La taberna del mar: octubre 2007

31 octubre 2007

El arte de los locos 1. Marguerite Sirvins y el vestido de novia

Marguerite Sirvins quiere casarse y ser madre. Sueña con ese día en que el hombre de su vida le dirá que sí delante del altar, con esa noche en la que se abrazarán entre las sábanas como hacen tantas y tantas parejas. Y confecciona un vestido de novia blanco, como tienen que ser los vestidos de novia, mientras sueña e imagina ese día en el que podrá lucirlo y esa noche en la que podrá quitárselo. Pero la historia de Marguerite no acaba bien porque ni siquiera empieza bien.

Nacida en Lozère (Francia) en 1890, en una familia de campesinos, a los cuarenta y un años fue internada en el hospital psiquiátrico de Saint Alban por problemas esquizofrénicos. A los cincuenta y cuatro años empezó a dibujar acuarelas y a bordar. Trabajaba sin modelo ni plan previsto, pero sin vacilaciones. Las alucinaciones y delirios eran cada vez más frecuentes hasta que finalmente, dejó de trabajar en 1955, dos años antes de su muerte.

Pero antes, todavía realiza la que es su obra maestra: un vestido de novia que jamás usó hecho con hilos que va arrancando noche tras noche de las sábanas y trapos de su cama, hilos que seguramente guardan sus sudores nocturnos, sus ansias, sus placeres, sus miedos, su saliva, un vestido simbólico y bellísimo que no puede ser más íntimo, porque va impregnado de todos sus deseos, porque ha captado ese momento en el que más nos encontramos con nuestra propia soledad: cuando estamos en la cama. Un testamento vital de su amor confeccionado con retazos de blanca pureza. Porque el vestido de Marguerite es ella misma.

No entiendo demasiado de costura, ni de punto de cruz, ni de crochet, ni de agujas pero, mirando el vestido, pienso en las horas en las que Marguerite trenzaba cada nudo, dejándose los ojos junto a una fría ventana, sola, hablando para sí, enredada entre hilos y ensoñaciones románticas que la llevan a volar fuera de las paredes de la clínica. Pero también pienso en las noches de dar vueltas y más vueltas en la oscuridad arrancando un nuevo hilo de la sábana, aterrorizada por pesadillas que siempre eran las mismas: que su sueño no se cumplía, que jamás usaría ese vestido.




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29 octubre 2007

Coronado


Regresas de las orillas del río
para dar nombre a las cosas
que fluyen por delante de tu vida,
cual rey de las luces y de las tinieblas
erigiendo su reino sobre la tierra.
Vuelves a tu mundo de súbitas transformaciones
desde la paz de una alcoba
en la que reposas durante noches y días.
Vienes a ejercer de nuevo tu dominio
sobre todos los elementos,
sobre seres fantasmagóricos que te rinden pleitesía,
levantas tus brazos y observas
cómo todo se arremolina bajo tus pies,
y mientras tanto, una diosa desconocida
eleva a los cielos cubiertos de cábalas
una rueda de laureles que poco a poco
va posando sobre tu cabeza
para dejarte por siempre coronado.

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26 octubre 2007

El arte de los locos. Prólogo

He tenido ocasión de visitar uno de los museos más sugerentes e impactantes que hay en el mundo. Se trata del Museo de L’Art Brut, de Lausanne, que me había atraído desde siempre. El museo recoge las obras de arte de personas que han sido consideradas locos por la sociedad y que Jean Dubuffet decidió poner en valor y consagrar bajo el nombre de Art Brut, un arte impulsivo que no debe nada a la tradición sino que nace desde lo más profundo, desde lo más oscuro. El museo es un edifico “sano” pero las obras a veces son infinitas y suben de un piso a otro porque quieren romper tabiques y volar.

La tendencia que tenemos a poner nombre a lo que desconocemos, a etiquetar para controlar, hace que se considere como locos a los que están en los márgenes, a los que no comprendemos. El tratamiento del loco o del homosexual como enfermos ha sido muy bien estudiado por un sabio como Foucault, al que remito a los interesados.


