La taberna del mar: abril 2008

30 abril 2008

Ojos cerrados



Hace ya mucho tiempo,
en uno de los primeros viajes que hice contigo,
jugaba a cerrar los ojos
cuando volvíamos al hotel
por un largo paseo con palmeras.
Cerraba los ojos y contaba,
diez pasos, veinte pasos, treinta pasos,
caminando con los ojos cerrados.
A partir de treinta pasos
se siente el vértigo del vacío,
una desoladora inquietud,
los pasos comienzan a hacerse vacilantes.
Cada noche más lejos,
cada noche caminando más lejos
con los ojos cerrados.
Tú ni hablabas,
- a saber qué pensabas de aquello -.
El caso es que seguía,
cada noche más lejos,
sabiendo que estabas a mi lado
y que me avisarías si me desviaba.
Hoy me he acordado de aquello
y no sé por qué escribo esta chorrada.


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28 abril 2008

Dos lados


Una línea fina y oscilante
nos separa del otro lado,
un trazo grueso y continuo
nos lleva a la otra orilla.
Fuera se escucha de vez en cuando
el gorjeo de los pájaros,
el silencio suena a futuro
en series de largos arpegios.

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25 abril 2008

Sábanas


Sábanas (1989)

Sobre las sábanas
la luz de la mañana
res
ba
lan
do.

Res
ba
lan
do
como sobre las piedras el riachuelo que vimos este invierno.
Sobre tu piel la luz acariciándote,
sobre tus pestañas largas,
sobre las sábanas blancas y amarillas
mojadas de placeres secretos,
de encuentros furtivos.

Con los ojos cerrados,
y sonriendo.
Disfrutando, por poco tiempo ya,
del último suspiro,
antes de que descubras otra vez la congoja y pises tierra,
antes de que te largues con la cabeza gacha hacia tu casa
y desaparezcas
y el sol resbale ahora por sabanas vacías
que no pienso cambiar hasta que vuelvas.

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23 abril 2008

De un libro


Palabras recogidas de un libro:
Inevitable
agotamiento
en veinticuatro horas
del agua reservada a los turistas,
contaminación radioactiva
en la red virtual
durante cuatro minutos,
la novedad del día,
fotos exiliadas
de islas perdidas
y el cadáver del pescador en la playa,
los secretos de la metafísica de la física,
ningún mendigo que recoja
los paquetes que caen
de un camión a la carretera.

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21 abril 2008

Recorro las calles por las que ayer paseamos juntos


Recorro las calles por las que ayer paseamos juntos (1995)

recorro las calles por las que ayer paseamos juntos y vuelvo a mirar las mismas cosas, vuelvo a entrar en la misma iglesia y a tocarle los pies al cristo (hoy está frío), vuelvo a comprarme una palmera de chocolate que tiro a la papelera al segundo bocado porque me falta la respiración, vuelvo a pararme ante el escaparate que llamó tu atención lleno de maniquíes desvestidos y calvos, pero hoy, sus miradas vacías me estremecen, recorro el parque en el que nos detuvimos a descansar sentados en un banco porque el calor era tremendo, pero hoy, los nubarrones y una brisa demasiado fresca me quitan las ganas de sentarme, vuelvo al mismo bar y me tomo un café solo (que no me gusta nada) pero que tú dijiste que era el mejor de Madrid y, antes de pagar, bajo al servicio y lo vomito entero, vuelvo a la calle y empiezo a subir la cuesta, y las otras personas ni me miran, mientras que ayer nos dirigían sonrisas de reconocimiento, hoy soy transparente y sólo me falta arrastrar unas cadenas gruesas para que los chavales salgan corriendo cuando me ven aparecer, bebo agua de la fuente en la que los gorriones se mojaban ayer, pero hoy el agua sabe a hierro oxidado y no hay gorriones y los edificios me miran amenazadores, como si desde cada ventana hubiese alguien que me observa vagar, que me mirará hacerlo todas las tardes a partir de hoy.

Pero, lentamente, despacio, los pies del cristo se irán calentando, aguantaré cuatro bocados de palmera, los maniquíes dejarán de mirarme y lucirán pelucas y trajes de primavera, me sentaré en el banco aunque no haga calor, y el café empezará a gustarme (han sido tantos ya) y el camarero dejará de mirarme con odio porque sabe que ya no lo vomito, los transeúntes empiezan a mirarme también, casi con alegría y me preguntan la hora y los chavales siguen jugando al fútbol a pesar del ruido de mis cadenas y un delicioso día, cuando llego a la fuente, un gorrión chiquitajo se acerca y se baña en el charco.
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18 abril 2008

El eco de nuestras voces


Un gato olisquea
el cabezal de la cama
que tiramos a la basura,
en el microondas
dejan de recalentarse
magras con tomate
mientras los ronquidos
de un vagabundo
evocan
juegos de palabras
que te escribo
en un mensaje electrónico
manchado con gotas
de vino tinto,
la hiedra absorbe inerme
la lluvia
de una noche
no demasiado desapacible
en la que disfrutamos
de una macedonia
de kiwis, fresas y mango.
¿Dónde queda el eco
de nuestras voces
cantando
que no hemos llegado a ser
aquello que soñábamos?

