La taberna del mar: diciembre 2010

23 diciembre 2010

Azar


Confío mucho más en el azar que en la intuición,
me resulta mucho más efectivo
lanzar una moneda para saber de amores,
que buscar como un loco lo que yo creo que quiero.
En los aeropuertos mexicanos,
para saber qué viajero esconde la droga en la maleta,
ya no se elige por la ropa, o la cara de gangster,
sino que una máquina decide qué viajero
será registrado
(y se acierta más, según me han dicho).
Las empresas saben que las mejor gestionadas
son las que promocionan a sus empleados al azar,
de nuevo.
Está comprobado matemáticamente.
Así que a lo mejor,
mi intuición de que es mejor el azar que la intuición
también esté equivocada,
y deba echar una moneda al aire para saber
si puedo volver a fiarme de la intuición.

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13 diciembre 2010

Palabras heladas


Dijiste,
qué se yo lo que dijiste
si una pared de hielo
nos separaba
y solo podía intentar adivinar
qué decías
con aquella cara descompuesta,
justo antes de resbalar
y estar a punto de caer,
algo me dijiste,
algo me quisiste decir al menos,
pero yo no pude entenderlo
desde este lado de la pared helada,
casi no pude ver siquiera
que te resbalaste después,
que estuviste a punto de caer,
y que te quedaste así tú también helado,
atrapado en aquel movimiento
como cuando un instante se prolonga,
se prolonga hasta hacerse eterno
mientras tus palabras se convierten en silencio.

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02 diciembre 2010

Tarde azul


En una tarde azul
de esos azules que sólo puede haber en Grecia
caminábamos debajo de la Acrópolis
buscando algún recuerdo que llevarnos a casa.
Quizá una escultura que demostrara
(benjaminianamente)
la pérdida del aura de lo reproducible,
una iglesia blanquecina de techo azul
pequeña y miserable,
una reproducción kitsch
de los frescos de Akrotiri,
una medusa de cristal violáceo
o una estrella de mar tejida en esparto,
una alfombrilla de baño con grecas,
una cortina de ducha con peces de colores,
una afrodita en terciopelo rosa,
o el mismísimo Hermes de Olimpia
con un culo exquisito de escayola,
una botella de raki caducada con la bandera
griega, el Partenón relleno de gominolas,
una lámpara de magma en forma
de caballito del Geométrico,
una crátera rellena de botes con especias
que han perdido su olor,
una nube amarilla que descarga
cerveza sobre una reproducción de Santorini.

Gracias a Zeus, solamente me traje aquella tarde azul
y la sombra de un higuera en una tapia blanca.

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