A mí lo que me interesa es que pese a sus historias, la mayor parte trágicas y truculentas, estos ¿locos? hayan sido capaces de crear tanta belleza. Hay cuerdos que sólo hacen daño a los demás. ¿En qué lado queremos estar?. ¿Cuál es la frágil línea que separa la locura de la razón?. ¿Qué hace distintos estos cuadros de los que encontramos en cualquier museo convencional? ¿Es el artista incapaz de comunicarnos su mensaje porque está loco o somos los espectadores unos inútiles incapaces de entenderlo?. Una de las principales diferencias es que (salvo excepciones) no fueron considerados en vida como artistas, ni expusieron, ni entraron en los circuitos del arte, ni vendieron una sola obra... pero Van Gogh tampoco lo hizo.

Iré contando alguna de estas historias que me obsesionan desde hace años, y ya digo que lo que me importa no es el contexto en el que estas maravillas fueron creadas sino la propia belleza intrínseca de las obras. Tampoco voy a descubrir nada aquí: todo está sacado de libros, catálogos y páginas web. Si acaso me permitiréis que sueñe o me ponga en la situación del artista en cuestión (y espero que no sea necesaria una camisa de fuerza).



No sé cuanto durará, ni pretendo ser metódico ni darle una periodicidad de ningún tipo a las historias que contaré. Simplemente creo que estos cuadros quedarán muy bien en esta taberna frente al mar que se llenará de voces, apariciones, médiums, electrochoques, clínicas, crímenes, fantasmas y, sobre todo, de amor porque ¿acaso no estamos más cerca de los locos cuando nos enamoramos?. Para empezar, la próxima historia tratará de la confección de un vestido de novia con hilos arrancados de trapos y de sábanas. Un vestido que nunca se usó

Hay miles de páginas que hablan sobre artistas consagrados: en la taberna del mar abrimos la puerta a la locura.

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24 octubre 2007

Demasía (viaje relámpago a París)


Hemos pasado dos días y medio metidos en estaciones de metro, apoyadas las espaldas a las paredes curvas del túnel. Los trenes que pasaban delante nuestro cada cuatro minutos llevaban, adheridos a las ventanas, carteles con los monumentos de la ciudad, grandes fotografías de calles, avenidas y bulevares, imágenes de casas y edificios decorados con ostentación. Cada vez que la cabeza de un tren entraba a la estación desde el oscuro túnel, la gente se acercaba nerviosa al borde del andén, y al reducir los vagones la velocidad, corría rauda hacia las puertas. Así podíamos contemplar durante un momento las fotos en las ventanillas: estatuas, farolas, torres góticas, escaleras de caracol y grandes balaustradas, columnas gloriosas, plazas gigantescas, rincones encantadores semiescondidos, calzadas de adoquines llenas de coches, elegantes portales...

Y de repente, suena el timbre, el tren coge velocidad lentamente y en un instante desaparece por el otro lado del negro túnel. Hasta que llega el próximo: en las fotos pegadas en sus ventanillas veremos más estatuas, escalinatas, cúpulas y torres, signos apologéticos de todas las demasías, y mientras tanto un mar de gente que entra y sale del metro delante de nuestros ojos. Transcurridos dos días y medio, cogeremos el último tren con el resto de los viajeros de la estación para perdernos en las curvas de los túneles.

