La taberna del mar: febrero 2008

29 febrero 2008

Cielo de plomo


Se ha nublado el jardín,
los mirlos y gorriones vuelan y cantan,
tarde gris, vacía.

Llega humo desde la ladera de la montaña,
el laurel está en flor, amarilla y oscura,
y han comenzado las hojas de la higuera
a brotar en sus ramas desnudas,
cielo de plomo sobre la ciudad,
troncos envueltos en liquen,
tarde gris, vacía.

Quítame todo esto de encima.

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27 febrero 2008

Oración


Oración (1988)

¡Concédeme Señor poder gozar
una vez más de su abrazo,
que me acoja en su pecho mansamente,
como una madre a su recién nacido!

¡Concédeme Señor una más de sus caricias,
un único roce de sus manos ardientes,
que uno solo de sus dedos
me toque la mejilla aunque sea una vez más!

¡Te ruego que me regales
una última mirada,
que sus labios me besen el cogote,
que se apoye en mi espalda,
que me estreche los hombros
con esos brazos suyos, poderosos!

¡Juro que no volveré a pedir nunca nada,
pero concédeme oír una vez más su voz,
déjame que le acaricie el muslo,
que le bese el estómago,
que sienta en mi lengua
su sabor salino, su dulzura!

¡Déjame disfrutar por última vez
de su pureza cándida,
de su grave juventud ya abandonada,
de la languidez con la que entorna los párpados,
de la forma con la que, ufano,
me dice que ya no habrá más,
que todo ha terminado!

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25 febrero 2008

Como entonces


Como entonces (1987)

Hoy he vuelto a desear como entonces
la noche oscura que nunca llega,
con sus estrellas sin luz, ya secas,
con sus opacos e inhóspitos rincones.

He deseado el eterno silencio
cubierto por remotos universos,
y he querido oír horribles lamentos
cuyos ecos antes ya murieron.

He preferido llorar, agónico y perdido,
deshechas las traidoras ilusiones,
y he olvidado las voces de la ira
que talan mi alma y la dejan fría.

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22 febrero 2008

Precipicio

Al borde de un precipicio otra vez, otra vez la misma angustia de hace años, saber que no hay nada que me calme, que paso por delante del jardín donde los ancianos se comen los yogures que les traen sus hijos una vez a la semana mientras se sientan con ellos al sol, pero hoy es lunes y solo quedan las tapas de yogures esparcidas por el césped, y los pobres ancianos dentro de su pecera del cristal que miran con ojos neblinosos hacia el parque, soñando con que llegue otra vez el domingo para poder disfrutar de un cuarto de hora al sol con su familia, comiéndose un yogur que ni les gusta, y así es como hoy me siento, como otras veces: en una pecera con los labios pegados de yogur reseco que no quiero limpiar porque me recuerda la tarde de ayer, al borde del precipicio otra vez, sabiendo que ni siquiera tus abrazos van a calmar mi angustia, porque se trata de una angustia vital que no tiene solución, y que además tengo la seguridad de que si me lanzara al vacío tampoco eso acabaría con mis miedos y mis angustias, que todo seguiría eternamente así, por eso no me echo a volar.

Así que dame la mano, sujétame con fuerza, sabes que esto se pasa (me conoces ya tanto), sabes que serán solo algunos días (pero son más cada vez), que dentro de poco estaré paseando por estos caminos cercanos al acantilado oyendo el ruido de las gaviotas sin que las olas me llamen al romperse contra las rocas, allá abajo.


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20 febrero 2008

Temor


Desde que recibiste el permiso para irte
he dejado de verte,
se me borra de la mente el recuerdo
de tus recias pisadas,
se nublan en la memoria
tu cabello negro
y tu alegre rostro,
y sin embargo sé
que aún estás aquí,
esperando la próxima vuelta en la rueda,
buscando el momento de volver
a alegrar las puntas de mis dedos.

Cuando acaricie
el escrito que me envíes,
temo que te conviertas
en uno de esos besos
que se dan a desgana.

