La taberna del mar: mayo 2008

30 mayo 2008

Antes de entrar al mar


Antes de entrar al mar (1987)

Antes de entrar al mar he de advertirte
que hay tormentas que asolan
con rayos de dolor
abandonadas islas de piedra sin vida,
que hay olas de agonía
que arrasan las orillas de playas remotas.

Antes de entrar al mar he de advertirte
que innumerables monstruos
se agitan en el fondo con las fauces abiertas,
y que a veces las aguas se tiñen de la sangre
de los marinos muertos,
de los débiles,
o de los imprudentes,
y sus esqueletos calcinados
vigilan los caminos de algas.

Antes de entrar al mar he de advertirte
que hay gaviotas hambrientas
que te pican los ojos
y vomitan sangre en tu cabeza,
y que hay soles que abrasan,
y que la sal te quema la garganta.

Pero algún día
hay un olor a jazmín en el aire,
y una isla azul se recorta a través de la bruma,
y una cascada virgen se derrama
y te inunda de luz y de frescor,
y resucitas.

Son sólo un par de cosas
que quiero que sepas
antes de entrar al mar.



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28 mayo 2008

Por ansiedad


Quisiera arrancarme la camisa
de un solo golpe,
y rasgarla,
salgo a la ventana
a respirar aire,
y no puedo,
el corazón late enloquecido
y los músculos se tensan
desde los dedos de los pies hasta la espalda
mientras se cierran
violentamente
las persianas venecianas,
porque no sé dónde estás,
porque la ansiedad evocada
me ha robado del cerebro
todas las palabras.

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26 mayo 2008

Para saber de amor


Para saber de amor (1990)

Para saber de amor es suficiente
que una noche de agosto
te encuentres en la calle
una mirada en sombra
o una sonrisa en blanco.

Para saber de amor es suficiente
agonizar de besos inventados,
arder en el delirio de caricias no hechas,
soñar, atormentarse en palabras no dichas.
Para saber de amor.

Para saber de sol no es necesario
construir alas de cera
y volar hacia su abrazo de fuego.

Para saber de sol sólo hace falta
sentir la luz violácea de su aurora,
el rayo polvoriento que flota entre visillos,
y ni siquiera eso:
sólo la luz de una estrella lejana.

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23 mayo 2008

Sombras vespertinas


A falta de un mes para el solsticio de verano
las perfiladas sombras de los árboles
van arrastrándose pausadamente sobre el suelo
durante las horas de esta larga tarde
hasta que por fin alcanzan las paredes
y comienzan a ascender por ellas con pereza.
Llegarán al alféizar de tu ventana
cuando la luz se desvanezca
y ya todo sea una lánguida sombra
y sólo quede la tenue luz del ocaso,
un pálido color anaranjado en el cielo
a punto de ser engullido por el azul oscuro de la noche.

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21 mayo 2008

Preguntando se llega a Roma



Efectivamente, se llega. Lo malo es que una vez allí, puede que no seas capaz de llegar a ningún sitio ni siquiera preguntando. Y más si encuentras a un muchacho como el que yo encontré, que estaba empeñado en confundir la derecha con la izquierda.

La pretensión era llegar hasta la Villa de Adriano (reconozco que aún hoy, y lo he intentado tres veces, he sido incapaz de leer el libro de la Yourcenar). Para los que tengáis intención de ir alguna vez a la Villa, deciros que se hace algo complicado en transporte público: un largo viaje en metro hasta Ponte Mammolo, una estación de autobuses en la que nadie parece saber nada, una taquillera no demasiado dispuesta a hacértelo fácil, un autobús maltrecho lleno de gente con paquetes, la seguridad de que sólo tú bajarás en la parada que conduce a la villa y que serás incapaz de anticipar, un conductor que cada vez que le preguntas sobre Villa Adriana simplemente responde “five minutes”, y así durante media hora.

Siempre hay un ángel que protege al viajero despistado, y en este caso se materializó en forma de señora que nos indicó cuál era nuestra parada. Y efectivamente lo era: el pueblo se llamaba Villa Adriana. Pero a la vista sólo había una cafetería de carretera y una larga línea de chalets de medio pelo que se perdían hacia el infinito.

Las tres primeras veces que lo intenté resultaron infructuosas: “¿Villa Adriana?”. Y sólo obtuve la respuesta esperada: “Villa Adriana es esto”. “Ya pero ¿los estanques con estatuas, los peristilos, las columnas de mármol, las termas, los cenadores al aire libre, los cocodrilos, los olivos bajo los que Adriano y Antinoo celebraron con vino sus amores?”. Nada, “Villa Adriana es esto”. Triste pensar que viven en un pueblo e ignoran de dónde viene su nombre.

