La taberna del mar: Y luego nada

19 marzo 2007

Y luego nada


Tengo frío. Más frío. Y luego nada. Otra vez nada. La misma nada de siempre, como una marea oscura y silenciosa que se cuela por debajo de la rendija de la puerta e inunda la habitación con su oleaginosa textura. Una nada pestilente y atroz que ya alcanza los cajones inferiores de la cómoda, que sigue subiendo, (reptando), por las paredes hacia el interruptor, para que no pueda vencer mi eterno miedo al agua y me levante para encender la luz. Una nada que a veces es petróleo y otras un aire tóxico, aún peor, porque la marea oscura puedo verla, pero el aire es invisible y adormecedor, y antes de darme cuenta estoy tosiendo y ahogándome en mi propia saliva, me incorporo en la cama y toso y lloro y me atraganto e inspiro con todas mis fuerzas, pero no consigo el oxígeno, porque mis pulmones se llenan de aire tóxico, de un aire putrefacto y viciado. Porque mis pulmones se llenan de nada.

Pero esta vez ha sido la marea oscura y, agarrándome al perro de peluche que tantas veces me ha salvado, consigo salir de entre las sábanas y poner un pie en el suelo helado, aun a sabiendas de que hay alguien debajo de la cama, alguien con una garra sucia y largas uñas que sujetará con fuerza mi tobillo para que yo no pueda acercarme a la luz, para que me anegue de una vez para siempre en este mar oscuro y espeso. Sin embargo, el perro de peluche ejerce de nuevo de maestro de ceremonias y se asoma debajo de la cama, y ladra y se envalentona y mira con ojillos furiosos allá dentro, al fondo, a la oscura esquina en la que siempre desaparecen las zapatillas, la esquina que engulle las monedas y la medalla del niño Jesús. Así que ahora por fin soy capaz de levantarme y, a pesar de la viscosa marea negra que ya alcanza mis rodillas, consigo avanzar algunos pasos hasta la puerta, hacia el interruptor de la luz. Entre mis pies se enredan algas gelatinosas y calientes, otras tienen espinas y son frías como el hielo. A veces siento también pequeñas bocas succionadoras que se aferran a mis pantorrillas y aspiran y aspiran y aspiran....

Por fin mi mano alcanza la puerta, el interruptor está ahí mismo, a la derecha. Pero aún vacilo unos minutos, porque sé que cuando acerque mi mano no será el frío plástico blanco lo que toque. Porque sé que habrá una mano esperando la mía. Una mano que tendré que acariciar suavemente para no despertar a su dueño. Una mano arrugada y con sólo dos dedos. Una mano que agarrará la mía con fuerza, como un gancho de hierro y me arrastrará por el fango hasta la cama otra vez, y que sujetará mi cuello apretándolo contra la almohada. Una mano cuyo dueño exhalará su aliento fétido y caliente sobre mi cara, porque estará muy cerca, siempre atento y vigilante, apretándome cada vez más fuerte contra el colchón, sentado sobre mí a horcajadas, saltando y saltando y emitiendo pequeños gritos de satisfacción. Y la marea oscura cada vez más cerca del borde de la cama, empapando ya las sábanas que comienzan a oscurecerse a mi alrededor, y la mano me introducirá uno de los dedos en la boca, para que la mantenga abierta, y el agua oscura entrará por fin hacia mi estómago y encharcará mis pulmones.

Pero no será esta vez: al fin alcancé el interruptor y la luz se hizo. Y la luz era buena. Desaparece el agua oscura, y el perro de peluche sigue ahí, inmóvil, con los ojos de plástico fijos en la esquina en la que todo desaparece.

¿Te pasa algo?

Mamá. Desde su habitación al otro lado del pasillo. Insomne. Como siempre.

No”. Apago la luz. Vuelvo a la cama. Y luego frío otra vez, y más frío. Y luego nada.

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4 Comentarios:

Anonymous Anónimo escribió...

Impresionante, todavía noto el galipot entre las piernas.

(¿qué cenaste anoche? deberías comer más ligero antes de acostarte)

3/19/2007 08:43:00 a. m.  
Anonymous Anónimo escribió...

¡Quien fuera niño otra vez, al amparo de la madre protectora! A algunos la lógica vital nos ha alcanzado y hemos tenido que renunciar, a regañadientes y entre sollozos, a su salvador manto, enfrentándonos día y noche a la oscura marea, por tierra, mar y aire, que fluye y refluye sin cesar, indefensos en las procelosas aguas del día a día sin el manto maternal; pero al menos la travesía no la hacemos sol@s, alguien a nuestro lado que nos quiere, que nos mantiene asidos al salvavidas (aunque a veces le demos motivos para ahogarnos en un momento de arrebato inconsciente e irracional), que nos conoce bien y nos adora en forma recíproca con todos los defectos que nos lastran y empujan inmisericordes a las profundidades abisales, no cejará en su empeño de mantenernos a flote a sabiendas que, en caso contrario, nosotros haríamos exactamente lo mismo. Su empeño salvador nos conduce a tierra y juntos, convertidos en escollera, en dique desafiante a la bravía marejada, irascible y traicionera, nos mantenemos incólumes ante cualquier agresión, a la espera de la calma chicha que, sin duda, proseguirá a la tempestad. Muchos han zozobrado ya, a veces incluso nosotros hemos estado a punto de irnos a pique, pero si seguimos los sabios consejos maternales es posible que nos mantengamos a flote hasta que el casco aguante, siguiendo su ejemplo. ¡Qué mejor manera de honrar su memoria!

3/19/2007 11:07:00 a. m.  
Anonymous Anónimo escribió...

aun le pido a mi madre q me de un beso todas las mañanas... no poder disfrutar de élñ me da autentico miedo.


Precioso tu texto, precioso homenaje...

3/19/2007 04:42:00 p. m.  
Blogger senses and nonsenses escribió...

vaya sueño...
un final genial!!!

un abrazo.

3/20/2007 10:36:00 p. m.  

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