La taberna del mar: diciembre 2006

22 diciembre 2006

Una encuesta (doble) para pasar el rato

Itsasoa Donostian
Como estos días la Taberna del Mar estará a medio gas y los taberneros a base de bicarbonato, os proponemos un entretenimiento literario y participativo. Cada uno de los taberneros ha seleccionado cinco textos del otro, y queremos saber cuáles son los que más aceptación han tenido.

De Serrano, podéis escoger entre los siguientes:
(si no los recuerdas, haz clic sobre el título)
De Zendoia, estos otros: Luego vais a las siguientes entradas y escogéis los que más os hayan gustado (se puede votar a más de un texto, y también se puede citar alguno que no hayamos seleccionado):

-LO MEJOR DE SERRANO- ------LO MEJOR DE ZENDOIA-

Agradecemos vuestra participación, y esperamos que paséis un rato agradable. Podéis dar vuestra opinión hasta el día 7 de enero, al día siguiente publicaremos los resultados. De todas formas, esperamos que con al año nuevo tendremos cosas nuevas para exponer en la taberna, así que no dejéis de visitarla.
Y si queréis, podéis dejar un comentario acerca de esta iniciativa.

20 diciembre 2006

Feliz fiesta de la luz


Es una ingenuidad, lo sé, pero me gusta pensar que la Navidad no es sólo la época de los grandes almacenes, de las cenas de empresa, de las cestas, los turrones, la lotería y el cava. Lo que es evidente es que, independientemente de las creencias religiosas de cada uno, a partir del veintidós de diciembre hay más luz en el hemisferio norte, y por eso me imagino que lo que celebramos no es la noche más larga del año sino que el mundo ha frenado su avance inexorable hacia la oscuridad total. Me gusta vaciarme de todas las miserias y mirar todo otra vez con los ojos limpios. De esa manera veo la Navidad como un sueño de que la esperanza es posible, de que el mundo podría ser mejor, de que, con un poco de esfuerzo, podemos hacer la vida más alegre al que tenemos al lado. Es una ingenuidad, lo sé, pero esos árboles luminosos, esas calles que rebosan, los conciertos con velas, las niñas suecas con coronas de luz, las galletas caseras, los brindis, ese primer beso del año que entra...¿no es todo diferente? ¿no hay algo en todo eso que hace que un apretón de manos o un cruce de miradas sea distinto en esta época?

Es una ingenuidad pero, el veinticuatro de diciembre salgo corriendo al balcón para ver si ha nevado (creo que sólo ha ocurrido una vez), vuelvo a la cama e intento recordar el ruido que mi madre hacía en la cocina, trasteando desde las seis de la mañana, y no me levanto hasta que huelo (o imagino que huelo) a horno encendido, y me apresuro a dar ese primer paseo con la calle helada hasta el mercado, para regocijarme con la algarabía de gritos, carnes y pescados, felicitaciones, las caras rojas de frío, los chavales y sus ojos brillantes de excitación, para volver a casa y sestear delante de una tele en la que indefectiblemente Donald o Pluto o Mickey llevan un gorro blanco y rojo y suenan campanillas y montan en trineo.

Sé que es ingenuo pero creo que la Navidad es el momento de ser mejores y de querernos más, sin ningún motivo, simplemente porque nos da la gana, tenemos el resto del año para ser los mismos malnacidos de siempre.

Desde la taberna del mar queremos desearos a todos una feliz fiesta de la luz.

18 diciembre 2006

Es más difícil

Teatro Chico
Es más difícil representar el papel de la vida en este gran teatro, que ser simple espectador en el patio de butacas. Le resulta más cómodo al hombre actual cumplir con las tradiciones establecidas, que andar a su aire haciendo frente al peligro de los imprevistos.

Pedirle cosas nuevas a la vida no significa tener que ir a inmensos hipermercados para traer a casa bolsas llenas de artículos, ni tener que estrujar la tarjeta de crédito para comprar bienes que irán a la basura.

Hay más cosas, leer, escribir algo, qué sé yo, quedarse en casa con la tele y la radio apagadas, pensando, meditando acerca del significado del tiempo o de la soledad de cada uno. Porque la desnudez propia viste mucho más que los trajes de lujo. En alguna ocasión erraremos si le pedimos y le ofrecemos a nuestra existencia algo más que una placidez rutinaria, tal vez tengamos que atravesar momentos desdichados si dejamos de conformarnos con una vida sin sobresaltos y le abrimos camino al instinto oculto de uno mismo.