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22 octubre 2007

Ruidera 1980


Entre frondosos abedules
imagino soporíferos veranos
aburridos
paseando por entre los juncos
de la laguna impávida
que sestea al sol.
Una vez vimos un enorme globo naranja
sobre la colina
y salimos corriendo
temiendo que pudiera ser un alienígena
o una invasión aérea
y allí dejamos nuestras bicis
junto a la orilla,
hasta que nos atrevimos a volver.
Luego, otra tarde,
la barca que llevaba dos personas
volvió sólo con una,
y el remero nos lanzó un balón
que se había ido rodando por la ladera
hasta el agua.
Esa noche, vi mi primer muerto,
morado, hinchado, guapo aún,
con los rizos revueltos.
Su madre, silenciosa,
lo había visto todo desde la ventana
con los prismáticos
(lo hacía todas las tardes
cada vez que cogía la barca
y se iba al centro de la laguna a pescar).
Dijo que esperaba algo similar.
Su otro hijo se ahorcó justo un año después.


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19 octubre 2007

La realidad

En el cenicero, una cerilla usada
y los restos del cigarro,
últimos remolinos de humo
en el seno del aire que entra por la ventana.
Alguien ha estado aquí no hace mucho,
en la radio una voz
platica con acento extranjero,
una mosca osa realizar un pequeño viaje
desde la cocina al pasillo,
se escuchan los pasos del vecino
bajando las escaleras del portal
tras girar la llave de la puerta de su casa,
así es la realidad,
solitaria, llena de sonidos extraños
y escasa en voces conocidas,
desfigurada por corrientes de aire
en la plácida hora de la sobremesa.

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17 octubre 2007

"Carlos y Carlos" en Alex Lootz

El cuento “Carlos y Carlos” ha sido publicado en la revista digital Alex Lootz, que fue un escritor navarro nacido en 1977 y fallecido en Madrid en 2004. A los diez años quedó huérfano, debido a un incendio. Luego viajó a París, donde estudió Filología Francesa y descubrió el sexo libre y la verdadera felicidad. Al terminar la carrera, Alex se traslada a Madrid junto con su innata tristeza y se convierte en un escritor maldito. En Madrid se reencuentra con un antiguo amigo de juventud al que deja su testamento literario cuando decide no continuar luchando.

Alex no pudo publicar en vida ninguna de sus obras. Pero después de su muerte nace el proyecto alex_lootz (www.alexlootz.com) coordinado por el escritor Iñaki Echarte Vidarte, proyecto del que forma parte la revista en la que se ha publicado “Carlos y Carlos”.

Aquí podéis descargar gratis la revista en formato pdf y aquí está la reseña en dos manzanas.

Por Alex (gracias, Iñaki)

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15 octubre 2007

Cada cierto tiempo


Cada cierto tiempo (1987)

Cada cierto tiempo la marea baja,
las aguas abandonan
la arena, la costa, los muelles y las rocas.

De vez en cuando tú te alejas
y me dejas
a la deriva, sin brújula entre calles y placetas.

Y si entonces te encuentro, eres
la ola que con ímpetu intenta
regresar a tierra firme, tierra.

Yo te espero, paciente, siempre,
sé que cada cierto tiempo
la pleamar alcanza su cota.
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10 octubre 2007

A una isla

(Esto ya lo conocen nuestros más fieles seguidores, pero no estaba en La Taberna del Mar, así que, aquí lo dejo)

A una isla (2006)

He llegado a tus orillas agarrado a los restos de un barco hundido.
He remontado los arroyos hasta lo más alto de tu interior abrupto
y he visto desde arriba los cuatro confines de la tierra llenos de mar azul.
Y siento que el naufragio ha llegado ahora que he pisado tu playa:
ahora sí que no hay bote salvavidas que me acoja.
Cuando te vi, en medio del mar, con tus acantilados azotados por las olas,
pensé que había encontrado mi refugio y mi amparo.
Pero he bebido tus aguas y he pescado tus peces y he dormido bajo tus palmeras.
¿Alguna vez un náufrago ha naufragado en una isla?
¿Alguna vez un náufrago ha añorado los días en que, agarrado a un tronco, pataleaba y bebía agua salada oteando el horizonte buscando tierra firme?
Eso es lo que me has hecho, isla del mar.

Me lanzo al agua porque naufrago en ti.

Pero he dejado mis huellas en tu arena.

