La bella Naxos
Naxos se merece algo especial. Anteriomente he esbozado una impresión general acerca del periplo realizado por diversos lugares de Grecia, muy positiva ya que el viaje me ha dejado un grato recuerdo. He contado también algo en torno a la parte más escondida de Atenas y de la isla Santorini, pues no todo es como aparece en las postales, en cualquier lugar convive una sociedad con sus problemas, o hay una calle sucia, o se perciben los desequilibrios producidos por la globalización.
Naxos tampoco será perfecta, pero a mí me lo ha parecido. Arribamos en barco a esta isla una tarde de octubre, tras una divertida travesía de dos horas desde Santorini. El sol desaparecía y la luna creciente había asomado en el cielo. Arreglamos el trato con los dueños de una pensión barata, en el barrio nuevo de la capital, donde se concentra la mayor parte de su población, y lo primero que hicimos fue empezar a descubrir la pequeña ciudad.
En las calles que van desde nuestro barrio hasta la parte vieja hay muchas tiendas, en algunas de ellas venden souvenirs, pero también hay una panadería con su horno, una carnicería, tiendas de ropa, de alimentación, locales donde alquilar coches y motos, una librería, y cómo no, bares, casi todos ellos con clientela local –esto se aprecia enseguida, los bares para turistas están rotulados en inglés y son bastante artificiales en todos los sitios–.
Junto al puerto discurre un ancho paseo, y las cafeterías que hay en él son más cosmopolitas, pero en ningún caso llegan al nivel de impersonalidad de las que se encuentran en otros paseos marítimos. Hay una terraza-restaurante realmente auténtica, regentada por tres mujeres de negro, con los pulpos y calamares expuestos en una vieja cámara frigorífica. En otra terraza ofrecen un menú económico, el primer día probamos aquí, y descubrimos que en esta isla se come bien y barato, y además, en lugares agradables.
Al final del muelle de Naxos se encuentra una de las señas más características de la isla, el arco de Apolo, resto casi único de un antiguo templo. Está ubicado en una islita unida a tierra por un espigón, y por la noche lo iluminan resaltando sobre el negro mar su perfecta geometría. A estas horas nocturnas, al otro lado del paseo, la juventud local se reúne en una amplia terraza, antes de ir a la discoteca que hay junto a ella.
Al día siguiente decidimos alquilar una moto, aún y sabiendo que al principio tendremos problemas para mantener el equilibrio, dada nuestra experiencia motorista. Pero tras tomar en el primer cruce la carretera que lleva hacia el norte, y transcurridos un par de kilómetros, le cogemos confianza a nuestro burro mecánico y allá nos vamos, curva a la derecha y luego a la izquierda, pasando por calas que dejamos a un lado. Están arreglando un tramo de la carretera –¡normal, con tantos agujeros!– que una vez atravesado nos deja frente a una torre de la época veneciana en mitad de la montaña. Nos quedamos allí a almorzar, y luego seguimos hasta llegar a Apollonas. En todo el camino, más de 50 kilómetros, sólo nos hemos cruzado con un coche. Se nos aparece desde un alto, tras girar una curva, este pueblito blanco y azul como todos los de aquí, y tiene buen aspecto: la población está a la izquierda de una extensa playa. Pero antes de llegar encontramos otro de los admirables símbolos de Naxos: un kouro (o estatua) de hace miles de años, inacabado, tumbado en la misma roca y unido a ella, de la que nunca se separó. Nos impresiona nuestra pequeñez a su lado, el kouro tiene, tumbado, la altura de una persona, no sé cuántos metros tendrá a lo largo. Bajamos a Apollonas, y en la playa leemos en un gran cartel que el nudismo está prohibido. Nos dirigimos a la parte más alejada del pueblo y allí, con el bañador puesto, nos metemos al agua. En vez de arena, hay pequeñas y redondas piedras de mármol en el fondo, luminosas con el brillo del agua, tan hermosas que no podemos dejar de llevarnos un par de ellas como recuerdo. En la misma playa comemos un bocadillo, y después, en la calita del pueblo tomamos un café helado en una de las terrazas que hay sobre el agua cristalina. Cogemos la moto y nos encaminamos de nuevo hacia Hora, la capital. Ha aumentado algo el tráfico, pero a pesar de ello, los motos y coches que aparecen son esporádicos.
