Carlos y Carlos
Carlos y Carlos viven juntos, pero separados. Carlos tiene dos niñas y Carlos otras dos. Carlos está casado con una enfermera y Carlos con una peluquera. Por la mañana, ponen el despertador los dos a la vez: a las siete menos cinco. A través del tabique que separa sus casas pueden oír cada uno el despertador del otro. Carlos desayuna de pie, pero Carlos necesita sentarse. Ese tiempo que Carlos ahorra en el desayuno lo aprovecha afeitándose delante del espejo, porque Carlos tiene una barba cerrada y le gusta apurar al máximo. Mientras, Carlos come tostadas y ve un poco la tele, pero sin sonido, porque le gusta oír el ruido que Carlos hace en el cuarto de baño, dando golpes en el lavabo con la maquinilla de plástico desechable. Cuando terminan, los dos se meten en la ducha a la vez, y sienten que es la misma agua la que les moja, Carlos abrasado y Carlos tiritando, porque le gusta el agua fría. Sus mujeres siguen acostadas, entran a trabajar un poco más tarde. Carlos se pone su traje azul oscuro y la camisa a cuadros recién planchada. Carlos un jersey y pantalones vaqueros. Mientras se ata los zapatos, Carlos recuerda cuando conoció a Carlos en la primera reunión de vecinos hace ya casi seis años: recuerda sus ojos negros y su mirada implacable, la suavidad de sus palabras y el ligero olor a tabaco que desprende su boca, sus enormes manos y su cuello blanco. Sin embargo, Carlos no se acuerda de esa primera reunión, pero sí de la primera vez que subió con Carlos en el ascensor, de su gigantesca espalda, de su sonrisa amable, del roce de su mano contra el bolsillo derecho del pantalón. Mientras despierta a las niñas, Carlos se pregunta si no se ha equivocado en algo, si no sería mejor dejarlo todo y olvidarse, irse a vivir a otro lugar, lejos, donde no pueda saber si Carlos se ha levantado o acostado o desayunado. Carlos, por el contrario, piensa que lo mejor sería poner de una vez las cartas sobre la mesa, reunir a ambas familias y decirles lo que pasa, las niñas son pequeñas, van a sufrir menos ahora, cuanto antes mejor. Carlos entra en el dormitorio y da un beso a su mujer, se dirige a la puerta y coge una gabardina gris muy elegante. Puede oír el ruido de las llaves en la puerta de Carlos, que ya sale con un chubasquero azul, porque llueve. Carlos y Carlos se miran y sonríen, ansiosos. Llaman al ascensor y una vez dentro, dan rienda suelta a sus efímeras pasiones. Viven en un tercero. Están pensando en irse a vivir a un sexto. Un octavo quizá sería demasiado bueno.
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20 Comentarios:
Directamente a un rascacielos.
José Luis, no creas que tu relato es pura ficción , conozco más de un caso parecido, pero ya sabes, lo que decia Victor Jara
" en cinco minutos la vida es eterna, solo en cinco minutos..."
A los Carlos, esos minutos, les justifican el día, seguro.
desgraciadamente hay muchos carlos. Yo incluso conozco a dos que solo juntan sus manos una vez al año, en nochevieja.
gracias hermes
Vaya copazo Serrano.
Hay muchos Carlos, y Carlotas tambien, y Carlos con Carlotas que tambien se equivocaron o no se dieron cuenta...qué complicado.
Lo que dice el portero, al ático del rascacielos.
Preciosa manera de contarlo.
Pero lo que tienen que hacer es dejar de mentir y de mentirse. ¿Cómo te puedes meter en la cama con tu mujer cuando estás pensando en el vecino? Nunca podré entenderlo. Ni subir al sexto ni gaitas: echarle valor y afrontar lo que se es:
"Mira cariño me equivoqué. Y te quiero tanto que prefiero decírtelo a mentirte". Tan sencillo como eso.
Claro que hay muchos Carlos y Carlotas.
Pero me dan rabia más que pena: rabia porque están perdiendo su vida y están amargando la de los otros: la mentira siempre es mala. Aunque lo intenten enmascarar con la vieja cantinela de que "es demasiado tarde" o que "van a hacer daño a sus familias"...
