos cuentes
historias de todos los continentes,
y hemos andado sobre la tierra, sobre piedras,
gozando con las costumbres de pueblos remotos,
con una copa en la mano, oyendo atentamente
viajes de aventuras, viajes de amor.

Por la mañana hemos vuelto a la tierra
para aprender del pasado en piedras talladas,
para jugar en palacios derruidos sobre el barro
el juego de la vida, absorbiendo entre la lluvia
el olor a tomillo nuevo, acompañados de sur a norte
por praderas y campos, encinares y hayedos.

Una noche, tan sólo dos medios días de ocre tierra
hasta que los cuatro rayos se alinearon
junto a toros que embestían, con las cabezas erguidas
a lo alto, el más lejano, pasado, el siguiente, gemelo,
el de al lado, presente, y el último, el mío.

Nadie observó, excepto yo, que se conjugaron los astros
aquella tarde, entre la multitud,
ni amigos, esposas o maridos, ni curas ni animales;
pudimos no haber sido más que simples desconocidos
por una cuerda invisible enlazados.

13 septiembre 2006

Para cuando no estás

trigalesQuiero escribir estas palabras
para cuando no estás,
para acordarme
de las tardes sentados delante del balcón,
de los paseos por senderos de arena entre trigales.
Para acordarme tanto,
todo el tiempo,
para acordarme más que si estuvieras.
Y deambular descalzo por la casa paseando tu recuerdo.

Para cuando una tarde,
cuando llegue esa tarde que ahora ni me imagino,
sentarme ante el balcón,
buscarte entre los álamos
y recordar tu caminar cansado
y el vértigo prohibido de aquel primer abrazo.

11 septiembre 2006

Anoche vi volar

Doctor Deseo
Anoche vi volar
cuerpos de jóvenes eufóricos arrimados
al compás de la música.

Encandilados
en sus miradas de alegre inocencia,
brazos abrazados.

Fiesta de verano
para muchachos esperando el amor
descubierto.

Ímpetu y ardor
en las sonrisas furtivas cruzadas
antes del alba.

Otra furtiva mirada
acechando con nostalgia de ambrosía,
tristeza mía.

08 septiembre 2006

Mi nevera es un fractal

fractalUn fractal es un conjunto tremendamente complicado, pero tan natural que lo encontramos por todas partes. Sin entrar en demasiadas profundidades, una de las características de estos conjuntos es que su estructura se reproduce a cualquier nivel de escala. Es decir, cuando miramos un fractal, no sabemos si estamos viendo algo muy grande o muy pequeño. Si miramos una foto de la línea de costa por satélite o al microscopio, no sabemos si vemos una isla o un grano de arena, si vemos una enorme bahía o la huella que dejó un niño en la orilla, si vemos un enorme acantilado cuyas piedras se derrumban en el mar o un castillo de arena que se desmorona tras el embate de una pequeña ola. Con unos pasos recorremos una pequeña cala. Pero si nos hiciésemos pequeños podríamos caminar eternamente por los recovecos de la orilla. Una longitud infinita que recorremos con unos pocos pasos, por eso la liebre alcanzó a la tortuga. El propio universo tiene una estructura fractal, ¿qué es el átomo, sino un pequeño sistema solar?. A veces me consuela saber que estoy formado de galaxias y universos o que yo mismo y mi universo somos sólo parte de un átomo de un señor con bigote inmensamente grande.

Pues bien, me he dado cuenta que mi nevera es un fractal: si miro mi nevera no sé si me veo a mí o a mi nevera. A veces rebosa de yogures de todos los colores, de frutas sin nombre que he encontrado en la tienda ecuatoriana o india o marroquí, de batidos y zumos, mantequilla de Soria, salsas de menta, chutneys de mango, lechugas gigantescas, calabacines, enormes botellas de leche de dos litros o chocolate de guindilla. Otras veces un trozo de jamón de York mohoso, media cebolla, un limón, dos tomates blandengues y una botella de agua del grifo helada se aburren esperando a que lleguen nuevos inquilinos.

Ahora que he descubierto que mi nevera es un fractal, recorro las calles de Lavapiés para llenar mi vida de currys, cardamomo, caramelos de violeta, palmeras de chocolate, piononos y yogures de todos los colores. Porque todo se comunica, todo se reconoce, todo se reproduce. Y no quiero volver a ver ese trozo asqueroso de jamón podrido.

06 septiembre 2006

Frágiles

JacetaniaAhora que no estás aquí,
llevado por otros asuntos,
es nulo tu rastro en el cuarto de estar.
Andarás por ahí explicando lo aprendido.
Espantando los fantasmas que llenaron tu cabeza estos días.
Olvidando por un rato el infierno que pasaste por mí.
Dejando atrás el sufrimiento que aguantaste por ti.

Cuando mi ayuda no sirve
no te puedo ver caer.
Cuando tu castillo comienza a derrumbarse
no puedo entrar en él.
Es difícil encontrar compañeros de camino,
y por eso nos hemos de esforzar
en dejar en la cuneta nuestras obsesiones.
Que un pedrusco no bloquee, por favor,
esta senda,
colgada ligera en el aire,
que seguimos a tumbos.
Pues todo es frágil alrededor,
frágiles las flores, frágiles las piedras,
tan débiles como nosotros, los árboles,
tan ligeras como nosotros, las nubes.
Coge un pedrusco para el muro del castillo,
coge troncos de árboles y refuerza los techos de las estancias,
coge flores, mi amor, y adorna toda la casa,
que la ligereza de las nubes no podrá cubrir el cielo.

