La taberna del mar: octubre 2006

30 octubre 2006

La bella Naxos

atardecer azul (Naxos)Naxos se merece algo especial. Anteriomente he esbozado una impresión general acerca del periplo realizado por diversos lugares de Grecia, muy positiva ya que el viaje me ha dejado un grato recuerdo. He contado también algo en torno a la parte más escondida de Atenas y de la isla Santorini, pues no todo es como aparece en las postales, en cualquier lugar convive una sociedad con sus problemas, o hay una calle sucia, o se perciben los desequilibrios producidos por la globalización.
Naxos tampoco será perfecta, pero a mí me lo ha parecido. Arribamos en barco a esta isla una tarde de octubre, tras una divertida travesía de dos horas desde Santorini. El sol desaparecía y la luna creciente había asomado en el cielo. Arreglamos el trato con los dueños de una pensión barata, en el barrio nuevo de la capital, donde se concentra la mayor parte de su población, y lo primero que hicimos fue empezar a descubrir la pequeña ciudad.
Hora, Naxos
En las calles que van desde nuestro barrio hasta la parte vieja hay muchas tiendas, en algunas de ellas venden souvenirs, pero también hay una panadería con su horno, una carnicería, tiendas de ropa, de alimentación, locales donde alquilar coches y motos, una librería, y cómo no, bares, casi todos ellos con clientela local –esto se aprecia enseguida, los bares para turistas están rotulados en inglés y son bastante artificiales en todos los sitios–.
Junto al puerto discurre un ancho paseo, y las cafeterías que hay en él son más cosmopolitas, pero en ningún caso llegan al nivel de impersonalidad de las que se encuentran en otros paseos marítimos. Hay una terraza-restaurante realmente auténtica, regentada por tres mujeres de negro, con los pulpos y calamares expuestos en una vieja cámara frigorífica. En otra terraza ofrecen un menú económico, el primer día probamos aquí, y descubrimos que en esta isla se come bien y barato, y además, en lugares agradables.
Al final del muelle de Naxos se encuentra una de las señas más características de la isla, el arco de Apolo, resto casi único de un antiguo templo. Está ubicado en una islita unida a tierra por un espigón, y por la noche lo iluminan resaltando sobre el negro mar su perfecta geometría. A estas horas nocturnas, al otro lado del paseo, la juventud local se reúne en una amplia terraza, antes de ir a la discoteca que hay junto a ella.
Arco de Apolo, Naxos
Al día siguiente decidimos alquilar una moto, aún y sabiendo que al principio tendremos problemas para mantener el equilibrio, dada nuestra experiencia motorista. Pero tras tomar en el primer cruce la carretera que lleva hacia el norte, y transcurridos un par de kilómetros, le cogemos confianza a nuestro burro mecánico y allá nos vamos, curva a la derecha y luego a la izquierda, pasando por calas que dejamos a un lado. Están arreglando un tramo de la carretera –¡normal, con tantos agujeros!– que una vez atravesado nos deja frente a una torre de la época veneciana en mitad de la montaña. Nos quedamos allí a almorzar, y luego seguimos hasta llegar a Apollonas. En todo el camino, más de 50 kilómetros, sólo nos hemos cruzado con un coche. Se nos aparece desde un alto, tras girar una curva, este pueblito blanco y azul como todos los de aquí, y tiene buen aspecto: la población está a la izquierda de una extensa playa. Pero antes de llegar encontramos otro de los admirables símbolos de Naxos: un kouro (o estatua) de hace miles de años, inacabado, tumbado en la misma roca y unido a ella, de la que nunca se separó. Kouro ApollonasNos impresiona nuestra pequeñez a su lado, el kouro tiene, tumbado, la altura de una persona, no sé cuántos metros tendrá a lo largo. Bajamos a Apollonas, y en la playa leemos en un gran cartel que el nudismo está prohibido. Nos dirigimos a la parte más alejada del pueblo y allí, con el bañador puesto, nos metemos al agua. En vez de arena, hay pequeñas y redondas piedras de mármol en el fondo, luminosas con el brillo del agua, tan hermosas que no podemos dejar de llevarnos un par de ellas como recuerdo. En la misma playa comemos un bocadillo, y después, en la calita del pueblo tomamos un café helado en una de las terrazas que hay sobre el agua cristalina. Cogemos la moto y nos encaminamos de nuevo hacia Hora, la capital. Ha aumentado algo el tráfico, pero a pesar de ello, los motos y coches que aparecen son esporádicos.
Tras una ducha en casa, me dirijo al casco viejo, en un promontorio junto al puerto, una población amurallada dentro de lo que fue una fortaleza, llena de arcos y murallas. En la parte inferior hay unas cuantas tiendas para turistas, pero sin atiborrar la zona. Hacia arriba, callejuelas con pequeñas casas, lo que fue el torreón del castro y la iglesia principal. Es encantador este viejo barrio, lleno de bonitos rincones, con calles empedradas de mármol, no hay mucha gente por aquí. Hoy volveremos al restaurante de ayer, y fuera de menú, pediremos yogurt de postre, del de verdad, parecido al requesón, servido con miel.
