Flores amarillas
Como cada septiembre, he ido a ver las flores amarillas que aparecen por todos los recovecos de la casa de campo de mis padres. Unas flores pequeñas con forma de campana que aparecen sobre unas cintas de un verde deslumbrante y carnoso. Aparecen, como dirigidas por una mano maestra, bordeando los setos, alrededor de los árboles, siguiendo los canales de riego (supongo que atraídas por el agua escasa en la llanura manchega).
Este septiembre no he llorado al verlas, por primera vez en cinco años. Hace ya más de veinte acompañé a mi padre a plantar las primeras: hizo un pequeño hueco en la tierra y metió las flores mustias, las regamos con un poco de agua, y, al cabo de una hora, estaban erguidas y felices. Nunca vi flores más agradecidas. “El año que viene saldrán solas”, me dijo.
Mi padre murió hace ya cinco años y todos los septiembres desde entonces, cuando salían las flores amarillas, notaba su ausencia como algo físico, casi como el abrazo de un cielo pesado. Pero ahora, supongo que será por el tiempo pasado, cuando he vuelto a ver las flores, cuando me he vuelto a enfrentar con el recuerdo, me gusta pensar que quizá sea su mano el que las guía, porque las flores salen en los sitios más apropiados, porque quizá la casa de campo nunca ha estado más bella que este año, porque puedo casi sentir su presencia en esta alfombra de flores amarillas que atrae a los curiosos desde la carretera y hacen fotos, y preguntan que quién es el jardinero, sin imaginarse siquiera que el jardinero no está vivo, porque ya anhelo la llegada del próximo septiembre y su alfombra de flores.
Este septiembre no he llorado al verlas, por primera vez en cinco años. Hace ya más de veinte acompañé a mi padre a plantar las primeras: hizo un pequeño hueco en la tierra y metió las flores mustias, las regamos con un poco de agua, y, al cabo de una hora, estaban erguidas y felices. Nunca vi flores más agradecidas. “El año que viene saldrán solas”, me dijo.
Mi padre murió hace ya cinco años y todos los septiembres desde entonces, cuando salían las flores amarillas, notaba su ausencia como algo físico, casi como el abrazo de un cielo pesado. Pero ahora, supongo que será por el tiempo pasado, cuando he vuelto a ver las flores, cuando me he vuelto a enfrentar con el recuerdo, me gusta pensar que quizá sea su mano el que las guía, porque las flores salen en los sitios más apropiados, porque quizá la casa de campo nunca ha estado más bella que este año, porque puedo casi sentir su presencia en esta alfombra de flores amarillas que atrae a los curiosos desde la carretera y hacen fotos, y preguntan que quién es el jardinero, sin imaginarse siquiera que el jardinero no está vivo, porque ya anhelo la llegada del próximo septiembre y su alfombra de flores.
12 Comentarios:
El universo se ha doblado hasta esas flores amarillas.
El jardinero te mira todos los septiembres desde las flores amarillas.
Mi madre es la noche y yo el día, nos la pasamos discutiendo 25 horas al día pero de cuando en cuando me da buenos consejos.
Este verano mirando un pequeño abeto me dijo: Si quieres que alguien se acuerde de tí regalale un arbol o una planta. Nada de cosas inútiles envueltas en papel de celofán.
Anita del Sur y tú corroborais la sabiduría de mi madre. Quizá por eso el primer regalo que me hizo en mi nueva casa fue una planta enorme que no hay que regar muy a menudo porque ya sabe lo desastre que soy.
Hermosos recuerdos Jose Luis.
Precioso recuerdo y maravilloso homenaje a la memoria de tu padre.
José Luis, creo que el jardinero continua cuidando sus flores y tu además lo sientes así, porque lo vives y lo ves presente, tal como nos lo has trasladado. No sabemos como ni de que forma,pero todo lo que es o ha sido en la naturaleza nunca la abandona del todo, se funde con ella y participa de su armonia.
El jardinero vive en esas flores, ya te lo han dicho más o menos todos, pero yo soy testigo... la mía me ha dejado lirios azules que florecieron todo este tiempo... aún quedan tres flores que espero mañana puedan ver mis hermanos, cuando nos reunamos a compartir un rato en nombre de nuestra vieja, al cumplirse el primer año de que se nos fue.
Es un jardín precioso aquel que se hace con el alma... y en éste vive el alma de tu padre.
Un beso enorme.
No sabés cuán bien me ha hecho leerte.
De vos he estado ausente, cuando en la primavera,
Abril, sublime en gamas, con todos sus adornos,
Ponía en cada cosa tal alma juvenil
que el pesado Saturno, retozaba con él.
Ni el canto de los pájaros, ni el dulcísimo aroma,
De flores diferentes en perfume y color,
Me instaron a decir un relato al estío,
Ni arrancarlas del tallo en el cual ellas crecen.
Ni me asombró la albura tan blanca de los lirios,
Ni alabé el más intenso bermellon de la rosa,
Pues solo eran dulzuras, figuras deleitosas,
Diseñadas tras vos, por ser modelo de ellas.
Porque con vos ausente, me parecía invierno,
Y como con tu sombra con ellas me gozaba
(W.Shakespeare)
Jose, aquí seguimos empeñados en deshojar margaritas
bellos recuerdos.
un abrazo.
Pues a mi me parece que el jardinero si está vivo.
¡Que bellas flores!
Hermosos recuerdos, y que regalo debe ser para los ojos, verlas crecer por los alrededores de la casa, como una caricia invisible.
Que bién buscaron su camino las raíces de aquellas primeras flores que sembraron. Y en que tierra tan generosa cayeron las primeras semillas, para crear esa abundancia de belleza y color.
Que sabio fue tú padre al sembrar contigo, porque también sembraba flores en tú corazón.
¡Gracias por compartir tus recuerdos!
Rosadefuego
Ellos se van... pero quedamos nosotros y con nosotros, ellos en la memoria...
una memoria amorosa...
Saludos!
...para flores las que tu nos das con tus palabras, Serrano
Publicar un comentario
<< La Taberna del Mar