05 septiembre 2006

El chico de la puerta del Pizza Hut de Connaught Place en Nueva Delhi

elefanteEl chico de la puerta del Pizza Hut de Connaught Place en Nueva Delhi
apunta los nombres en una libreta enorme
y luego los grita en riguroso orden de llegada.
El chico de la puerta del Pizza Hut de Connaught Place en Nueva Delhi
permanece erguido ante la puerta
ajeno al aire acondicionado del interior del local.
El chico de la puerta del Pizza Hut de Connaught Place en Nueva Delhi
está siempre rodeado de gente hambrienta e impaciente
a la que atiende con una sonrisa,
bajo los soportales de columnas blancas
que forman arcos en torno a la plaza.
El chico de la puerta del Pizza Hut de Connaught Place en Nueva Delhi
apunta mi nombre, que yo le deletreo con complacencia,
pero él escribe lo que le da la gana.
El chico de la puerta del Pizza Hut de Connaught Place en Nueva Delhi
grita mi nombre al cabo de un rato,
o algo que suena parecido,
pero le dejo que lo grite un par de veces,
porque el chico de la puerta del Pizza Hut de Connaught Place
en Nueva Delhi
tiene una voz profunda,
y cuando grita se yergue,
y cuando se yergue se le hinchan unas venas en el cuello,
y un brillo de basalto refulge desde lo más profundo de sus ojos,
y porque mi nombre suena bien cuando lo grita al aire
el chico de la puerta del Pizza Hut de Connaught Place en Nueva Delhi

04 septiembre 2006

Desde aquí, mirando...


Tengo yo un lugar para observar el mundo.

Estando en él, mirando hacia el oeste, veo llegar las tormentas, los vendavales veloces, las súbitas galernas; siento el miedo del rayo, el estruendo del trueno, el dolor del granizo...

Desde el norte me llega la lluvia, desde el sur el aire de fuego, desde el este la ráfaga helada, pero en esta atalaya mía, sin tener que mirar a ningún lado, a menudo hace un tiempo magnífico.

En mi refugio, tengo un lugar guardado para ti.

01 septiembre 2006

Septiembre

Para la mayoría de la personas el año empieza en enero. Para mí, septiembre es el mes en el que siento que algo acaba y algo empieza. Llego a casa y me despellejo bajo la ducha en tres minutos, los últimos rayos de sol se van por el desagüe, me paso tres días barriendo arena que aparece por todas partes, como si la playa quisiera colarse en mi casa de Madrid, busco nuevos lugares donde guardar aquella piedra rosa que tanto me gustó sobre la arena húmeda, acariciada por la espuma de las olas, o aquella bola de plástico naranja deshecha por el azote de quién sabe qué vendaval.

En septiembre abro y cierro todos los cajones para ver qué hay dentro. En septiembre quito el polvo y vuelvo a colocar todos y cada uno de los libros que amenazan con comerme. En septiembre hago nuevas recetas con los higos o las moras que recogí aquel último día, cuando Madrid parecía tan lejos (y siempre acabo añadiendo algo de helado de vainilla o chocolate caliente derretido). En septiembre escribo mis recuerdos, porque a veces los inviernos son demasiado largos y las noches demasiado oscuras. Esos recuerdos son como las naranjas, que guardan en su interior el calor del verano y derraman su luz y sus olores por las habitaciones cuando pelamos una, en noviembre o diciembre.

Así que allá van: son sólo media docena de naranjas, pero lo suficientemente poderosas para irlas abriendo una por una hasta que, casi sin notarlo, vuelva a tener todo un verano por delante: la vuelta de un paseo por un monte en Cantabria, bajo la frondosa sombra de los castaños y los nogales, con olor a café al pasar por delante de una casita baja; los girasoles que se recortan contra un fondo gris oscuro, en un día frío y nublado, junto a la iglesia de Santa María de Eunate; los fuegos artificiales junto a la ría de Bilbao, que deslumbran a un chavalín de dos años, boquiabierto, cuya sonrisa me impide verlos a mí; los muchachos vestidos de blanco y rojo que hacen plantes y esquivan a las vaquillas en una plaza prefabricada junto a la iglesia de un pueblo de Navarra; una enorme lubina a la plancha con patatas y pimientos asados; el atardecer en las tranquilas aguas de la ría de Ajo y un paseo por los montes hasta el faro; una puesta de sol, que se refleja en un racimo de uvas doradas y en un campo de trigo ya recogido, en La Mancha; una piscina fría y solitaria algo sombría, pero deliciosamente transparente, y, como todos los años, la vista desde arriba de una preciosa playa en Sopelana, el brillo del sol en tus ojos y el sabor de tu piel salada.

En los días más fríos, abro una de estas naranjas, sin importarme que me salpique a los ojos o me llene las manos de su zumo, porque guarda en su interior un trozo de sol de agosto, y me calienta.