Al día siguiente cogemos la moto y nos dirigimos hacia el centro de la isla. En el camino visitamos los restos del templo de Demetra, entre viñas y olivos. Lo están reconstruyendo, y hay varios paneles explicando cómo era el edificio y en qué consiste la obra que realizan actualmente. Más arriba encontramos pequeños pueblos, Halki, después Filota, en la parte alta de un verde valle entre montañas, y subiendo aún más, al otro lado del monte Zas, llegamos a Apiranthos. Las calles de estos lugares son transitadas por sus habitantes mientras hacen los recados, o van camino al trabajo, juegan al backgamon en las terrazas o simplemente, pasan el rato. Éste es un mundo tranquilo, también hay visitantes, casi imperceptibles en la atmósfera local. Comemos unos souvlakis, y después de una copita de ouzo, tomamos de nuevo el camino hacia la costa, carretera abajo, pero esta vez recorriendo otra ruta junto a la que nos topamos con lugares hermosos y sorprendentes: la iglesia Panagia Drossiani, del siglo IV en su parte más antigua, aunque tiene otras dos naves más “nuevas”, de los siglos VIII y X, según nos explica en un inglés parecido al nuestro una mujer que atiende el templo; el kouro de Melanes, que yace en un huerto bajo la sombra de un gran roble, cercano a otras ruinas milenarias; una cantera de mármol verdaderamente blanca, blanquísima montaña horadada al sol del atardecer... y así llegamos a Hora; hoy cenaremos donde las tres mujeres de negro, tzatziki y unos chipirones a la parrilla, que tienen buena pinta.
En nuestro tercer día en Naxos vamos hacia el sur, a las playas. Pero antes hacemos otra visita cultural, el templo de Dionisos: nada más que una explanada con cuatro columnas partidas, y nos hace gracia haber conocido “el no va más” de los templos griegos. Cerca de la capital hay una zona llena de pequeños hostales, pero no es muy cargante, el camino que la atraviesa está sin asfaltar y los pocos turistas que lo transitan van en bici. En un momento dado el camino se aleja de la costa y tras perdernos entre unas casitas encontramos otro camino “principal”, éste también sin asfaltar y lleno de agujeros, pero que nos lleva a una hermosa playa. Aquí no pone nada sobre el nudismo, así que nos quitamos toda la ropa y nos bañamos en sus aguas, frente a la isla de Paros.
Cuando nos aburrimos de esta playa, seguimos adelante en busca de otra: la siguiente no es muy buena para el baño, a pesar de tener fina arena hay demasiadas rocas en el agua. Por tanto, continuamos más al sur, y nos volvemos a perder entre colinas que dan al mar, hasta que encontramos una carretera. La seguimos y así llegamos a la playa más hermosa que hayamos visto en la isla, tan vacía de gente como las anteriores, bajo un pequeño acantilado al que se llega atravesando un campo de flores azules y moradas, el paraíso. Pero decidimos que primero hay que comer algo, por lo que vamos hasta un restaurante que habíamos visto en el camino. Yo pido un plato del lugar, con un nombre en griego que no recuerdo –carne no sé cómo hecha–, pero el camarero me dice que hoy no tienen eso y a ver si no me importa pedir otro plato de nombre aún más extraño. Yo que sí, y me trae cordero asado con patatas, buenísimo ¡aunque algo pesado para ir luego a bañarse! A pesar de ello, con la tripa llena, volvemos a la playa que habíamos visto tras las flores de colores, y en ella nos bañamos varias veces, y hacemos fotos, y otra vez al agua entre decenas de pececillos que nos acompañan... El sol va cayendo, y tenemos que retomar el camino a casa. Hoy tenemos que devolver la moto, pero antes de ello degustamos un café en una playa junto a Hora. Este bar lo han copado los extranjeros, alemanes casi todos, y no es de extrañar, porque allí veremos el anochecer más hermoso de todo el viaje. Mientras el sol se esconde detrás de Paros, el cielo adquiere mil colores que se reflejan en las tranquilas aguas del Egeo. Un espectáculo inolvidable.
Agios Georgios
Por fin, cuando oscurece, le devolvemos la moto de nuestras aventuras al simpático Nikos, y vamos a cenar por última vez en la bella Naxos. Al día siguiente dejamos las mochilas en la consigna del puerto y nos adentramos en las calles del castro de Hora para dar nuestros últimos pasos sobre el mármol de esta adorable tierra: nos llevaremos un buen recuerdo de aquí. No sabemos si poner cara de comedia o de tragedia. Nos dirigimos al barco, nos vamos, esto se acabó.
Un burro sobre mármol