Pero sólo así representaremos el papel que nos ha tocado, y encontraremos nuestro lugar y nuestro tiempo. Es más difícil que sentarse en la butaca y comer golosinas, mientras los demás deciden qué ocurrirá en la próxima escena. Más arduo, pero más enriquecedor, es un trayecto que nos obligará a subir repechos y bajar pendientes, pero que nos ofrecerá algo más que el haber pasado sin pena ni gloria por este mundo. A veces nos meteremos en la boca del lobo sin querer, pero allí también encontraremos alguna lección, porque no sirve de nada permanecer en este mundo sin haber salido de la cuna, y menos aún, desear precisamente eso.

15 diciembre 2006

Peregrinación a la isla de Citerea


En un rincón olvidado del enorme Museo del Louvre, tras infinitos pasillos a medio iluminar, tras empinadas e interminables escaleras, quizá en el punto más alejado de la transparente pirámide que atrae a los turistas como moscas, bajo un fluorescente que se enciende y se apaga con un zumbido y vigilado por una aburrida guardiana que sestea en un rincón, encontrarás la “Peregrinación a la isla de Citerea” de Watteau, uno de los pocos cuadros que, a estas alturas de mi vida, consiguen ponerme los pelos de punta. Citerea es una isla griega del Jónico, la isla de Afrodita-Venus, la diosa del amor, un lugar de libertinaje según los cánones rococó. Citerea es el paraíso, pero un paraíso efímero (¿no son por eso más bellos los paraísos?).

Mucho se ha hablado sobre el tema del cuadro: ¿las parejas de amantes van o vuelven de la isla?, ¿se trata de una escena galante y festiva o una nostálgica despedida?, ¿sienten emoción o melancolía?. Yo, por mi parte, no tengo la menor duda: el tiempo del amor se ha acabado, la isla frondosa en la que las parejas han dado rienda suelta a sus pasiones, la mortecina luz del atardecer que anuncia la noche inminente: todo me induce a pensar que los peregrinos se marchan, que están listos para embarcar al otro lado, al mundo en el que las pasiones se olvidan o se diluyen como sueños entre luces de atardecer.

No es, desde luego, mi estilo de pintura favorito. Lo que me emociona no es su estética, ni la suavidad ondulada de su composición, ni su pincelada rápida y suelta, casi instintiva, ni sus fascinantes arrepentimientos (a veces dice más un arrepentimiento que una determinación), ni sus colores desvaídos y argénteos. No se trata de eso. Es el aire de fragilidad huidiza, de melancolía brutal, de dejadez y cansancio que emana de esta pintura, quizá reflejo de los propios sentimientos de Watteau, aquejado de tuberculosis y consciente de que su propia Citerea también se estaba acabando, consciente de que, a su vez, también él tenía que embarcar. Lo que me ocurre es que parado ahí, sólo, delante de este cuadro, siento la caricia de un hombre joven tuberculoso, de un hombre nostálgico de una felicidad efímera que probablemente ni siquiera conoció. Siento su aliento débil, su tos, su peso levísimo que se apoya en mi brazo porque no se sostiene. Siento su olor a espliego, naranja y medicinas.

La guardiana negra con aros dorados en las orejas se despierta de su siesta y se levanta. Presiento que viene a decirme que llega la hora de cerrar y estoy demasiado lejos de la salida. Pero muy suave, acerca sus labios a mi cara y, como si exhalara una neblina púrpura, murmura en mi oído: “No te vayas, no embarques nunca, quédate en Citerea”.

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13 diciembre 2006

La voz del pasado

Hondarribia
Entre todas las cosas,
visibles o invisibles, da igual,
los tesoros guardados son
cadenas de oro en el puerto
perdidas fatalmente en sus aguas,
y las joyas olvidadas
entre las lindes, amargas lágrimas
que no quieren olvidar su llanto,
huellas de la casa natal
cuando todo se acaba.
En pleno mediodía, por sorpresa
venció la dicha, tan preciosa,
dejando para luego el adiós.
Mientras decía el pasado
“te lo he dado todo”, entonces
más ofrecía,
para que en adelante pudieras
de calma y sosiego gozar.

11 diciembre 2006

Palmira


Palmira (2003)

Los demás chavalillos se disputan tu abrazo,
felices sólo con que les dirijas una de tus miradas.
Te lanzas hasta el agua desde el trampolín
y recorres la piscina en tres brazadas.
Los demás chavalillos corren hasta el borde
para ayudarte a subir,
pero desprecias sus manos,
y apoyándote suavemente en el borde
izas tu hermoso cuerpo negro
brillante al sol y mojado.

Debería estar mirando la columnata inmensa
que se pierde entre arena del desierto,
esas columnas blancas como el esqueleto
de un animal larguísimo y antiguo.
Pero me siento aquí,
en una silla metálica que un chiquillo me trajo,
al borde de una alberca de cemento
repintada de distintos azules
y con el agua demasiado fangosa
para verte saltar desde lo alto,
y olvidarme del tiempo y del lugar,
para admirar la curva que tu cuerpo
dibuja en el aire antes de sumergirte,
una vez y otra vez y otra vez.

