Rincones del Ibaizabal en el recuerdo
Hace no muchos años, veinte tan sólo, entre Deusto y San Ignacio había una vieja carretera llena de baches y curvas, en medio de las huertas. La recorríamos hacia un lado o hacia el otro, según dónde tocara ir de bares aquel día.
Por allí al lado pasaba el tren, un pequeño tren de madera que recorría la margen derecha del Nervión antes de que pusieran el metro. Creo que era amarillento y marrón, aunque lo que más recuerdo es que no se le apreciaba demasiado el color. El último tren salía a la una de la noche desde la parte trasera de la bilbaina iglesia de San Nicolás, desde una estación decadente con un insufrible olor a alcantarilla. ¡Cuántas veces cogeríamos aquel tren para volver a casa desde Iturribide, las Siete Calles o desde la zona de Las Cortes!
De día, gran parte de la red de transporte urbano era cubierta por una compañía de microbuses. A decir verdad, aquellos pequeños buses azules no eran mucho mayores que los actuales todoterrenos, aunque entraba bastante más gente. Teníamos que coger la línea Desierto-Erandio para ir a nuestro barrio. Aquellos microbuses también, ¿cuántos años y cuántos kilómetros llevarían encima para entonces?
Nos tocó pasar nevadas en los agujeros que cada curso tuvimos alquilados como vivienda, y por no perjudicar a nadie, no contaré cómo conseguíamos para la estufa el combustible que evitase helarnos de frío. Los gintonics también nos ayudaban a pasar el rato, y los canutos, para enterarnos de poco, y las cartas, para jugar al siete y medio durante largas noches, con los libros de texto al lado.
Ocurrió que en esos años el Athletic ganó dos ligas, y gracias a aquello casi consigo hacerme aficionado al fútbol, y no debido al fútbol, precisamente. Cómo olvidar las sesiones de cine que se organizaban en el aula magna de la Facultad de Economía, cuando el humo del tabaco impedía ver la pantalla. O las excursiones a Las Arenas, para llegar paseando hasta el puerto viejo de Algorta, o atravesar el gran puente colgante de Bizkaia para perdernos en las cuestas de Portu. Quemamos las noches en Bilbao, y los días, y los crepúsculos y amaneceres. Y allí quedaron también los amores imposibles.
Y a pesar de todo conseguimos aprender algo, aprendimos a salir adelante en la vida, por lo menos.
La Bilbao de hoy es mucho más vistosa y limpia que aquélla. Todavía conserva su encanto y los bilbainos no han perdido su afamado orgullo desmedido. Pero aquella ciudad de mis recuerdos sólo queda ya en estas palabras.
9 Comentarios:
Me gustaría pensar que hay partes de ese Bilbao que conociste que aún conservan tu espíritu joven (y borracho): alguna calleja junto al museo de reproducciones artísticas, el olor del mercado de San Antón, los paseos por la ría entre Bilbao y Zorrotza, el puente colgante y las callejas de Portugalete.
Y el mar plomizo de Sopelana: ese seguro que es el mismo.
Está mal que los taberneros nos piropeemos uno al otro, pero me ha encantado lo que has escrito hoy.
Yo también he vuelto a la ciudad donde pasé mis mejores años y todo ha cambiado. En el último viaje me paré en una esquina y cerré los ojos. Dentro de mí todo seguía igual: aquel banco destartalado, el olor a pan de una panadería en la que hoy hay una óptica, su ventana encendida y mis compañeros saliendo de clase.
Ay esos recuerdos de ayer que nos dan la vida hoy!!
Preciosos recuerdos Zendo.
Voy a coger tu bicicleta para darme una vuelta por tus recuerdos.
Hay que ver cuánto y qué bien aprendiste, Zendo.
Hoy mismo vamos a comprobar ese aire de ría y poteo, seguro que alguna esquina te recuerda pasar haciendo eses.
Esa es mi ciudad, la de ayer y la de hoy. Dos vidas, dos pálpitos que se entrocan en nosotros.
Veremos Zendoia el Gran Bilbao de ayer pisando el de hoy.
Por la carretera llegue, despues de andar sin saber bien por donde, a la taverna del mar... y a gusto me reconforte en la noche fría de la soledad, al compartir emociones e ideales... un abrazo taberneros
Y los que no conocemos Bilbao, los que solo vamos un día a una convención anual junto a Sondika, para ganar tiempo, somos ahora más conocedores de lo que perdemos por no perder tiempo y sentimos añoranza de lo que no conocemos.
Gracias a tus palabras, gracias a tus versos.
Quizá quede poco de ese Bilbo que conociste.
Pero con escritos como este nos transportas, a los que no lo conocimos, de manera totalmente mágica a él.
Gracias por hacerlo.
Aunque mi experiencia no se circunscriba a Bilbo (donde he estado en dos ocasiones, durante sólo unas horas, de paso, y me ha parecido una ciudad encantadora ¡qué maravilla recuperar el tranvía!), comparto también en mi memoria imborrables recuerdos ligados al ferrocarril, esa parte de la capital desaparecida que, antaño, cubrían los raíles y los trenes desvencijados, viajos pabellones y talleres alumbrados en el último tercio del siglo XIX alcanzando los albores del siglo XXI cual leprosos, amputados y con innumerables muñones, que la vorágine urbanística (hoy ya no sólo circunscrita a la despellejada costa insular) ha conseguido prácticamente borrar del mapa; mientras el tren, mi entrañable, querido y superviviente tren, jadea bajo las losas de hormigón para llevarnos a nuestro destino, y en su movimiento pendular nos devolverá, horas más tarde, a nuestros pueblos de origen. Queda esa sensación, que los ciudadanos (o al menos sus representantes municipales) se avergonzaban de tener el tren recorriendo la faz capitolina, "...supone una quiebra urbanística..." como se cansaron de decir esos municippes, sin pensar que cuando los raíles besaron el suelo del extrarradio sólo las huertas de secano, y alguna de regadío, poblaban lo que hoy pueblan miles de personas al más puro estilo colmenero.
Pero a mí, me quedan los recuerdos, los trenes azules, a veces sucios, medio estropeados, renqueantes, pero llenos de vida, aquellos adorables automotores y remolques que han quedado, para siempre, ligados a nuestra memoria; otros trenes hacen hoy sus servicios, pero la impronta imborrable de mis primeros trenes sigue y seguirá presente, como aquella parte de la ciudad que conocí y que hoy, desgracidamente, es difícil reconocer. ¿Cuántas ciudades más no han sufrido metamorfosis similares con mejores o peores resultados? Suerte que nosotros, al menos por algunas décadas más, espero, podremos dar testimonio de aquella ciudad (y sus trenes) desvanecidos.
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