Tras una ducha en casa, me dirijo al casco viejo, en un promontorio junto al puerto, una población amurallada dentro de lo que fue una fortaleza, llena de arcos y murallas. En la parte inferior hay unas cuantas tiendas para turistas, pero sin atiborrar la zona. Hacia arriba, callejuelas con pequeñas casas, lo que fue el torreón del castro y la iglesia principal. Es encantador este viejo barrio, lleno de bonitos rincones, con calles empedradas de mármol, no hay mucha gente por aquí. Hoy volveremos al restaurante de ayer, y fuera de menú, pediremos yogurt de postre, del de verdad, parecido al requesón, servido con miel.
Al día siguiente cogemos la moto y nos dirigimos hacia el centro de la isla. En el camino visitamos los restos del templo de Demetra, entre viñas y olivos. Lo están reconstruyendo, y hay varios paneles explicando cómo era el edificio y en qué consiste la obra que realizan actualmente. Más arriba encontramos pequeños pueblos, Halki, después Filota, en la parte alta de un verde valle entre montañas, y subiendo aún más, al otro lado del monte Zas, llegamos a Apiranthos. Las calles de estos lugares son transitadas por sus habitantes mientras hacen los recados, o van camino al trabajo, juegan al backgamon en las terrazas o simplemente, pasan el rato. Éste es un mundo tranquilo, también hay visitantes, casi imperceptibles en la atmósfera local. Comemos unos souvlakis, y después de una copita de ouzo, tomamos de nuevo el camino hacia la costa, carretera abajo, pero esta vez recorriendo otra ruta junto a la que nos topamos con lugares hermosos y sorprendentes: la iglesia Panagia Drossiani, del siglo IV en su parte más antigua, aunque tiene otras dos naves más “nuevas”, de los siglos VIII y X, según nos explica en un inglés parecido al nuestro una mujer que atiende el templo; el kouro de Melanes, que yace en un huerto bajo la sombra de un gran roble, cercano a otras ruinas milenarias; una cantera de mármol verdaderamente blanca, blanquísima montaña horadada al sol del atardecer... y así llegamos a Hora; hoy cenaremos donde las tres mujeres de negro, tzatziki y unos chipirones a la parrilla, que tienen buena pinta.
En nuestro tercer día en Naxos vamos hacia el sur, a las playas. Pero antes hacemos otra visita cultural, el templo de Dionisos: nada más que una explanada con cuatro columnas partidas, y nos hace gracia haber conocido “el no va más” de los templos griegos. Cerca de la capital hay una zona llena de pequeños hostales, pero no es muy cargante, el camino que la atraviesa está sin asfaltar y los pocos turistas que lo transitan van en bici. En un momento dado el camino se aleja de la costa y tras perdernos entre unas casitas encontramos otro camino “principal”, éste también sin asfaltar y lleno de agujeros, pero que nos lleva a una hermosa playa. Aquí no pone nada sobre el nudismo, así que nos quitamos toda la ropa y nos bañamos en sus aguas, frente a la isla de Paros.
