La taberna del mar: junio 2010

22 junio 2010

Inventando el pasado


Inventé mi pasado
a la hora de la comida,
os dije que existían
problemas familiares,
o laborales, no recuerdo,
os conté que tuve
que matar a alguien
para poder seguir
yo mismo vivo,
y os lo creísteis bien creído,
mientras el tinto nublaba
la mente de los presentes.

Entonces comenzaron a aparecer
los espectros por doquier,
la mayoría de ellos falsos,
el resto, de tu calaña,
quisieron decirme en siete palabras
que todos los secretos
estaban bajo la alfombra
esperando a ser sacudida,
que podía aparecer en el ropero
un cadáver embalsamado,
tan ficticio como mi pasado.

Se levantó un aire que arrastró
los secretos bajo la alfombra,
pero el difunto del armario
acabó como invitado
al café de sobremesa.

(Escultura de la imagen: Pablo Aranburu)

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14 junio 2010

Lo infraleve


Arrodillado con el corazón
vacío ya de tantas tardes muertas,
ahogado de pesadumbre
y martirios desolados,
escojo suavemente asesinar dos lirios,
y pensar en ti, decapitándolos.
En ti cruel, incandescente, altivo.
En ti brutal, ardoroso, abisal.
Repiqueteos de bronce en la ventana,
cataratas de luz,
polvo pesado que devuelve
miríadas de puntos y destellos.
Escojo suavemente asesinar dos lirios
por no tirarme yo por la ventana
y dejar, no ya de ser,
porque el que fue ya es para siempre,
sino dejar de haber sido,
que es más dulce y difícil.
¡Que se quemen los versos,
las cartas y las fotos,
los registros, las búsquedas en Google!
¡Que se enfríe el calor que he dejado en la silla,
que se evapore mi vaho en la ventana,
mi olor en las chaquetas,
la suciedad en las almohadas,
la mirada de reojo que te lancé en el parque,
la sombra de mi brazo sobre el frutero,
y mi caricia última sobre tu piel perdida!

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03 junio 2010

De rodillas


Está de rodillas,
a la manera de los peregrinos
creyentes en alguna fe sin sentido,
alabando un sol imaginario
imposible de ver entre cuatro paredes,
y va de rodillas
rasguñando la piel de sus piernas
y dejando un rastro de sangre sobre el pavimento,
adelante,
siguiendo una luz imaginaria
imposible de ver por una mente cegada.
Anda deplorable,
arrastrándose sobre los guijarros del suelo
cual caudillo de reptiles despreciados,
para nada,
sin ningún propósito,
llevando también a rastras su conciencia.

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