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18 febrero 2008

Un jardín en la parte de atrás

Había una vez un colegio de una ciudad pequeña de provincias. El edificio estaba en el borde de la ciudad antigua y tenía dos puertas: una que comunicaba con el centro de la ciudad, por la que cada mañana entraban los hijos de los abogados, los médicos y los maestros, y otra trasera que daba a los barrios de los obreros. Sus hijos tenían que cruzar cada día una calle de cuatro carriles con un tráfico espantoso por un paso de cebra sin semáforos. Algunos acabaron allí sus cortas vidas.

En esa puerta trasera, había un terreno triangular lleno de cardos y escombros que pertenecía al ayuntamiento. Uno de los maestros, que habitualmente cuidaba el comedor, decidió dedicar ese tiempo que les quedaba libre a los niños que no iban a comer a casa, entre las clases de la mañana y la tarde, para enseñarles a cultivar un jardín. Recogieron los escombros, arrancaron los hierbajos, cavaron la tierra, la regaron y, finalmente, empezaron a plantar. Dedicaron una parte, la más externa, a poner plantas con flores: rosales, geranios, margaritas. Y en el interior, junto a la valla, los chavales aprendieron el milagro de la vida con las lentejas, las judías o los garbanzos que traían de casa y que rápido empezaban a germinar con sus altos tallos verdosos.

Así, los niños que cruzaban del otro lado, empezaron a presumir de jardín e incluso algunos padres del centro rodeaban el patio del colegio para ver aquellas lozanas margaritas y sentir la fragancia de las rosas.

Un día, el ayuntamiento comunicó a la dirección del colegio que ese terreno era suyo y que tenía previsto acondicionarlo para poner un jardín. La dirección, sorprendida, le hizo saber que ya había un jardín, y que los niños estaban encantados. Pero el ayuntamiento pensó que era peligroso, que estaba junto a la carretera, y que los niños no debían salir del recinto vallado del colegio.

A los dos meses, el jardín era de nuevo un estercolero lleno de hierbajos y, poco después, fue asfaltado. Una señora que miraba cada día desde su ventana a los muchachos trabajando con tanta ilusión, escribió varias cartas a los periódicos, y el ayuntamiento, algo avergonzado, concedió el título de ciudadano ejemplar al maestro. Pero el jardín ya era solo un trozo más de asfalto gris en una ciudad llena de asfalto gris.

Recuerdo la tarde de mayo en la que el maestro hizo cerrar las persianas de la clase: “Es para que os concentréis mejor, como en el cine”. Desde la calle llegaba el sonido de la excavadora que arrancaba las rosas y las plantas de tomates. Pero el maestro abrió un libro y comenzó a leerlo. Se llamaba “Corazón”.

Ese día supe que mi padre era un hombre especial y que el mundo era, en general, una mierda.

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15 febrero 2008

Espacios en blanco


Espacios en blanco perdidos entre las hojas de los libros. La frase estaba escrita en un trozo de papel sobre la mesa, a modo de mensaje criptográfico, pero no podía recordar cuándo la había escrito, ni para qué. Junto al trozo de papel había decenas de libros amontonados, cientos de hojas, miles de palabras y los espacios en blanco que quedaban entre ellas. No sabía cómo empezar a encontrar entre todos aquellos huecos una expresión oculta. Pero las instrucciones mostraban claramente que allí era donde tenía que buscar, en los espacios en blanco perdidos entre las hojas de los libros. Empezó a escoger algunas frases intentando descubrir un mensaje imprevisto al pasar de una a otra. Pero a pesar de que entre una frase y otra quedaba un espacio, al comenzar a leer desaparecían los huecos, y la lectura continuaba adelante sin cesar, sin huecos, sin intervalos, sin espacios en blanco. Leyó miles de frases en un santiamén, y para cuando se dio cuenta, estaba tragándose los párrafos, pasando páginas, avanzando, habiendo olvidado la búsqueda de mensajes ocultos. Cuando terminó el primer libro, lo dejó a un lado y cogió el siguiente de la pila, otro montón de palabras, frases, párrafos, capítulos. Hasta se le había olvidado casi ir al baño, cuando de pronto su mirada se posó sobre el trozo de papel en la mesa: espacios en blanco perdidos entre las hojas de los libros. Y entonces se dio cuenta. Él era el espacio en blanco, él quien se había perdido entre las hojas de los libros.


