La taberna del mar: Viaje en tren

29 agosto 2006

Viaje en tren

Había oído multitud de historias sobre los trenes de La India. Historias sobre tumultos, equipajes robados, personas que se tumban en tu asiento y a las que es imposible despertar, caos en las estaciones al subir y bajar las maletas, comidas humeantes a través de las ventanillas... Pero para lo que no estaba en absoluto preparado era para que unos desalmados hiciesen estallar bombas matando a los viajeros. El día 11 de julio fue un día triste en La India, como lo fue aquel funesto 11 de marzo en Madrid. Sin embargo allí estaba yo, a los pocos días, tomando un tren nocturno desde Agra a Benarés.

Nuestro intermediario consideró más oportuno que subiéramos al tren en una ciudad a las afueras de Agra, para evitar el caos y los controles policiales de la estación principal. Nos mantuvo en el autobús hasta quince minutos antes de la llegada prevista del expreso, en una calle oscura y llena de basura, mientras nos hacía preguntas inquietantes:

- "¿llevan ustedes cadenas y candado? ¿no? Bueno, no se preocupen, no hace falta".
- "¿llevan ustedes sábanas? ¿no? Bueno, no se preocupen, no hace falta".
- "¿llevan ustedes mata cucarachas? ¿no? Bueno, no se preocupen, no hace falta".

Al poco rato aparecieron unos "porteadores" que desaparecieron en la oscuridad con nuestras maletas. El intermediario nos entregó los billetes y desapareció también. La estación aparecía iluminada por focos muy brillantes y concentrados, por lo que demasiadas zonas quedaban en penumbra, quizá para ocultar la miseria de los que allí nacen, comen, duermen y mueren a diario y haciendo parecer actores en un escenario a los que refulgíamos bajo las luces. Las ratas correteaban entre los chavales, que cruzaban las vías sin mirar, despeinados y con la ropa hecha jirones.

De repente se acerca un tren cargado hasta los topes de hombres oscuros, las ventanillas llenas de ojos negros que miran fijamente. Del techo cuelgan hamacas que se balancean sobre las cabezas peligrosamente. La puerta aparece atestada de personas que buscan comida de los vendedores que atiborran ahora el andén. Pero nuestro vagón es diferente: es un vagón con literas reservadas (en el billete no sólo pone mi nombre y número de pasaporte, sino también mi sexo y edad). Sin embargo, ese momento en el que subes al tren, sin tener ni idea de dónde está tu maleta, sin saber, no sólo si estás en el vagón correcto, sino si estás en el tren correcto, con los pasillos atestados de vendedores de empanadillas, té, cocacolas y revistas, mientras el tren arranca de nuevo y los vendedores comienzan a saltar en marcha...ese momento es impagable.

El vagón está dividido en compartimentos de cuatro con dos literas a cada lado y, enfrente de la puerta, en el pasillo, otras dos literas. La historia es que tú puedes ir sentado cómodamente en la litera de abajo, que se trasforma de litera en asiento y viceversa, pero, cuando el vecino de abajo decide dormir, te tienes que subir a la de arriba y quedarte colgado como un loro en una jaula. Yo suelo dormir bastante bien en cualquier parte así que la noche trascurrió de forma más o menos apacible, salvo los gargajos y eructos habituales y las personas que deciden descorrer la cortinilla constantemente para verte dormir. De vez en cuando subían policías con palos y se hacía el silencio.

A los pocos días volvimos a coger el tren, de Benarés a Delhi, un viaje larguísimo. Pero ya éramos unos expertos. El problema fue que estábamos diseminados por todo el vagón, así que, armándonos de paciencia, fuimos intercambiando nuestros sitios mejores por asientos peores para acercarnos un poco más. Sin embargo, un hombre que me recordaba a Gandhi de joven (no tengo ni idea de cómo era Gandhi de joven, pero aún así me lo recordaba), tenía un excelente asiento de ventana y estaba cómodamente sentado leyendo un libro de física. Si en aquel tren había un candidato para hacer estallar la bomba seguramente era él. Para estar todos juntos, debíamos cambiarle su asiento por uno horrible en el pasillo encima de un señor que ya dormía, por lo que se tenía que subir a la jaula quisiera o no. Al ofrecerle ese asiento, el hombre accedió inmediatamente, cogió su libro y se subió a la litera. De nuevo la noche trascurrió sin sobresaltos, con los carraspeos tuberculosos ya tan familiares, y llegamos a Delhi con unas tres horas de retraso.

A la mañana siguiente fui a pasear por Lodi Gardens, uno de los más bellos parques que jamás he visto. En uno de sus jardines, me encontré con el hombre que nos había dejado el asiento acompañado por una chica rubia guapísima. Me sonrió.

-"Vaya, dieciocho millones de habitantes y nos volvemos a encontrar".
-"¿Por qué nos dejaste tu asiento? El tuyo era mucho mejor".
- "Supongo que lo hice porque nos íbamos a encontrar hoy y me ibas a agradecer el gesto delante de mi novia, lo cual me alegra enormemente".

