La taberna del mar: El arte de los locos 2. Madge Gill y la pintura susurrada al oído

05 noviembre 2007

El arte de los locos 2. Madge Gill y la pintura susurrada al oído

Creo recordar que la primera vez que me sentí atraído por el Art Brut fue viendo una de las obras de Madge Gill, hace unos quince años. La iluminación nocturna, el trazo desasosegador y claustrofóbico de la tinta china, la multitud de caras de mujeres con sombrero que aparecen entre arquitecturas soñadas que se desarrollan por infinitas telas me dejaron sin aliento: había algo allí, esa mujer quería decir algo y era tanta la vehemencia que ponía en hacerlo y tan grande la coherencia estilística que aumentaba mis deseos de penetrar en su mente y me hacía sentir tremendamente inútil. O lo que es más inquietante: quizá era otro el que quería decir algo a través de ella.

Nacida en 1882 en el extrarradio londinense como hija ilegítima, fue criada por su madre y su tía, que la escondieron hasta que a los nueve años fue internada en un orfanato. Poco después marchó a trabajar de criada a una granja en Canadá. Una vez de vuelta en Londres, y con diecinueve años, trabajó como enfermera en un hospital y empezó a interesarse por el espiritismo, animada por su tía, con la que vivía. Poco después se casó con su primo y tuvo dos hijos, el segundo de los cuales moriría en 1918 (a los ocho años) durante la epidemia de gripe española. Al año siguiente dio a luz a una niña muerta y cayó enferma, perdiendo la visión de un ojo.

Y entonces empezó su etapa artística, la que la llevó a pintar metros y metros de tela, siempre de noche, de una manera automática y febril susurrada al oído desde “otro lado”, muchas veces en blanco y negro, a la luz de una vela y con la cara casi pegada al lienzo, un lienzo enorme (alguna de las telas llega a medir treinta y seis metros) que se enrollaba y que le impedía ver la totalidad de la pintura hasta que finalizaba, una vastísima extensión de fantasmagóricos espacios arquitectónicos como los de Piranesi plagados de rostros ovales de mujeres con sombrero elegantemente vestidas, siempre el mismo ¿su hija perdida?. Además de pintar, escribe y borda, con esa productividad asombrosa del que necesita comunicar algún mensaje. Porque ella crea al dictado de un espíritu Myrninerest (“mi paz interior”) que es quien le obliga a pintar y escribir y bordar de esa manera apasionada. Creo que no hay cuadros en toda la historia del arte (junto con los de Füssli, Blake o Goya, pero estos están “en el lado correcto de la línea”) que nos acerquen más al mundo de los espíritus, que nos hagan creer que, indudablemente, hay algo más que no vemos. Un mundo del que Madge actúa como médium. En palabras de la propia Madge: “sentía que me guiaba claramente una fuerza invisible. Sencillamente, no podía parar”.

En 1958 vio también morir a su hijo mayor, dejó de dibujar y empezó a beber hasta su muerte en 1961. Enseñó alguna de sus obras en exposiciones para aficionados pero nunca vendió ninguna: no quería enfadar a Myrninerest (con cuyo nombre firmó alguna de ellas), pero miles de dibujos fueron encontrados en su casa, bajo los armarios y las camas, la mayoría de los cuales son propiedad del distrito londinense de Newham, que, según parece, no tiene intención de exhibirlos.

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8 Comentarios:

Anonymous Anónimo escribió...

Es interesantísimo lo que cuentas, la obsesión de pintar en blanco y negro, en la oscuridad y bajo el influjo de los espíritus...

11/05/2007 11:27:00 a. m.  
Anonymous Anónimo escribió...

Hola, me ha interesado mucho el artículo sobre Madge Gill. Me he enterado de cosas sobre su vida que no conocía. Yo también soy una apasionada del arte marginal. Te envío la dirección de mi blog dedicado al tema por si te apetece echar un vistazo:
http://elhombrejazmin.blogspot.com/

11/05/2007 05:49:00 p. m.  
Blogger Rosa escribió...

El arte de Madge Gill. Parece que fue marcada por un sino triste desde pequeña. Primero en un orfanato, luego perder la visión de un ojo; y lo más terrible perder dos hijos que podían haberle llevado a la realidad, lejos de sus fantasmas, pero quizá no hubiera pintado con esa fiebre... como si quisiera plasmar en sus lienzos la angustia de su perdida, sobretodo la de su hija. Me ha sorprendido el dato que das que existe un lienzo de hasta treintiseis metros.
Sabes, a veces pienso que de alguna forma todos buscamos escapar de nuestros angustias, huir de la realidad que nos agobia, solo que algunos olvidan el camino de retorno.

Mil gracias amigo por estos relatos, no sabes cuan interesada estoy en ellos.

11/06/2007 03:48:00 a. m.  
Blogger José L. Serrano escribió...

Gracias por ese precioso blog, el hombre jazmín.

Daos un paseo por allí, es impresionante.

Rosadefuego: me alegra mucho que te gusten las historias, pero ten cuidado ¡es adictivo!

11/06/2007 08:27:00 a. m.  
Blogger Max escribió...

Que interesantes estos relatos.
Y los dibujos de esta mujer impactan, sí. Incluso al verlos sin conocer su historia ya se intuye algo.

11/06/2007 11:04:00 a. m.  
Blogger pon escribió...

Como las alucinaciones de algunas sustancias, de los epilépticos y también las de las jaquecas fuertes. A veces el cerebro funciona a millones de revoluciones por segundo, para algunas personas es un estado permanente; demasiado rápido para este mundo cuadriculado.

11/06/2007 11:34:00 p. m.  
Anonymous Anónimo escribió...

una historia triste pero fascinante y sus pinturas me han impresionado, era una artista y nunca lo supo. Besos un placer descubrirte

11/07/2007 12:38:00 a. m.  
Anonymous Anónimo escribió...

Me lo estoy pasando genial con esta serie tuya, en serio. Me parece un gran acierto, vuelvo a felicitarte. Me hace preguntarme cosas. Hay personas que son una obra de arte, lo que pinten, lo que fotografíen, lo que esculpan... sólo es el testimonio, la prueba, el residuo de que han existido. Pero quizás la literatura que escribe su existencia sea lo más conmovedor, lo más rico, lo más potente.
De nuevo, gracias. Seguiré despacito -la falta de tiempo...- pero esto no me lo pierdo.
besinos

11/25/2007 03:18:00 p. m.  

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