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08 octubre 2007

Recuerdos


Recuerdos que me traen lágrimas a los ojos. Recordando aquellas largas noches de hace tantos años me pongo a llorar. También entonces me emocionaban las canciones de los músicos.
Recuerdos que me traen a la memoria anocheceres en los que cogíamos el tren para acercarnos a las fiestas cercanas. Coger el tren, y miedo a nada, sino una completa esperanza en la vida, elegir a dónde ir y el resto da lo mismo, acercarnos a algún lugar bullicioso a conocer calles distintas, a entrar en bares desconocidos para beber cerveza sintiendo que vamos perdiendo la cabeza según avanza la noche.
Cómo no recordar aquellas noches, noches eternas especialmente en invierno, noches en las que no amanecía jamás, noches infinitas en las que alargábamos la hora de regresar a casa, contentos, caminando dentro del envoltorio de la camaradería, noches en las que otro tren nos acercaba hasta la cama.
Poder recordar cada uno de los mínimos detalles de aquellas noches me devolvería ahora la paz, la felicidad.
Pero incapaz de recordar todo aquello, quemaría ahora mismo estas palabras para ahuyentar de mí tu recuerdo, quemaría aquí tu recuerdo para hacerte desaparecer de mis entrañas, quemaría mis entrañas para alejarme de ti, para dejar de caer con toda la fuerza de la gravedad en ese agujero negro que eres tú. Y no puedo, me has ganado, vencido.


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05 octubre 2007

Hojas

Hojas (1989)

Se desprende de los álamos la vida hecha jirones,
y las ramas, perfiladas en sombras verdinegras,
se encogen hacia dentro
en su extinción de agónico embeleso,
paralizadas,
sorprendidas por el frío de noviembre,
abrumadas en su féretro helado de gárgolas y esperas.

Agoniza la vida en los senderos,
se arremolina muerta en sucias esquinas de arrabal
y a veces vuela,
elevándose en un último letargo adormecido,
para debilitarse y descender en tornados de hielo.

Muere la vida verde y es tan bella,
muere al fin, abrasado,
el último paroxismo del estío,
y una luminosidad aciaga de desaliento y duda
extiende su hálito vacilante por las calles desiertas.

¡No recojáis las hojas caídas!
Dejad que contemplemos la belleza amarilla de la muerte.


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03 octubre 2007

Polvo en la memoria


Como el polvo se adhieren
las experiencias a la memoria,
pocas motas al principio
formando una capa casi invisible.
Aquellas primeras motas
quedan debajo de otras
más recientes, que las cubren.
La capa es cada vez más evidente,
y según pasan los días, meses y años,
la cubierta de polvo va endureciéndose,
una costra se le pega a la mente.
Si se limpiara cada día con un trapo
no quedaría rastro de polvo
sobre la memoria,
pero sin una friega esporádica,
se seca el lodo en la cabeza,
y no hay manera
de deshacerse de él, de limpiarlo.
En adelante,
queriendo guardar para siempre restos del recuerdo
languidecerá la inteligencia,
se entumecerá el espíritu,
quedará reducida
la posibilidad de nuevos sentimientos.

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01 octubre 2007

Vente al mar

Vente al mar (1989)

Vente al mar.
Agárrame del brazo
(la brisa es demasiado fuerte esta vez).
Siente en tu cara el azote de la espuma,
déjame disfrutar del viento
que arremolina tus rizos rubios.
Tumbémonos luego en la arena,
juguemos a estar muertos,
a dejar,
que las olas nos mordisqueen los pies.
Durmámonos así,
abrazados,
quedémonos pegados hasta que el sol se oculte.
Vente conmigo al mar,
robemos algún coche y salgamos cuanto antes,
a quinientos kilómetros nos espera la arena.
¡Más rápido, corre más!
No soporto la espera.
Echemos a volar.
Despeguemos.
A cuatrocientos mil kilómetros nos espera la luna.
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