27 octubre 2006

Atenas


Atenas (1997)

Atenas,
como el esqueleto calcinado
de un insecto infinito
levanta hacia el cielo millones
de patas parabólicas.
Sólo el Templo respira,
henchido en una inspiración de dura siglos.
Desparramada como un cáncer por las suaves colinas
de verde y de granito.
Y al fondo el mar
(sólo un atisbo,
pero brilla en agosto
y resplandece)
y un olivo, regalo de la diosa,
mece su túnica verde y gris tornasolada
entre las camionetas y las motos.

Pesadilla romana de una ensoñación griega,
Atenas
resucita cada noche
cuando la colina sagrada resplandece en lo alto,
cuando el vino y el ouzo
nos embriagan,
cuando una fuerza ancestral
nos desintegra en orgías de arrebato
y ascendemos,
cuando un muchacho de blanco
con flores en el pelo
se entrega a una danza sacrílega,
y vibra y enrojece
y, en sus ojos,
pero dentro, muy dentro,
Dionisos desgrana un racimo de uvas
en sus labios dorados.

(Foto de Jose M. Zendoia)

25 octubre 2006

Viñas de Santorini

Vid de Santorini
Las viñas de Santorini se recogen sobre sí mismas, apegadas a la tierra. En los viñedos de esta isla poco lluviosa, el campesino enrosca el tronco de la planta según va creciendo, dándole forma de corona, para guardar la humedad de la tierra y así facilitar el crecimiento de nuevas hojas y frutos pegados al suelo.

Los habitantes de Santorini –o Thira, nombre oficial de la isla–, sin embargo, en vez de permanecer apegados a la tierra, se han abierto al mundo. Miles de extranjeros se les acercan cada día, en grandes y elegantes buques, y en naves voladoras llegadas del cielo. No es de extrañar: este pequeño archipiélago formado tras la gigantesca erupción de un volcán es espectacular, las blancas casitas de los pueblos sobre sus acantilados adquieren sugerentes formas caprichosas, y sus moradores han llevado el intenso azul del cielo y del mar hasta las puertas y ventanas. Los turistas se acercan a disfrutar de este hermoso lugar, y con ellos llega el dinero, y con el dinero nuevas oportunidades para los habitantes de la isla.

Firá, Santorini
De las viñas de Santorini se obtiene un buen vino blanco, pero los viñedos desaparecerán con la presión del turismo. Se gana mucho más, trabajando menos y más cómodamente, construyendo hostales para los visitantes sobre el fértil terreno. En las tierras donde había viñas se edificarán nuevas construcciones, y tal vez algún día los habitantes de la isla lleguen a pensar que hubiera sido mejor haberse mantenido pegados a su tierra, enroscados, tal y como hacían con la planta de la vid.