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13 febrero 2008

Las nubes

Las nubes (1989)

Sólo las nubes saben si me pierdo las noches
en lóbregas callejas de arrabal,
si me abandono,
en las abrasadoras dunas del fracaso,
a deleites opacos de gozo inadmisible.

Sólo las nubes saben si frecuento
mazmorras de pasión desangelada,
si me entrego,
con angustia morada arrepentida,
a rituales íntimos desasosegadores.

Sólo las nubes saben cuando arrastran
sus arreos descosidos por el cielo,
aullando,
cómplices suprahumanos de mi humana vergüenza,
las noches que me pierdo en arrabales.

¿Dónde estoy?, ¿cuándo?,
¿cómo?, ¿qué hago?.

Preguntadle a las nubes.


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11 febrero 2008

Nuestro mundo no es de este reino


Nuestro mundo no es de este reino,
ni nuestro aire de esta celda
ni nuestra luz de estos días negros.
Te pediría que me liberaras
de este reino,
de esta celda,
de estos días.
Pero tú también estás atrapado
en estos días,
en esta celda,
en este reino intruso.

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08 febrero 2008

Luz invernal


Déjame ver la mañana adormecida
que anhelaba hace unas horas,
la deslumbrante luz anaranjada
y las hojas negras aprisionadas
en el hielo,
flotando en la piscina congelada.

Abandono la cama revuelta
para poner la mejilla en el cristal.
Abro la ventana y salgo al balcón desnudo.

Un pajarillo camina sobre el hielo
y picotea unas migajas.

Un camión retumba en la autovía.

Un jardinero arrastra un pesado rastrillo,
incapaz de arañar la tierra helada.
Al fondo del jardín, una pequeña hoguera
crepita con débiles llamaradas,
que se ahogan entre un humo verdoso.

Hoy no habrá más de cuatro o cinco horas de luz.
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06 febrero 2008

De aquellas noches


¿Y qué queda de aquello?
Una noche, o cientos,
apoyado contra la pared de piedra,
sosteniendo una cerveza
ya sin espuma,
al borde de la barra.
A escondidas en la oscuridad,
medio extraviados de lado a lado,
queriendo abrirle un túnel a la vida
para escapar de la rutina,
así construimos el camino subterráneo
que traspasar para llegar a otro mundo
que creíamos invariable
y a la vez difuso,
cual carnaval alargado eternamente.
El vago rastro guardado
en una rendija del recuerdo,
pálida luz de noches negras
recorridas a ciegas,
mareo de mil ciabogas
como de remeros mutilados.
Nada más, tal vez,
que las flores marchitas
dejadas por la huella de tantas odiseas
que vimos al borde del camino.

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04 febrero 2008

Portazo

Por más que hayamos decidido por consenso
no volver a limpiar las escaleras,
por más que dentro de los túneles
las sombras no descansen hasta encadenarnos,
pero muy suavemente, a los bordillos,
por más que (casi sin sentirlo)
cuando cerramos la puerta a medianoche
presintamos que un leve halo mohoso
acecha sigiloso nuestro sueño,
por más que, avergonzados,
miremos hacia abajo en el pasillo
al encontrarnos sin querer al otro día,
no debemos desestimar la posibilidad
de hacerlo una vez más,
de agarrar las maletas,
y dar un portazo que haga temblar el mundo,
y que se jodan.


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01 febrero 2008

Fotos antiguas


Desapareces
durante un breve descanso
dejándome aquí.
No te vayas,
podría rogar a gritos,
no me abandones,
pedirte a voces.
Tú sabrás
qué es imprescindible,
márchate plácidamente,
dame un pequeño respiro,
que yo mientras
sacaré las fotos antiguas del cajón
y me quedaré mirándolas.
Rostros sin arrugas,
senderos perdidos entre las montañas,
el mar, siempre el mar,
y el sosiego de seguir esperándote.

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