Finalmente, una anciana nos señaló hacia una colina lejana en la que verdeaban al sol de la tarde unas filas de cipreses y unos pinos gigantescos. Pensé que nos mandaba al cementerio.

Pero no, después de una larga caminata aparece el omnipresente parking para autobuses y el grupo de americanos o japoneses que corren detrás de un guía con paraguas, antena con bandera o piruleta gigante y se adentran, sofocados, entre las ruinas.

A la vuelta, un muchacho nos indicó dónde coger el autobús, pero cada vez que decía “destra” señalaba a la izquierda, y cada vez que decía “sinistra”, a la derecha. Intenté hacerle ver que la derecha es la “destra” pero me miró con cara de “¿tú me vas a decir a mí cual es la ‘destra’ en italiano?”. Así que hicimos caso de sus gestos y lo contrario de sus palabras y llegamos a la parada del autobús que nos llevó de vuelta a Ponte Mammolo, tras un largo y caluroso viaje aprisionado entre italianos veinteañeros en camiseta, lo cual no deja de tener su gracia.

Lo de la Villa lo dejo para otro día.


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19 mayo 2008

Jugando


Jugué una larga partida de ajedrez contigo
desde que adelantaste los peones,
hicimos saltar a los caballos
sobre los obstáculos que nos habíamos interpuesto,
cruzamos los alfiles y alineamos las torres
sobre las sesenta y cuatro casillas del tablero,
durante muchas horas a lo largo de los días.
Fuiste reina altanera
deslizándote sobre la madera barnizada,
y al final me di cuenta
de que luchar contigo sobre el terreno blanco y negro
era como competir contra una insólita máquina.

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16 mayo 2008

Cecilia, la romana del Trastevere


Las calles perfectamente orientadas hacia el Oeste del Trastevere hacen que por las tardes el último sol brutal se desparrame por ellas como en una cascada de luces. Por el contrario, al volver cualquier esquina, el caminante se adentra en un mundo misterioso y sombrío que sólo en las azoteas revela los últimos rayos anaranjados.

En una de estas calles se encuentra la iglesia de Santa Cecilia del Trastevere. No quiero aburrir a nadie con la historia de Santa Cecilia, mártir de los inicios del cristianismo que, por un error de traducción, fue asociada a la música. Probablemente sería llamada fanática si hubiera sido musulmana.

El caso es que en el Trastevere se encuentra esta iglesia dedicada a ella y, bajo el altar, concentrando todas las líneas de perspectiva que convergen desde la entrada, está la escultura que Stefano Maderno realizó el primer año del siglo XVII, anticipando el arte barroco.

Según cuentan, Maderno realizó en 1600 una copia exacta del cuerpo incorrupto de la santa, que fue hallado en la misma posición que ahora recuerda la escultura. Cecilia parece que descansa sobre su costado derecho. La suavidad del mármol de Carrara, la tenue iluminación, el silencio y la oscuridad del resto de la iglesia hacen que la sorpresa al acercarse sea aún mayor, como esos sustos de las películas de terror. Porque rápido descubre el visitante que hay algo brutal en la postura, que lo que parece una velo sobre su cara no es más que la parte posterior de su cabeza, porque su columna vertebral está ferozmente quebrada. Entonces se reconocen otro par de detalles que hacen aún más trágico el efecto: las manos atadas y el atroz corte en el cuello.

Tres veces dejó caer el verdugo la espada sobre el cuerpo de la santa y ni aún así logró separarla del cuello. Antes había intentado ahogarla y quemarla con aceite hirviendo. Y no sólo eso sino que después de los tres golpetazos, Cecilia siguió viva tres días más, dando limosnas a los pobres.

Hay otra explicación más pagana: la actual iglesia fue edificada sobre el templo romano de la Bona Dea Restituta, una diosa de la salud que curaba la ceguera (cæcitas, en latín, palabra muy parecida a nuestra Cecilia).

A mí personalmente me importa poco que la chica fuera romana o cristiana, que existiera o fuera una leyenda, que le cortaran la cabeza dos, tres o setecientas veces. A mí lo que me gusta es la escultura de Maderno, su teatralidad, su capacidad de sorpresa, su tragedia, su brutalidad, el sobrecogedor silencio de la iglesia, la oscuridad y el contraste con el animado grupo de muchachos que juegan al fútbol en la puerta.

Salgo y entro de la Iglesia un par de veces, como cuando me tiro a una piscina helada en el verano, por el puro placer del escalofrío.