23 octubre 2006

Paraportiani

ParaportianiParaportiani (1997)

Blanca de cal,
azotada por el viento.
El meltemi incesante
corroe tus entrañas,
y la sal
y las gaviotas
hacen juegos de espuma
para alabar la suave redondez
de tus yesos desconchados.
Saber que estás ahí alegra mis desvelos
a pesar de la distancia inmensa.
Muda,
desnuda ante el océano.
El sol crepuscular convierte
en sangre la cal
y te ofrece a algún dios silencioso.
Paraportiani descansa en el granito.

(Foto de Jose M. Zendoia)

20 octubre 2006

Atenas, la nuestra

Leonidou kalea, Atenas
La autopista que lleva del aeropuerto a la ciudad es muy nueva, como en todas las recientes sedes olímpicas. Según nos acercamos al centro, las delegaciones de las multinacionales de todos los sectores económicos, son también modernos edificios. Cuando comienzan los semáforos, sin embargo, empezamos a apreciar cierto caos: demasiados coches (es noche de sábado) tocando la bocina, demasiado rápidos de un lado a otro. El tráfico no es muy ordenado. La autopista nos lleva a anchas avenidas, y de éstas pasamos a calles más estrechas, y el taxista (ay, los taxistas, a menudo tan reaccionarios) nos cuenta que hay demasiados foráneos, que los inmigrantes están estropeando la ciudad, ¡mirad, esos de ahí son albaneses!, nos dice con desprecio. Que él es de Atenas, de toda la vida, como su padre y sus abuelos (no cita a la madre ni a las abuelas), y que no le gusta que haya tanto inmigrante porque crean problemas. ¡Cuidado!, nos dice también, en esta plaza se mueve droga, aquí os robarán todo lo que llevéis encima. Nuestro hostal está en el centro de la ciudad, pero el taxista tiene que mirar la dirección en el plano, pues queda dentro de una malla de estrechas callejuelas. Parece que le apena llevarnos allí porque el lugar está al margen de la elegancia urbana, escondido entre prostíbulos semiderruidos y aceras destartaladas.

Y a nosotros nos gusta estar junto a un bar turco, y espiar los extraños movimientos que en él se producen, y la primera cosa que hacemos tras dejar las mochilas, a la una y media de la madrugada, es ir a la plaza Omonia, sí, a ésa en la que tanta droga hay, y no nos ocurre nada, nadie nos hace ni caso. Al día siguiente, junto a nuestra casa se reúnen multitud de mujeres, muchas de negro, no sabemos para qué, y vemos a varios hombres, de uno en uno o de dos en dos, subir las escaleras de una casa de putas, y en una taberna a la que entramos a tomar una cerveza, el camarero está bebido, mientras cada uno de sus colegas menea incesantemente una especie de rosario con los dedos de la mano.

Agio Konstantinou enparantza, Atenas
Nuestra pensión no es muy elegante aunque se llama Apollonio, pero hemos descansado bien en ella. Toda Atenas no es igual aunque sea demasiado ruidosa, pero hemos estado a gusto en este barrio perdido en el centro de la ciudad.

18 octubre 2006

La noche que el Leteo me ofreciste


Nunca recuperé vidas pasadas,
me aferré a tus miradas deslucidas,
disimulé soberbio las preguntas,
la noche que el Leteo me ofreciste.
Recorrimos la noche hasta quemarla
abrazados, borrachos, ateridos,
nunca supe quién fui ni qué había sido
la noche que el Leteo me ofreciste.
Conocimos piratas de basuras,
vendedores de ratas y cartones,
atormentados niños despeinados
la noche que el Leteo me ofreciste.
Arrancamos carteles y reímos,
adoramos Cibeles y Neptunos,
con Apolos bebimos y cantamos
la noche que el Leteo me ofreciste.
Me abalancé a beberlo como un lobo
que al manantial tras semanas acude
chorreando sangre de pasadas capturas,
la noche que el Leteo me ofreciste.
Apuré dos, tres sorbos deliciosos,
de su agua negra que a muerte negra sabe,
vomité y bebí más, atragantado,
la noche que el Leteo me ofreciste.