Así es La India, llena de pequeños milagros cotidianos. Llena de tragedias. Como la de toda esa gente que había muerto en los trenes pocos días antes. Ojalá se reencarnen en algo bello.

9 Comentarios:

Anonymous Anónimo escribió...

Más que un viaje, una odisea.
¿Hacía falta llevar matacucarachas?

8/29/2006 08:52:00 a. m.  
Anonymous Anónimo escribió...

Toda una aventura realizar un viaje en uno de esos exóticos (y otras cosas) trenes. Los tópicos siempre influyen nuestras percepciones a priori, aunque lo mejor es siempre experimentarlo en primera persona. La percepción de la realidad se altera y lo que en otras latitudes nos resultaría preocupante o inspiraría aversión o miedo, en otros países se convierte en algo absolutamente natural, de alguna manera nos integramos en ese reptil metálico devorador de raíles. Y es que, al fin y al cabo, el tren tiene las mismas funciones por todo el mundo, con las infinitas matizaciones propias de cada línea y sus gentes; quizás el papel que desarrolla en la India es todavía más fundamental e imprescindible del que juega (y eso que es muy importante en la mayoría de países) en nuestra vida diaria europea.

Y una vez más, por lo que nos cuentas, se cumple el papel eminentemente social y comunicativo del ferrocarril (alguien me dira, con toda la razón, que en el caso del metro esto no es así, que es más bien un transporte para zombies), te subes a un tren sin conocer a nadie y, a veces sin apenas darte cuenta, acabas creando vínculos con las personas más insospechadas; parafraseando el tópico deportivo: el tren es así.

Ya lo decía Paul Theroux en El gran bazar del ferrocarril: "Los ferrocarriles son bazares irresistibles, que serpentean perfectamente nivelados por cualquier paisaje... El tren es capaz de infundirte tranquilidad en lugares horribles, un grito lejano de los angustiosos sudores de muerte que provocan los aviones, el mareo de los autobuses de largos trayectos o la parálisis que aflige al que va en automóvil... Yo buscaba trenes y encontraba pasajeros. Cualquier cosa es posible en un tren".

8/29/2006 10:53:00 a. m.  
Anonymous Anónimo escribió...

Nunca se podrá discernir la apasionante aventura q cada tren encierra en sus bagones antes de montar en él,ni nunca se podrá saber lo q son capaces de ofrecer esta gente q tan solo tiene,unos ojos llenos de paz y una historia q contar a todo aquel con el q se cruzan para hablar...

8/29/2006 11:24:00 a. m.  
Blogger pon escribió...

Cuando era pequeña en el tren que nos llevaba a Pamplona viajaban siempre muchas monjas, y cuando el tren arrancaba se persignaban con devoción y rezaban por la salvación de las almas si se estrellaba el tren. Esto lo decían en voz muy alta y conseguían que medio vagón se pusiera nervioso y emprezara a rezar. Mi padre murmuraba entonces: "¡siempre se me olvida el matacucarachas!".
Aun así nunca consiguieron menguar el placer de viajar en tren. Aunque solo sea de cercanías, el estómago se me llena de mariposas como si fuera a bajarme en Moscú.
Se me ha llenado de mariposas otra vez leyendo tu viaje, tabernero.
El tren es un pequeño universo.
Menos mal que sorteas las bombas.....

Un recuerdo a los que no las sortearon.

8/29/2006 12:30:00 p. m.  
Anonymous Anónimo escribió...

Vagones llenos de colores y olores supongo... vagones llenos de miradas e historias.

Sigue siendo un placer leerte tabernero.

seguro que aquellos ojos que llenaron de sangre hoy son marisposas y lirios.

8/29/2006 05:07:00 p. m.  
Blogger Ana escribió...

Millones de páginas web y blogs y siempre caigo en este. Cada vez que entro me atrapas con tus historias. El serial de la India es impagable.
Y lo que no te pase a tí...
Un beso.

8/30/2006 11:38:00 a. m.  
Anonymous Anónimo escribió...

Gracias por llevarnos a la India sin haber tenido que pagar.

8/30/2006 12:52:00 p. m.  
Blogger Ana desde el Sur del Mundo escribió...

Viajo en tren a diario. Amo el tren. Desde ya que mi tren dista de tu experiencia, mas... hay un hecho innegable, viajar en tren tiene un "no se qué" que te queda impreso para siempre.
¡Sin exagerar puedo decir que el tren es la razón de mi existencia! Mis padres se conocieron en el viejo "trencito verde" del Ferrocarril Urquiza, allá por 1954... así que imaginate que las historias sobre rieles me conmueven.

Gracias, una vez más, por llevarme de la mano entre tus recuerdos.

8/31/2006 02:37:00 p. m.  
Blogger un-angel escribió...

...llego tarde Serrano, pero he podido montarme a tu tren con la cadena, el candado, la bolsa apretada contra el pecho y una pala matamoscas a falta del spray anticucarachas... como disfruto estas postales tuyas de la India y como me encantan todos esos pequeños instantes mágicos que se suceden continuamente en aquel lugar. Como siempre, gracias por compartir esa experiencia con nosotros...

9/02/2006 10:36:00 a. m.  

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