La taberna del mar: abril 2011

27 abril 2011

Casablanca

No recuerdo haber visto nunca estas olas
verdes que rompen allá, tan lejos que
la vista no llega,
verdes de espuma blanca como mareas de media luna verde,
como mantas, como telas islámicas que recubren
cadáveres de santos
que arrollan y atosigan, que ahogan,
rompen allá tan lejos que uno duda
de que alguna vez hayan sido otra cosa que olas rotas
que hayan formado parte alguna vez de la palidez verde
de ese manso horizonte verde,
llegan rotas y la espuma es tan densa
y salta y se alborota y se remueve el fondo
y no traen nada.
Olas verdes revueltas y la brisa arranca la sal
y la revienta contra el cemento de los rompeolas
y la ciudad vierte sus olores de fango
pero la luz y el vendaval se los devuelve
multiplicados por infinito
y convertidos en sal, algas y peces
y los ojos se ciegan de sol y de arena
y las nubes, tan rápidas que no da tiempo a verlas
y las sombras a contraluz y los destellos verdes
y el vendaval
y las casitas blancas azotadas
y las gaviotas
y los niños que juegan a ser gaviotas
y abren los brazos frente al aire
y se inclinan hacia delante sin caerse
y las olas verdes que rompen allá lejos
y la espuma, tan densa,
y la arena que ciega
los ojos, las tapias y las azoteas
y la ciudad que vomita su estiércol.
Como si el mundo se hubiera descompuesto
en granitos de luz, de sal y arena,
como en un cuadro de Seurat.
Todo es sal y luz y verde
y viento y espuma y sal y viento
y verde y sal y espuma
y destellos de escamas y sol y sombras a contraluz
y el vertiginoso discurrir de las nubes por el cielo
y el horizonte manso y verde.
Toda la luz de África y todo el viento del Atlántico
y su sal y su espuma de golpe, todo a la vez,
vertiginoso, desatado, brutal,
tanto que uno se pregunta si este mar habrá sido
alguna vez otra cosa que vértigo.


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12 abril 2011

He vuelto a mi isla

He vuelto a mi isla,
en el hatillo una botella de whisky,
alubias negras y morcilla,
recuerdos de mi patria perdida.
Los pasajeros hemos cargado
los bártulos en la barca, blanca y azul,
para atravesar lentamente
esta ría plateada,
y en la taberna del mar
hemos visto reír a los niños
mientras el capitán sigue vaciando
barriles de cerveza.
La barca vadea
entre el castillo derruido
y el faro renovado
de regreso a puerto
y entonces, sentado a la mesa
he sacado los papeles y lápices
y entre manchas
ha comenzado a perfilarse
un esbozo verde,
entre las piedras negras de mi islote,
calcetines gruesos de lana,
un carro que avanza dudoso
meneándose sobre caminos de arena,
las lejanas montañas reflejadas
sobre la calma superficie del mar,
la caseta de mi isla,
el muelle que se hunde en el agua,
y todas las aves que regresan
de vuelta a mi recuerdo:
gaviotas, cuervos, mirlos y palomas,
patos y perdices
que vuelan bajo el gris de las nubes
y buscan mi isla una vez más
girando sobre los botes de pesca.
Hubo tardes lejanas
en el puerto escondido,
y las habrá de nuevo
en cualquier refugio costero.


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