16 octubre 2006

Durante dos semanas

Oia, Thira
Durante dos semanas he visto cosas maravillosas. He andado por calles en las que el campesino llevaba a su burro sobre empedrados de mármol, y he paseado entre balcones de madera pintados de todos los colores. He visitado otras tabernas marinas, mientras dejaba la nuestra a vuestro cuidado. He volado y navegado, y he recorrido extensos arenales sobre dos ruedas. He escuchado frases en un idioma extraño y leído palabras en un alfabeto antiguo usado para descifrar sofisticados enigmas. He comido manjares exquisitos y bebido elixires divinos. He visitado columnas entre las que se deslizan los dioses de la belleza y el placer. Me he bañado en el pélagos de peces multicolores surcado por viajeros inquietos en viajes imposibles. He visto brillar la luna entre arcos rectangulares y he visto apagarse el sol tras islas caleidoscópicas. He sentido el legado de antiguas civilizaciones, inteligentes e imperfectas, contándome el saber y el dolor de viejas historias. He compartido con mi colega de venturas y desventuras un trecho más de mi camino, envuelto en miel y salitre.
Templo de Zeus, AtenasDurante dos semanas hemos habitado otros mares, mientras el serrano camarero se hacía cargo de esta casa y os mostraba las puertas, caminos y luces que dejé preparados antes de partir. Al regreso, observo que habéis seguido llenando copas con vino excelente. Así, habéis hecho agradable la vuelta.

13 octubre 2006

Otoño en Wyoming

(En memoria de Matthew Shepard, asesinado por odio el 12 de octubre de 1998 en Laramie (Wyoming), a los 21 años de edad)

Otoño en Wyoming (1998)

¡Qué rápido se pierde la mirada
en las anchas praderas de Wyoming!
¿Quizá presientes algo?
Te agarras las rodillas con firmeza
y te acurrucas.
Los gorriones descubren los primeros
escalofríos de invierno adelantado.
¿Cómo han podido?
¿No vieron tu desvalida ternura?
Hay pájaros que mueren atrapados
entre alambres de jaula.
¡Qué pronto llega el otoño en Wyoming,
cómo acaricia el viento helado tu pelo de ángel!
¿Cómo hemos podido?
¿No hemos visto tu infinita melancolía,
tus apasionados sueños?
La libertad ha muerto otra vez en Wyoming,
crucificada en una alambrada de espino.

Orquídeas de otoño amoratadas
adornando tu carne en Wyoming.

11 octubre 2006

En este vergel

zuentzako
Tres rayos de luz llegan
en este atardecer repetido y venerado
una vez más, víspera de la fiesta
sagrada para hombres triviales, adoctrinados,
y primer día excéntrico para jóvenes exultantes.
Entre fresnos y pinedos creen resucitar
los antiguos moradores del peñasco,
desde la lluvia y el mar acuden
aquellos otros que marcharon un día
en busca de vidas prometidas,
o aquellos que encuentran descanso
en tierra de transición y cambio.

Un rayo llega del presente, ya está
alumbrando continuamente el día
y sobre todo la noche, espléndida ilusión nocturna,
con variable intensidad y estrépito,
a veces lánguido y triste como la luna del río,
rayo de tormenta y acordes de baile
acompasado en pautas tribales,
que sella con su presencia mi vida
y acapara los espacios sin saberlo.

Por los recovecos de antiguos muros
alumbra un rayo pasado, rayo que deslumbró
todo lo que abarcaba su haz, y lo que no,
y ahora se desliza entre los desgarros
que el viento hizo en las paredes,
y siento que su presencia quiere alcanzarme
mientras el adobe y la arcilla achican su esplendor
y tan solo me llega un hilo de luz,
de aquella otra luz gloriosa que fue sol.

Desde otros confines, desde el norte y el sur,
pues su foco alterna en remotos parajes,
un halo alumbra tenuemente a esta hora
del crepúsculo, intensamente al mediodía,
este escrito y mi mano que lo escribe,
mientras el pasado que no vio se ilumina entre velos
y el aire se acerca despejado por la costa, mar y tierra,
seña de amistad al atardecer transparente.