Es mucho menos "dañino" poner buena cara y arrastrarse a escondidas por saunas y cuartos oscuros...
Lamentable.
Son pobres cobardes que optan por lo más facil.
Y lo peor es que, cuando el último aliento les esté abandonando, se darán cuenta que el infierno mayor es no vivir tu propia vida por ser un cobarde.
Con esto (y con alguna otra cosilla) soy inflexible, como buen Tauro y no me dan ninguna pena.
Besos.
Bueno, es que esto fue hace un año. Luego abrieron el tabique y vivieron los cuatro felices y contentos
Me gusta mucho la forma de vivirse con un tabique por medio que has contado.
Precioso, compañero de pupitre. Como siempre...
Un brindis por estos taberneros!
¡VALE YA! (gracias DOCTOR DESEO)
ponme otra copa,que hoy lo veo claro.
Que no es igual amor y cárcel,
querer cambiar y hacer lo mismo.
La estupidez es droga dura
de la que siempre me estoy quitando.
¡vale ya!
de tanta querra sucia,cariño
enfundo la pistola
ház tu lo mismo.
Que nadie nos obliga a estar juntos.
Juguemos a los médicos
o a hacer cositas,
guerras en las camas mas divertidas
hombre xixela, ¡cuanto tiempo!
¿ya te deja tu marido el ordenador?
le he tenido que robar el ordenador,tambien dinero para comprarme un abrigo de pieles,
ya que el no me lo regala.
ah tambien me he comprado un pintalabios JEJE
el relato es perfecto. sublime.
un abrazo.
Como diría el otro, mejor cinco segundos apresurados pero bien aprovechados, que una eternidad mirándose el cogote en las reuniones de vecinos y suspirando sin hablar...
Estupendo, gracias Serrano.
que preciosidad serrano... al final se tiró el tabique pero que dificil es llegar a tirarlo... que entendible todos los miedos, cuantas historias truncadas por las carceles internas.
de todas maneras, a mi me pone lo del tabique la verdad, los amores prohibidos y en secreto tiene mucho punto...
Mejor no juzgar con que Carlos nos reconocemos. Todo lo pone en su sitio el tiempo.
Gracias por el relato. Hermoso.
¿Sabes que hay gente que ya le gustaría compartir un tabique, el ruido de un grifo o una reunión de vecinos?
Y no digamos el ascensor hasta el tercero...
Pues a mí me ha dicho el vecino del octavo, que últimamente tiene que bajar andando todos los días porque el ascensor siempre se queda parado entre el tercero y el segundo, y como el portero no llega hasta las 10 de la mañana pues a patita ocho pisos, además me ha cotilleado, que cuando va llegando a donde está parado, oye unos ruidos muy estraños.
Salud, compañeros.
Salud y vida.
No imitación de la misma, como la de los Carlos...
Un abrazo.
Ignoro si esta historia de mis tocayos es absolutamente real o sólo parcialmente, aunque no se me escapa que más de dos vecinos han tenido, tienen o tendrán experiencias del mismo tipo (sobre todo hoy en día que hacen los tabiques de papel); desde luego resulta mucho más interesante oír o intuir los movimientos de alguien por quien sientes una inexplicable atracción que percibir los taconazos de la vecinita dichosa que, en ocasiones, parece perseguirte por toda la casa desde el piso de arriba.
Puedo imaginármelos no ya dando rienda suelta a sus pasiones en el ascensor sino cuando sus mujeres se han ido a comprar con las niñas o están en el colegio para recogerlas, usando ambos la misma ducha y compartiendo algo más que la esponja y el gel... Afortunadamente están uno al lado del otro, separados por paredes de hojaldre, y no a decenas o centenares de kilómetros, al estilo BBM, sin poder verse más que alguna que otra vez al año. Aun así, tan cerca y tan lejos, lo mejor es tirar el tabique de la incomunicación marital y dejar las cosas claras, al fin y al cabo, tarde o temprano esa incontrolable fuerza de la naturaleza acabará tirando no ya las paredes sino, como diría el refranero "popular" el edificio familiar completo, mejor "dinamitarlo" sosegada y organizadamente ¿no te parece José Luis?
Un abrazo para todos los Carlos del mundo y, en general, para toda la humanidad.
me gusta eso de "dinamitar sosegadamente"
creo en eso
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