Cuando nos aburrimos de esta playa, seguimos adelante en busca de otra: la siguiente no es muy buena para el baño, a pesar de tener fina arena hay demasiadas rocas en el agua. Por tanto, continuamos más al sur, y nos volvemos a perder entre colinas que dan al mar, hasta que encontramos una carretera. La seguimos y así llegamos a la playa más hermosa que hayamos visto en la isla, tan vacía de gente como las anteriores, bajo un pequeño acantilado al que se llega atravesando un campo de flores azules y moradas, el paraíso. Pero decidimos que primero hay que comer algo, por lo que vamos hasta un restaurante que habíamos visto en el camino. Yo pido un plato del lugar, con un nombre en griego que no recuerdo –carne no sé cómo hecha–, pero el camarero me dice que hoy no tienen eso y a ver si no me importa pedir otro plato de nombre aún más extraño. Yo que sí, y me trae cordero asado con patatas, buenísimo ¡aunque algo pesado para ir luego a bañarse! A pesar de ello, con la tripa llena, volvemos a la playa que habíamos visto tras las flores de colores, y en ella nos bañamos varias veces, y hacemos fotos, y otra vez al agua entre decenas de pececillos que nos acompañan... El sol va cayendo, y tenemos que retomar el camino a casa. Hoy tenemos que devolver la moto, pero antes de ello degustamos un café en una playa junto a Hora. Este bar lo han copado los extranjeros, alemanes casi todos, y no es de extrañar, porque allí veremos el anochecer más hermoso de todo el viaje. Mientras el sol se esconde detrás de Paros, el cielo adquiere mil colores que se reflejan en las tranquilas aguas del Egeo. Un espectáculo inolvidable.
Por fin, cuando oscurece, le devolvemos la moto de nuestras aventuras al simpático Nikos, y vamos a cenar por última vez en la bella Naxos. Al día siguiente dejamos las mochilas en la consigna del puerto y nos adentramos en las calles del castro de Hora para dar nuestros últimos pasos sobre el mármol de esta adorable tierra: nos llevaremos un buen recuerdo de aquí. No sabemos si poner cara de comedia o de tragedia. Nos dirigimos al barco, nos vamos, esto se acabó.
9 Comentarios:
que gusto viajar tan temprano.
¿cara de comedia o de tragedia?
hay mascara que sirven para las dos cosas, es cuestión de darles la vuelta
la pobre Ariadna, que ayudó a Teseo a derrotar al Minotauro con el hilo, vió como su héroe la dejaba tirada (como una perra) en las playas de Naxos.
Pero el destino le tenía preparada una sorpresa: allí conoció nada más y nada menos que a Dionisos, y ya todo fue vino, musica y orgías.
Vamos, que te lo has pasado mejor que Ariadna en Naxos.
Zendo, que fotos más preciosas!!! si alguna vez voy a Naxos (espero que así sea) me llevaré tu diario. Tal y como lo describes parece el paraiso.
Serrano ya te vale, tú y Dionisos, Dionisos y tú. ¿Fijación tal vez??
PRIMAVERAL
(...)Mi dulce musa Delicia
me trajo un ánfora griega
cincelada en alabastro,
de vino de Naxos llena;
y una hermosa copa de oro,
la base henchida de perlas,
para que bebiese el vino
que es propicio a los poetas.
En el ánfora está Diana,
real, orgullosa, esbelta,
con su desnudez divina
y en actitud cinegética.
Y en la copa luminosa
está Venus Citerea
tendida cerca de Adonis
que sus caricias desdeña.
No quiero el vino de Naxos
ni el ánfora de asas bellas,
ni la copa donde Cipria
al gallardo Adonis ruega.
Quiero beber del amor
sólo en tu boca bermeja...
Rubén Darío
"Diario de dos en moto por Grecia", textos y fotos de J.M.Zendoia.
Se puede decir más alto pero no más claro. Bella sencillez.
Gracias.
Diarios de motocicleta..., me encanta.
Muchas gracias por compartir... Me han encantado las fotos...
Gracias. Por el paseo y por el romance... porque en todo momento sentí la dulzura de dos tomados de la mano, sintiéndose plenos, divertidos... enamorados...
Naxos... Qué marco más bello para vuestro Amor...
Otra vez Josemarí & Co., gracias...
¡Me ha encantado!
Nosotros no llegamos a alquilar moto, pero sí que nos hicimos alguna escapada en autobus (a Halki) y otra en barco a Delos y Mykonos. Pero creo que en realidad Naxos fue una de las islas que más nos gustó. Mucho más tanquila y auténtica que Santorini y Creta (o al menos, que Iraklio y Rethymno)
¡Un saludo viajero!
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