La taberna del mar: Benarés, la que siempre resplandece con luz divina

07 agosto 2006

Benarés, la que siempre resplandece con luz divina

Benarés es la vida y la muerte. Desde sus escaleras, los fieles se adentran en el río sagrado para recibir los baños y llevan a sus muertos a las orillas para quemarlos y arrojar sus cenizas al río, con el fin de romper el ciclo de las reencarnaciones y que puedan descansar por fin en paz. Los peregrinos, con los cadáveres sobre camillas cubiertos tan solo con una delgada tela, que deja entrever según el viento los pies y la cabeza, corren entre el laberinto de callejuelas cada vez más estrechas que acaban en los ghats. Lo mejor, para llegar al río sin perderse, es seguir a una de las comitivas que entonan gritos de alabanza y se lanzan a todo correr con el cadáver a hombros. Entre la algarabía de los comerciantes de polvos de colores, cuadros de dioses y santones, relicarios y vídeos de oración, enormes vacas que ocupan todo el paso disponible, intentando no pisar a los mutilados que se arrastran sin piernas entre las toneladas de basura, mareado por el olor pestilente a cadáver, a hoguera, a incienso, a cloaca, me adentro tras una de las comitivas que se dirigen hacia el río. Me hubiera gustado tener cien ojos alrededor de la cabeza para no perderme nada: las calles se retuercen, se estrechan, suben y bajan, apenas cabe ya una persona (hace tiempo que no veo los ciclotaxis que me perseguían desde que salí del hotel). Parece que nunca llegaré al Ganges. Paso delante de templos diminutos, a modo de hornacinas, que adoran dioses minúsculos con faldas de colores y ojos saltones, o piedras regadas de pintura naranja, ante los que los peregrinos se detienen a veces y entonan hipnóticos mantras. Un calor apabullante, y eso que el cielo está cubierto de nubarrones negros, sube del suelo mojado de orines. Ni una brizna de aire se cuela entre las calles. A veces ni se ve el cielo, porque las casas de ambos lados casi se tocan en lo alto a través de la maraña de cables, terrazas, voladizos y plásticos que sirven para guarecerse de la puntual lluvia de la tarde.

Al cabo de un rato, las tiendas cambian de género y me encuentro ahora en una zona en la que sólo se vende madera. Parece que el negocio de la madera para cremaciones es bastante lucrativo, me dicen que la mejor casa de Benarés pertenece a un intocable (aunque el sistema de castas está abolido en La India, en teoría) que se dedica a vender maderas nobles y aromáticas. Los montones de madera acumulados llegan a la altura de varios pisos, y un olor a carne quemada me indica que me encuentro cerca del destino final. Quizá la estructura de las callejas no es más que un artificio barroco para conseguir que el efecto sea más apabullante: en una de las curvas, cuando la calle parece que no puede ser más estrecha, más calurosa ni más sucia, el esplendoroso espectáculo del gigantesco río se despliega ante mí. La luz divina con la que resplandece la ciudad vibra desde el majestuoso río marrón, un río que se desliza pausado, bañando las interminables escaleras que bajan hasta él desde los palacios de piedra oscura de Benarés. Tres hogueras enormes arden ahora en el ghat de las cremaciones. El cadáver que yo seguía (o quizá es otro) yace ahora sobre una enorme pira de madera que desprende un humo azulado por la lluvia que ayer empapó los troncos. El tamaño de la pira depende del dinero que se pague, y esto incide en que el cadáver se queme o no completamente. Los pies de uno de los cadáveres han quedado sin quemar y surgen de entre las cenizas con un insultante color cerúleo. Me cuentan que a veces es necesario tronchar los huesos que resisten al fuego. Luego todo se echa al río y los familiares se bañan gozosos, satisfechos del deber cumplido. Una señora (la viuda, supongo) permanece en silencio con los ojos fijos en la otra orilla, con una sonrisa en los labios. Quizá en otra época se habría arrojado a la hoguera para acompañar a su marido al otro lado. Quizá sonríe porque ahora no ha de hacerlo, quizá sonríe porque pretende hacerlo. Cuando las llamas de la hoguera se apagan, desciende lentamente hacia el río y se sumerge con las manos en alto sin quitarse el sari azul y sin cerrar los ojos ni siquiera cuando el agua los anega.