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16 abril 2008

Otra vez te veo marchar


Otra vez te veo marchar (1995)

otra vez te veo marchar, veo tu espalda que se pierde entre la multitud, esa espalda que hace sólo unos momentos era mi mundo, y ahora desaparece y se funde con otras espaldas, y te llevas, en la maleta, mis tripas, y te veo subir la escalera del autobús, enseñándole el billete al conductor, y ahora te pierdo, no te veo, y empiezo a dar vueltas alrededor para poder mirarte sólo un segundo más, de un lado para otro como un poseso (nunca me acuerdo de preguntarte el número de asiento), y empiezo a sentir la angustia de que hayas desaparecido, de que me haya inventado todo y de que al subir al bus yo haya pisado tierra, haya acabado el sueño, y sigo dando vueltas y saltos, y parece que ya ha subido el último pasajero y el conductor comienza a cerrar los maleteros y a prepararse para la salida, y yo sigo sin verte, y sólo pido un último segundo, que me vuelvas a mirar un solo segundo, no quiero nada más ahora, ni siquiera la promesa de que volverás en un par de semanas, ahora lo que necesito es una certeza: un segundo más de tu mirada, pero parece que ni siquiera eso va a ser posible, porque el autobús arranca y comienza a dar marcha atrás para tomar la carretera que te lleva a tus playas y a tus colinas verdes, y yo avanzo con él, ya no sé si correr, si saltar, si pararme en medio de la carretera para que se detenga y obligar al conductor a que me deje entrar para mirarte un solo segundo, para saber que existes (por más que hace minutos estabas en mi cama necesito certezas), pero el autobús avanza y no te veo y me doy media vuelta para volver al metro, para volver a esos veinte metros cuadrados que se convierten en mi jaula cuando no estás, imaginando que no has cogido el bus, que vas a aparecer detrás de alguna esquina, que cuando vuelva a casa me estarás esperando entre las mismas sábanas, soñando ya, siempre soñando, porque cada segundo que pasa me acerca más a ti, curiosamente.

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14 abril 2008

Avenida


Tuve ganas de tomar la avenida
que lleva a mi alma,
a ratos entre álamos
vestidos de primavera,
a ratos esquivando boquetes
abiertos en el suelo,
y así llegué hasta la ciudad amurallada,
al interior de la fortaleza,
a mi patria íntima.
Atravesé mercados
colándome entre mercancías
colgadas de los soportales,
visité los barrios altos
y también la escombrera,
plazas edificadas en sillería
y las cloacas descubiertas.
Estuve allí, paseando,
conociendo los rincones desconocidos,
queriendo rememorar lo que miraba,
pero en el camino de vuelta,
en la alameda horadada
se extraviaron los recuerdos.

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11 abril 2008

Tarde romana


Tarde romana (1995)

Tuve allí el amor
junto a las catacumbas
bajo un olivo verdinegro
cuyas hojas se agitaban furiosas
por la tormenta que se avecinaba.
Bajo un cielo romano,
sobre huesos de mártires cristianos,
¿quizá sobre San Sebastián?,
allí tuve el amor un mediodía de agosto.
Cigarras, vides, sol,
algo borracho después de la comida
en una tasca de manteles a cuadros.
Tumbados bajo el olivo
cuyas sombras dibujaban un mosaico
sobre tus ojos, que cerrabas
simulando que dormías.
Tuve allí el amor
una tarde romana,
una hermosísima tarde
de sol y de relámpagos.

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09 abril 2008

Para qué buscar


Para qué buscar
en el interior de la mente
como si aquello que pretendes
estuviera sepultado
bajo miles de camisas,
como si necesitaras
un detector de piedras preciosas,
una brújula y un rastreador de palabras
para encontrar lo que deseas.
Para qué buscar
en medio de este jaleo,
en el camarote rebosante de trastos,
en los estantes hasta arriba repletos de libros,
si mirando hacia delante
con los ojos medio cerrados
puedes detectar
una leve luminosidad que te calma,
eres capaz de sentir
una tibia certidumbre que te guía,
tienes la oportunidad de alcanzar
el equilibrio que te asienta a la tierra.

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07 abril 2008

Me he inventado una lengua


Me he inventado una lengua (1990)

Me he inventado una lengua
nueva que sólo tú conoces.
Cuando estamos solos,
luchando con la noche,
te digo dos palabras que suenan
a pasillos de mármol,
a escaleras por las que, goteante,
se derrama un líquido algo espeso,
como sangre.
Otras veces,
después de haberte ido
te dejo alguna nota
en la que trascribo en caracteres
(inventados también)
gorgoteos, chirridos y lamentos,
de esos que sólo en esa lengua
es posible escupir.
Una lengua perdida
de guerreros vencidos,
agotados.
En la que hay setecientas
maneras de decir carne.

