La taberna del mar: febrero 2010

25 febrero 2010

Arcángel


Clamores absolutos de impávidos desenfrenos
arreciaban la noche en que perdimos la batalla.
Marchitos maleficios horadaban insondables mareas
que con un verde vapor de espuelas miríficas
estallaban en el cenit, imprudentes, dolorosas.

Eras como un arcángel harapiento
a mi puerta, desvalido. Lloroso.
Despilfarrando lágrimas de sangre.

Eras como un arcángel.

Salimos de la cárcel como el que
sale de un ataúd de porcelana.
Como el que desde el altozano
orina algas musgosas e irisadas.
Nos hundíamos en la nieve
lozanos y rosados como vino barato.
Dijiste que sí a todo.

Cantabas entre dientes como una letanía
pero tu voz se pierde, se agota, se reabsorbe.
Para amarte hizo falta ver la nube en tu ojo,
la sangre en tu labio,
la espuma en tu cuello,
la cicatriz.

Eras como un arcángel perdido,
y, sin embargo,
allí solo, sentado, desvalido,
ante mi puerta,
hacías que los remeros
dejaran de bogar
y rogasen al cielo
un minuto de gozo.

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17 febrero 2010

Palabras grandilocuentes


Vas hilando palabras grandilocuentes
para confundir mi entendimiento,
mientras, toses levemente,
y a veces, miras a través de la ventana
como si yo ya no estuviera.

He escuchado lo que decías,
intentando comprender literalmente
la gesticulación de tus manos,
he estado atento a tu semblante,
sordo a los gritos que despedías.

No hay mensaje en semejante disertación,
ni representación teatral en tu actuar,
sólo la desazón de tiempos pasados,
el miedo traído por vientos lejanos
o la incapacidad de hacerle frente a la vida.

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10 febrero 2010

Y luego tener que decirte adiós


Y así sale todo confiado
desgranando veleidosamente
abrumadoras persecuciones nítidas
que litigan por cuerpos que se deshacen
por cuerpos inexpertos y marchitos
bajo la sombra dulce de un limón.
Y luego tener que decirte adiós.

Derramas mirra, amor,
desconfiabas de mi capacidad
de convertir alondras en imanes,
subviertes corazones broncíneos
y en el éxtasis, gritas viejas canciones
de marinos, de monstruos, de piratas.
Y luego tener que decirte adiós.

Frente al espejo.
Agotados, habiendo aprovechado
al máximo los filos, los embistes,
los asaltos, las sacudidas.
Desvalido, previendo ya futuras complacencias,
perdida la mirada en misereres.
Y luego tener que decirte adiós.
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03 febrero 2010

Piedra lanzada al agua


No podía recordar,
a medida que las ondas
se iban extendiendo
redondas sobre la laguna,
cada vez más anchas,
cada vez más lejanas,
no podía recordar
la piedra
–que ahora yacería
sobre el fondo de fango–
ni por qué la había tirado,
ni con cuánta fuerza,
no podía recordar
qué forma tenía
la piedra,
a medida que las ondas redondas
desaparecían sobre el agua,
cada vez más flojas,
cada vez más frágiles.

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