Rayos de luz en este vergel de chopos y olivares
que me acogen, árboles y resplandores
de tarde estival, después de copas de vino
y letargo en la penumbra de cortinas azuladas
como el cielo, como la luz, como la tierra dormida.

09 octubre 2006

Espejo

Oropeles que tu fulgor convierte
en espejismos
al reflejar sin sombras tu deleite,
tu hálito miserable que recibe
en tu boca mi boca suplicante.
Y al fondo, el espejo manchado
y deformante,
picado por viruela en las esquinas
cual laguna junto a la alameda
en cuya superficie las hojas muertas duermen.
Pero el rojo del deseo desesperado
se abre camino entre las picaduras,
el viento helado que rápido convierte
tu deseo en nubes blanquecinas,
que materializa tus gritos deleitosos
en la penumbra de la cama helada,
y choca contra el espejo
dejando en los cristales
un beso mojado,
una caricia de agua
en la que escribo un número
que mañana, con el alba, olvidas.

06 octubre 2006

Demasiado tibio

Sesmako bidea
Tu dedo señala el cruce de caminos.

A un lado el camino es liso, ancho, protegido por la sombra de los árboles. Al otro lado, en cambio, parece que se pierde el rastro entre las rocas, escabroso, escondido por argomas y hierbajos, arriba y abajo.
Quieres tomar el peor camino, y yo no sé por qué.

Noto tu brazo alrededor de mi cuerpo, sosteniéndome la cintura.

Tomas el peor camino, y yo espero.

Después de haber ocurrido, ¡cómo cambian los sucesos previstos de determinada forma!

Así, dejo la sombra y el hospedaje ocasional, y me aferro contigo a la tortuosa vida de mundos desconocidos. Llena de riesgos. Rebosante de obstáculos. Plena de imprevistos.
Si volvemos al camino fácil, amigo, si llego a la tranquila senda sin que me dé un ataque, me aburriré, sin duda, aunque encuentre una vida más cómoda.
Pero, a pesar de ello, no te puedo confesar que prefiero esto, así es como me ha tocado y lo acepto sin más, eso es todo.

Fumaría un cigarro, pero prefiero acordarme de ti.

Tomaría una ducha templada, pero para eso también soy demasiado tibio.

04 octubre 2006

Se ruega tirar después de usar

Se ruega tirar después de usar (1990)

Como si pasara un aire por entre las encinas.
Como cuando una sombra de nubes aparece
sobre los campos de trigo.
Como cuando una tormenta se queda pegada en las montañas
y descarga sus aguas allí arriba, en lo alto.
Como una carreta que pasa dando tumbos junto a los viñedos.
Como un pajarillo que se posa en una rama
y la inclina levemente con su peso
y sale otra vez volando.
Como un pequeño rayo anaranjado que penetra hasta el fondo de las habitaciones
y acaricia un armario y una cama con sábanas revueltas.

Todo deja una pequeña huella imperceptible,
un olor, un cambio en la luz, un peso, una traza.

A mi me gustaría no dejar ninguna,
ni siquiera una corriente de aire cuando camino,
ni siquiera este escrito.
Se ruega tirar después de usar.

02 octubre 2006

La puerta

Mundaka
Quiero atravesar una puerta y pasar al otro lado. No para siempre, en todo caso deseo ir y venir continuamente de un lado al otro de la puerta: ahora allí, ahora aquí. Esta puerta no es la entrada a una casa señorial. Esta puerta no separa un espacio pequeño y claustrofóbico del ancho universo, sino habitaciones paralelas en un edificio construido en igualdad. Este portal no es obstáculo, sino lugar de encuentro de viejos amigos.

Las puertas, siempre tan sugerentes. ¿Qué distribuye esta puerta? A ambos lados no hay más que aire transparente. Aquí y ahora, se percibe el rastro de un camino acercándose a ella, cuesta arriba. Al otro lado de la puerta existiría anteriormente una construcción, hoy derruida: restos de un muro, el cimiento destrozado de una torre. Otros tiempos. Aquí y ahora han caído las fortalezas y sobre sus ruinas surgen prados generosos. A lo lejos, el mar, el cielo, eternos. Infranqueables.