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04 abril 2008

Mezquita de Estambul


En Estambul hay mezquitas. Hay muchas más cosas, claro, y también diferentes templos de varias religiones, pero si hay algo significativo en Estambul son las innumerables mezquitas, con sus cúpulas redondeadas y sus minaretes contra el cielo azul.
Delante de las mezquitas suele haber un patio que sirve de entrada y de lavatorio. Antes de entrar al templo hay que quitarse los zapatos, y a la entrada de las mezquitas de Estambul existen unos grandes cajones llenos de bolsas de plástico: se coge una para guardar en ella el calzado, y la gente entra al interior con su bolsita en la mano. En la parte posterior de la mezquita se sitúan unos largos bancos de madera que también sirven como estantes en los que dejar las bolsas con los zapatos.
Un mediodía entro a la mezquita de Eyüp. El imán está en el púlpito diciendo el sermón. Hay bastantes hombres sentados en la alfombra siguiendo sus palabras. Por respeto me coloco en la parte de atrás, dejo la bolsa con los zapatos en el banco de madera y me siento sobre la alfombra para contemplar un rito que desconozco y los hermosos esmaltes azules y amarillos que visten las paredes. Algunos de los hombres, los más ancianos y los impedidos, se sientan en los bancos contra la pared, en los mismos bancos donde se guarda el calzado.


El imán sigue con su prédica mientras van entrando más hombres a la mezquita (también un par de mujeres que se colocan en el lugar reservado para ellas: un rincón al fondo, tras una celosía). Cada hombre trae su bolsa, con los zapatos dentro, y la coloca bajo los bancos corridos, después busca un lugar donde sentarse en la alfombra en la que van quedando cada vez menos huecos. Me da la impresión de que algunos creyentes me miran mal, pero en general no se fijan en mí, en medio de tanta gente. Eyüp es un lugar de peregrinación, pues en el mismo recinto se guardan los restos del portaestandarte de Mahoma, así que además de los musulmanes de Estambul, acuden allí otros muchos llegados de todo el mundo.
La plática del imán parece interminable, no le entiendo nada, sus palabras se difuminan en el espacio bajo la bóveda azul y a mí no me dicen nada, pero en mi interior se extiende una sensación de desasosiego, me encuentro fuera de lugar y decido salir del templo, sin saber si me muestro más respetuoso permaneciendo allí o huyendo fuera.


Así que me incorporo sobre la alfombra en el momento en que el predicador se calla y comienza a bajar del púlpito. Los fieles también se levantan mientras el imán se acerca a la parte delantera de la mezquita. Va a comenzar la oración y yo quiero salir al exterior. Como han llamado al rezo son muchos los hombres que en ese momento se disponen a entrar por las dos puertas, y yo tengo que encontrar mis zapatos, pero ahora el banco está ocupado por un montón de ancianos, todos sentados sobre el banco, y debajo de ellos hay cientos de bolsas con zapatos, y yo no sé dónde estarán los míos, y no parece una buena idea empezar a pedirles a los abuelos que levanten sus piernas para mirar debajo.
En un momento, me hago un huequito en el banco para sentarme allí a esperar. Entonces, siguiendo las palabras del clérigo, los cientos de hombres que abarrotan la alfombra de la gran mezquita se ponen en pie, luego se agachan, se incorporan de nuevo, se echan al suelo con la espalda hacia arriba, se levantan a medias, se vuelven a agachar, se ponen en pie... Los lisiados que están en el banco no llegan a echarse al suelo, pero también se agachan continuamente y mueven sus cuerpos adelante y atrás, y yo quiero encontrar mis botas para poder salir. Ahora sí que estoy fuera de sitio.
El caso es que el anciano que está a mi lado me hace gestos de enfado porque no sigo la oración, por lo que empiezo a mover mi cuerpo al ritmo de los demás, ahora hacia delante, ahora arriba, luego me agacho y luego me pongo en pie como si estuviera haciendo una tabla de gimnasia, mirando a los lados con el rabillo del ojo para no perder el movimiento adecuado.


Finalmente, parece que termina la oración. El predicador se queda en silencio y desparece por alguna esquina, y todos los hombres vienen hacia los bancos traseros a recoger su calzado. ¿Cómo sabrá cada uno cuál es su bolsa de plástico? En cualquier caso, cuando ya se ha ido casi todo el mundo observo que mi bolsa de zapatos estaba allí mismo, bajo el hombre que tenía sentado al lado. ¡Por fin! Recojo los zapatos y salgo al exterior para calzarme. Con la bendición de Alá, puedo volver a disfrutar al aire libre del perfil maravilloso de las mezquitas de Estambul.


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02 abril 2008

Casi sin palabras


Casi sin palabras (1994)

Busco el reflejo que tu risa ha dejado
por entre los rincones,
y alguna sombra,
un olor o un algo imperceptible
que dirija mis pasos hasta el viernes.


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