Mar Sarónico
sentado en la terraza de esta taberna marina recuerdo otras tardes que hemos pasado juntos en alguna otra taberna en el mar Sarónico, sentados viendo el pueblo oscurecido cuando el sol se oculta tras la montaña, viendo el pueblo que se aferra a la ladera, sentados oyendo el ladrido de los perros perdidos por la colina, oyendo el silbido del ferry que se lleva a los últimos turistas que paseaban hace poco por las callejuelas, sentado viendo los barcos de pesca que regresan al pequeño puerto, viendo las viejas vestidas de negro que se acercan a una iglesia diminuta de color de barro (te gustaron sus cúpulas de tejas rojizas), viendo cómo las viejas encienden una vela cuando cruzan la puerta, una vela delgada y frágil que se dobla, como las propias viejas, sentados admirando la oscuridad el pueblo,
pero en lo alto, donde estamos bebiendo, aún brilla el sol anaranjado y los chavales se lanzan desde un agujero al fondo verdeazulado de una gruta en la que el mar se remansa al penetrar hasta el fondo de la isla, y nosotros sentados bebiendo vino con sabor a resina, yo viendo en tus ojos el mismo verdeazulado del Sarónico, el mismo brillo del sol allí, en el fondo (¿o será por el vino?), y ahora me levanto y me esperas en la mesa porque no resisto la tentación de lanzarme yo también hasta el fondo de la gruta desde ese agujero, y me levanto para acercarme al borde, pero me asusto y prefiero bajar hasta la playa, y desde la orilla, entrar a la cueva de la misma forma que lo hace el mar, aprovechando alguna de las olas,
y ahora estoy dentro y una luminosidad líquida de puro azul se escurre por las paredes de la gruta, temblando por las ondas que mis brazadas producen en el agua: estoy en las entrañas de la isla, me he metido, como el mar, hasta lo más profundo de Hydra, advirtiendo ahora que los chavales ya se fueron, que ya bajan hacia el pueblo gritando y empujándose con el pelo mojado y una mancha de agua oscura en la parte de atrás de los vaqueros, y yo mirando hacia arriba, contemplando el agujero desde el que se lanzaban jubilosos hace solo un instante y ahora estoy solo aquí, en lo más profundo de la isla, el azul verdemar de las paredes se va apagando ahora que la sombra ha alcanzado la parte alta del monte y la luminosidad etérea de humedades azuladas se convierte ahora en una amenaza de azul y verde oscuro,
y nado hacia el mar abierto, hacia la luz que aun brilla al fondo sobre el mar, y la alcanzo, y dejo atrás la gruta y vuelvo a la orilla. Te has acabado el vino mientras yo me bañaba. Tu mirada sigue azul. Dices “¿nos vamos?”. Tengo frío. Oscurece.
pero en lo alto, donde estamos bebiendo, aún brilla el sol anaranjado y los chavales se lanzan desde un agujero al fondo verdeazulado de una gruta en la que el mar se remansa al penetrar hasta el fondo de la isla, y nosotros sentados bebiendo vino con sabor a resina, yo viendo en tus ojos el mismo verdeazulado del Sarónico, el mismo brillo del sol allí, en el fondo (¿o será por el vino?), y ahora me levanto y me esperas en la mesa porque no resisto la tentación de lanzarme yo también hasta el fondo de la gruta desde ese agujero, y me levanto para acercarme al borde, pero me asusto y prefiero bajar hasta la playa, y desde la orilla, entrar a la cueva de la misma forma que lo hace el mar, aprovechando alguna de las olas,
y ahora estoy dentro y una luminosidad líquida de puro azul se escurre por las paredes de la gruta, temblando por las ondas que mis brazadas producen en el agua: estoy en las entrañas de la isla, me he metido, como el mar, hasta lo más profundo de Hydra, advirtiendo ahora que los chavales ya se fueron, que ya bajan hacia el pueblo gritando y empujándose con el pelo mojado y una mancha de agua oscura en la parte de atrás de los vaqueros, y yo mirando hacia arriba, contemplando el agujero desde el que se lanzaban jubilosos hace solo un instante y ahora estoy solo aquí, en lo más profundo de la isla, el azul verdemar de las paredes se va apagando ahora que la sombra ha alcanzado la parte alta del monte y la luminosidad etérea de humedades azuladas se convierte ahora en una amenaza de azul y verde oscuro,
y nado hacia el mar abierto, hacia la luz que aun brilla al fondo sobre el mar, y la alcanzo, y dejo atrás la gruta y vuelvo a la orilla. Te has acabado el vino mientras yo me bañaba. Tu mirada sigue azul. Dices “¿nos vamos?”. Tengo frío. Oscurece.
5 Comentarios:
Y desde entonces, cada vez que te miro más allá de tus ojos, veo el mismo resplandor que vi aquella tarde, y me sumerjo en tu mirada, y buceo, e intento llegar al fondo de la gruta que encuentro en tus profundidades, y descubro que no tienes fondo. Pero no me importa porque te conozco, y lo que no me lo imagino, si tú me dejas... Sólo si tu me dejas, recuerdo aquella tarde y aquella luz y el mar abierto, y allí me quedo siempre...
muscari
Hoy por la mañana, aún temprano, tras desayunar escuchando tus palabras, me he ido a duchar al baño de la taberna. La cortina verdeazulada de la ducha me ha transportado, en sueños, al mar sarónico, a las grutas que se adentran en sus islas de altos acantilados. Por la ventana del baño me ha parecido ver a unos muchachos alejándose con los vaqueros mojados. Ahora me dispongo a trabajar, pero no desaparece esa hermosa imagen de mi mente.
Te das cuenta. Me abrazas. Tu mirada azul me acaricia. Como antes. Como después.
Mañana bajarás conmigo. Y allí, en las profundidades de nuestros abismos, volveremos a ser uno. Hasta después de la eternidad...
Gracias. Un abrazo entrañable.
Y no te diste cuenta pero yo te estaba mirando, y ví la belleza que tu viste más la que delante de mí estaba.
Un día de agosto, en una isla poblada de casitas blancas, contemplé un mar lleno de corales y cuevas, de un azul tan intenso que se confundía con el del cielo.
Ese día, cuando el barco se alejaba del blanco, del verde y el azul, mis ojos vieron la mejor puesta de sol que hasta ahora han contemplado.
Gracias por haberme vuelto a llevar a Capri.
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