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14 mayo 2008

Hacia el mar siempre


Junto al río, el canal trae a través de las huertas el agua algo turbia y saltarina. Esporádicamente una esclusa hace variar la dirección de la corriente alejándola del arroyo hacia el este para que riegue las tierras que quedan bajo las lomas. Allí alguna otra compuerta desviará las aguas sobrantes para devolver al río el caudal no absorbido por la tierra. Tal vez, algunos kilómetros más abajo, queden retenidas de nuevo estas gotas y lleguen a saciar otras hileras de árboles frutales, otros surcos repletos de verduras. O, tal vez, sigan hacia el mar, siempre hacia el mar, ligeras en los rápidos, perezosas en los vados.
Así discurre mi vida, a veces a diestra, a veces a siniestra, dando tumbos o pausadamente, siguiendo el cauce del río o anegando terrones en los campos, dejándome llevar ocioso, sin premura, sin urgencia, a brincos cuando empuja la corriente, indolente en los remansos, hacia el mar, siempre hacia el mar, palpitando en cada uno de los efímeros recodos de la ribera.


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12 mayo 2008

Otro sueño

Otro sueño (1992)

Un neón disoluto ilumina la noche bajo el puente de piedra:
“Les solitaires nuits de nos compagnons”
Al final de un sendero de álamos plateados
donde coches de feria destrozan el silencio
con gritos que no oigo pero que casi veo,
con músicas calladas que laten en mi carne como si fuera ciego.
Allí, bajo una carpa, en lo más hondo, un neón:
“Les solitaires nuits de nos compagnons”
Cien hombres bailan
y me pierdo hacia adentro,
hacia adentro,
hacia el oscuro túnel de anhelos y sudores,
donde muere el deseo.


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09 mayo 2008

Cambio de tratamiento


Al hilo de la última entrada de mi convaleciente compañero de taberna afectado por el síndrome de Stendhal, y para compensar su drástico tratamiento por prescripción facultativa, se me había ocurrido poner hoy únicamente una foto y dejarla aquí expuesta, así, sin más, sin texto que la cortejara, sin unas palabras de compañía, sin un triste comentario, incluso sin el habitual enlace al original. Pero entonces he pensado que tal vez no se entendiera el significado del mensaje oculto –más que oculto, inexistente–, o que alguien pensara que me había equivocado al publicar la entrada, o quizás podía parecer que existía algún error en el servidor del blog (y no me refiero al camarero cuando hablo del servidor). Así que he decidido escribir una pequeña explicación:
“Al hilo de la última entrada de mi convaleciente compañero de taberna...”

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07 mayo 2008

Por prescripción facultativa

Todo empezó hace unos meses, al entrar a una exposición de Modigliani, o quizá empezó un poco antes, el día que me dijeron que tenía extrasístoles ventriculares en un reconocimiento médico rutinario, aunque muchos sabéis que probablemente todo empezó aquella noche en la que vi una peli de vaqueros, si bien hay muchas otras veces que ya se pierden en el recuerdo y que probablemente empezaron en una habitación de hospital, cuando me dejaron por primera vez sobre la tripa de mi madre.

El caso es que padezco de Síndrome de Stendhal, como muchos de vosotros. Se me seca la boca, se me acelera el pulso, empiezo a ver manchas negras a ambos lados de la cara, me tiemblan las manos y las piernas. Y como ya estoy mayor y tengo intención de seguir por aquí todo el tiempo que pueda, he decidido racionar las dosis de belleza.

Pero a veces, es difícil. Picasso no es mi artista preferido, ni muchísimo menos. Pero la gigantesca exposición del Museo Reina Sofía tiene un cuadro que me aterra (me tiemblan los dedos sólo al teclear su nombre): “Pablo vestido de arlequín”, de 1924.

Todo iba bien hasta que en una de las salas noté la presencia de ese niño exquisito, de la infinita ternura con la que el genio lo dibujó, de su fragilidad, de sus piececitos a medio pintar.

Me hice el tonto, miraba hacia otro lado, comencé a pensar en las Elecciones, que eran ese mismo domingo. Pero de reojo lo veía. Lo veía como si lo tuviera grabado a fuego en la retina. Cerraba los ojos y lo veía. Veía los rombos amarillos y azules, los descuidados encajes, el gorrito negro, los mechones pelirrojos. Ahora mismo cierro los ojos y lo veo.

Pasé de largo, temiendo el colapso. Aún ahora, pensar que lo tengo aquí, cerca de casa, me aterra como si fuese una herida abierta.

Hoy no pongo ni foto. Por prescripción facultativa.

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05 mayo 2008

Quién eres


No eras tú quien estaba allí
–no al menos este tú que eres–
sino alguien que deambulaba sin rumbo,
no eran tus ojos, tus labios,
los que me acompañaban por paisajes perdidos
sin destino buscando un porvenir.

No serás tampoco tú
quien me acompañe en la vejez
en las caminatas por las calles,
no serán tus brazos, tus piernas,
quienes me sostengan por paisajes perdidos
sin objetivo en busca del pasado.

No eres más que quien está aquí.

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