06 diciembre 2006

Contenido (II). El calcetín

Cascada de colores, Taburiente
¿Qué puedo hacer con las cosas que me encuentro sobre la mesa? Incluso hay un viejo calcetín detrás del pequeño calendario. ¿Qué diablos hará ahí?

Así empezó esto, sin darme cuenta, dándole vueltas a una cajita de metal que encontré sobre la mesa, abriéndola y mirando su contenido.
Tirando de aquello llegué a otros objetos que tenía alrededor, y todos me enseñaron que contenían algo en sus entrañas.
No resultó difícil encontrar más recipientes y más contenidos, como si fuera un juego, y de entre ellos llegué hasta ti, sin saber ni yo mismo cómo.
En aquella época no podía imaginar hasta dónde me llevaría el viaje que comencé entonces, no imaginaba que el receptáculo aumentaría de tamaño, ni que se llenaría, ni que revolvería tantas veces lo que allí iba guardando.
En un rápido viaje de ida y vuelta percibo que un ejercicio trivial, sin futuro aparente, abrió la esclusa del canal y el salto de agua empapó, y sigue haciéndolo, toda la ribera.

Ahora le doy la vuelta al calcetín y no tiene nada por dentro, ni nada por fuera. Pero con toda su insignificancia, me da explicaciones para continuar el camino.

04 diciembre 2006

Hacia el abismo

La inconsecuente sombra de tu abrazo
se derrama entre las azaleas
y, sin quererlo,
el murmullo rosáceo de aquellos manantiales
que acompañaba tu despertar tranquilo,
que se descomponía
en una ligereza áurea
de melancolías incoloras,
se pierde en la espesura.

Enfrentándome desesperado
a tu abrazo de fuego
inconstante como flores efímeras,
como escarcha de luces derretidas,
como polvo de esquinas amarillas,
descompuesto.

Y sabiendo que dentro de un momento
abandonarás el tranquilo regato
entre las zarzas,
que,
en instantes,
olvidarás la luz brillante de los rápidos
y te despeñarás,
cantarino,
hacia el abismo.

01 diciembre 2006

Rincones del Ibaizabal en el recuerdo

Metro Bilbao
Hace no muchos años, veinte tan sólo, entre Deusto y San Ignacio había una vieja carretera llena de baches y curvas, en medio de las huertas. La recorríamos hacia un lado o hacia el otro, según dónde tocara ir de bares aquel día.

Por allí al lado pasaba el tren, un pequeño tren de madera que recorría la margen derecha del Nervión antes de que pusieran el metro. Creo que era amarillento y marrón, aunque lo que más recuerdo es que no se le apreciaba demasiado el color. El último tren salía a la una de la noche desde la parte trasera de la bilbaina iglesia de San Nicolás, desde una estación decadente con un insufrible olor a alcantarilla. ¡Cuántas veces cogeríamos aquel tren para volver a casa desde Iturribide, las Siete Calles o desde la zona de Las Cortes!

De día, gran parte de la red de transporte urbano era cubierta por una compañía de microbuses. A decir verdad, aquellos pequeños buses azules no eran mucho mayores que los actuales todoterrenos, aunque entraba bastante más gente. Teníamos que coger la línea Desierto-Erandio para ir a nuestro barrio. Aquellos microbuses también, ¿cuántos años y cuántos kilómetros llevarían encima para entonces?

Nos tocó pasar nevadas en los agujeros que cada curso tuvimos alquilados como vivienda, y por no perjudicar a nadie, no contaré cómo conseguíamos para la estufa el combustible que evitase helarnos de frío. Los gintonics también nos ayudaban a pasar el rato, y los canutos, para enterarnos de poco, y las cartas, para jugar al siete y medio durante largas noches, con los libros de texto al lado.

Ocurrió que en esos años el Athletic ganó dos ligas, y gracias a aquello casi consigo hacerme aficionado al fútbol, y no debido al fútbol, precisamente. Cómo olvidar las sesiones de cine que se organizaban en el aula magna de la Facultad de Economía, cuando el humo del tabaco impedía ver la pantalla. O las excursiones a Las Arenas, para llegar paseando hasta el puerto viejo de Algorta, o atravesar el gran puente colgante de Bizkaia para perdernos en las cuestas de Portu. Quemamos las noches en Bilbao, y los días, y los crepúsculos y amaneceres. Y allí quedaron también los amores imposibles.

Y a pesar de todo conseguimos aprender algo, aprendimos a salir adelante en la vida, por lo menos.

La Bilbao de hoy es mucho más vistosa y limpia que aquélla. Todavía conserva su encanto y los bilbainos no han perdido su afamado orgullo desmedido. Pero aquella ciudad de mis recuerdos sólo queda ya en estas palabras.