La muerte no se oculta en La India, ni se llora. Al amanecer, desde la barca en la que paseo por las orillas, observo cómo la vida serpentea entre las callejuelas abigarradas y ruidosas, sucias y caóticas, entre gritos de ánimo y carreras apresuradas, contemplo cómo la muerte descansa sobre piras de madera y se perfuma de aromas y luego flota apacible, dirigiéndose lentamente hacia el mar aún lejano, en el agua dorada y silenciosa que resplandece bajo la divina luz de Benarés.

8 Comentarios:

Anonymous Anónimo escribió...

La vida, la muerte...
Tus dos (cuatro?) ojos fueron suficientes para que nos hagamos una idea, pero ¡más me hubiera gustado a mí haberte acompañado!

8/07/2006 11:48:00 a. m.  
Blogger un-angel escribió...

Vaya, Jose L., estoy impresionado, ya te lo he dicho, me encantan tus crónicas del viaje, es un estupendo consuelo para los que no hemos podido salir este año a ninguna parte.Me he sentido de verdad caminando detrás tuyo por esas callejuelas retorcidas, siguiendo la ceremonia de la muerte. Y es impresionante la imagen de la mujer sumergiéndose en el río donde acaban de arrojar las cenizas de su esposo, aunque sea un tópico decirlo todo eso está en las antípodas de lo que conocemos, de nuestra cultura, ¿verdad?...
Ah y como ya apuntó Pon, las fotografías, estupendas.
Un abrazo.

8/07/2006 12:45:00 p. m.  
Anonymous Anónimo escribió...

Bonita crónica, como la del "Raj Mandir, el mejor cine de Asia" y la de "Los perros de Pushkar", haces que uno se traslade fácilmente a esos lugares, a los olores, a los colores....Aunque tampoco desmerecen los "txipirones" de tu "compañero" blogero.
La verdad es que me tope con vuestra taberna hace un par de dias por pura casualidad estival y cada vez me voy sintiendo más "parroquiano", me gustan vuestros "caldos", los atardeceres en la terraza y aprecio buenos corazones entre la concurrencia. Así que, si no es molestia: AQUÍ ME QUEDO! y Sírvanme una de vida!

8/07/2006 02:29:00 p. m.  
Blogger pon escribió...

Madre mía.
¡Otra perla serrana, si señor!
Crónicas de la vida y de la muerte; al fin y al cabo, lo mismo.
Una de txipis amuitztarras para los que aún podemos contarlo, no sea que mañana estemos a orillas del Ganges.

8/07/2006 05:35:00 p. m.  
Blogger hermes escribió...

Tus relatos me recuerdan mucho a aquellos libros de viajes que publicaban algunos de los grandes viajeros . Me trasladas de una forma tan real al lugar que me parecia esta oliendo a toda esa mezcla de efluvios de todo tipo y observando el impacto multicolor que has ido describiendo.
Aguardo con mucho interés la próxima entrega.

8/07/2006 05:45:00 p. m.  
Blogger Ana desde el Sur del Mundo escribió...

Me tenés impactada... esa visión de la realidad más allá de lo evidente... todo puede tener su maravilla visto a través de tu mirada...
Gracias J.L., una vez más.

8/08/2006 04:31:00 a. m.  
Anonymous Anónimo escribió...

Los hindúes saben cuál es la diferencia elemental entre vida y muerte: la primera consiste en subir a contracorriente el río, y la muerte es simplemente dejar llevarse por él.

Gracias por permitirnos viajar con vosotros.

8/08/2006 09:04:00 a. m.  
Anonymous Anónimo escribió...

El relato por no llamarlo poema en prosa, que creo
sería su mejor definición, plantea las grandes
preguntas de la cultura India. Muy inteligente la
observación sobre las castas(sobre todo con lo que
respecta a los intocables) que no pudo abolir ni
Gandhi del corazón de este pueblo lleno de magia,
poesía y sabiduría atávica porque los prejuicios son
también igualmente atávicos. En las memorias del
ex-jesuita Vicente Ferrer, se lee también su
impotencia ante esa misma lucha, en la que explica,
como personas de formación universitaria se niegan a
la proximidad con los intocables y su tristeza es tan
honda como su labor a favor de India.Gracias José
Luis por recordarnos que toda vida es un río y que
vivimos siempre dentro de un fuego que nos consume. Un abrazo.

8/21/2006 09:08:00 a. m.  

Publicar un comentario

<< La Taberna del Mar