La taberna del mar: mayo 2006

31 mayo 2006

Ahorcados

Luis Antonio de Villena (http://www.luisantoniodevillena.com) nos ha enviado este poema inédito para nuestra taberma. Disfrutadlo. Gracias, Luis.

AHORCADOS

Sabían de memoria (sin saberlo) a los antiguos poetas y la lengua de los pájaros. Se habían descubierto con los ojos, que eran noche y penetraban noche. Y temblaban susurrando. Desnudos bajo el agua de un grifo vulgar, oyeron a Ibn Arabi cuando dice: “Brilló el relámpago cuando aparecieron sus dientes,/ y no supe cuál de los dos acabó con la noche”. Pringosos de su aroma vegetal (y tremantes) escribieron, con la lengua, en su piel viva de sombra canela, muchas líneas de “El intérprete de los deseos”. Y entrelazados como alquimia labios y piernas, oyeron otra vez: “Me vienen impetuosos los suspiros,/ y las lágrimas por mis mejillas corren.” Oh mi mal de amores por los lánguidos párpados… Quiero hablar en tu boca. Y la mano recorría el fin y el principio, la bóveda y la extensión celeste, y el almíbar de la lengua hacía callar la música del dedo. Paraísos de aroma vegetal, luz de luna, otra vez (otra vez) alcanzados, gozados, sabidos, íntimos, felices, temblorosos, rotos…Y escucharon: “Mañana y tarde pasaron sin gozar del descanso,/ juntando las mañanas y noche tras noche.” Y vieron ágiles corzos por un reino dorado, mientras ellos descansaban del santo exceso y los mástiles buscaban para más y mayor amor (en tanta noche) grutas de velludo y velas de seda. “De la oscuridad de su cabello surgió la luna llena,/ y la rosa bebió del narciso negro.” ¡Cuánta quietud suave trasegando el deseo!

Fathi y Omar, dos muchachos de Teherán, con diecinueve años, fueron ahorcados en los días funestos del invierno cristiano de 2006 en plaza pública. Se amaban. Se querían. Buscaban dormir juntos y acariciar sus sexos. Ahorcados. Omar y Fathi, de diecinueve años. Y el mundo ridículamente no se ha roto aún. Y parece que los verdugos rezan en viernes: “El Compasivo se ha instalado en el Trono”. ¿Quién se ha instalado en el trono? Rezad por mi, muchachos de Persia.
LUIS ANTONIO DE VILLENA

30 mayo 2006

No lo he conseguido

Ayer me propuse no pensar más en ti. No pensar tanto en ti, al menos.
No lo he conseguido.

En mis ratos de insomnio voy ideando estos párrafos que te escribo. Muchos de ellos no están escritos a bote pronto, sino que son fruto de horas y horas de no poder dormir porque pienso en ti, pienso en qué decirte, busco palabras adecuadas para expresar mis sentimientos sin dañar los tuyos.

No quiero pensar tanto en ti, no porque no te quiera, sino porque quiero quererte más. No puedo pensar tanto en ti, si deseo mantener viva esta llama en mi. Hace tiempo que no sentía esta pasión y no quiero que me arrase, que me hunda, que me supere. Prefiero graduarla, disfrutarla más tiempo. Prefiero no cansarme del amor, no agotarme en un esfuerzo súbito. Prefiero ir sintiendo este gozo y este dolor con sosiego, con paciencia, con tranquilidad.

No quiero pensar tanto en ti, no porque no te quiera, sino porque quiero quererte más. No quiero que de tanto quererte dejes de quererme tú a mi. No quiero aburrirte. No quiero abusar de tu cariño, compañero. No podría soportar tu cansancio, no quisiera darme cuenta demasiado tarde de que tenía que haber frenado mi ímpetu.

No quiero que esta hermosa temporada termine, y menos aún, con un lánguido final. Esta llama ha de extinguirse porque el paso del tiempo es irremediable, no hay nada que dure una eternidad. Pero no quiero que esta llama sea un fogonazo que deslumbra, lo arrasa todo y se apaga con la misma violencia con la que prendió, quiero que permanezca hasta agotar, poco a poco, todo el combustible que la vida nos ha dado.

Por todo ello, ayer me propuse no pensar más en ti. No pensar tanto en ti, al menos.
No lo he conseguido.

Cuatro mil pesetas y sin baño

Cuatro mil pesetas y sin baño (2005)

Ayer apareció entre las páginas de un libro
la factura de un hotel en la calle Almirante.
Hace ya once años.

Cuatro mil pesetas y sin baño
(pagábamos a medias).
Y sin ventana.
Y sin calefacción.
Y qué frío hacía en ese hotel
pero qué feliz fui con tus abrazos
a pesar de lo pronto que tuvimos que irnos
para volver a nuestras camas de siempre.

Y aquí estamos ahora, como casi todos los días:
yo muerto de nostalgia en el salón,
tú leyendo en la cama.
Y me meto contigo bajo las sábanas,
tiritando,
como aquella vez hace ya once años, pero ahora es agosto.
Y me miras como si me hubiera vuelto loco.

Pero esa factura de la calle Almirante
me ha hecho sentir que hoy es otra vez aquel día,
que no tenemos baño ni ventana,
que estamos en enero,
que voy a tener que ahorrar para conseguir otra vez dos mil pesetas
para pasar contigo algunas horas.

Estoy helado y el termómetro marca
treinta y dos grados a la sombra.

29 mayo 2006

Remolino


Me vienen las imágenes a la cabeza,
sobre la ría azul,
como las gaviotas gritando.
Nerviosas, a veces en manada,
otras veces solitarias,
me llegan desde las rocas a las praderas
gritando, las ideas.
Rodean mi cabeza,
suben y bajan,
acompañadas de chillidos estridentes,
para huir después en remolino
hacia el mar, sobre las olas
las gaviotas, las imágenes
sobre la desembocadura de mi río
desaparecen, a gritos.

26 mayo 2006

La barca

La barca (1997)

La barca, atestada de bañistas,
bordea apacible las orillas de la isla,
va parando en las playas
y algunos pasajeros
saltan jubilosos al agua azul
(la barca no se acerca demasiado
a la orilla para no embarrancar).
Nos sentamos en la proa
y la espuma blanca,
desprendida del mar
por la suave brisa que sopla
sobre esta parte resguardada de la isla,
a salvo del meltemi,
nos llena los labios de sal y arena.
Un marino vocea los nombres de las playas:
¡Platis Gialos!, ¡Agari!, ¡Elia!.
En el fondo,
entre la sombra de las olas,
has creído ver un ánfora.
Y yo quiero que el cielo sea esto:
un sosegado navegar de playa en playa
por una isla infinita
sintiendo en mi rodilla
el roce de la tuya.
Que sólo fuera esto.

25 mayo 2006

Triángulo

El señor Von Thunen ha entrado en su automóvil, con el cigarro encendido. Ha puesto el motor en marcha y se dirige hacia abajo por la primera calle que encuentra.
Marco todavía está en el bar, recogiendo las últimas cosas, con la chaqueta puesta. Coge los ingredientes de la cena para llevarlos en una bolsa.
Ludovic está en casa. No ha salido en todo el día porque tiene dolor de cabeza, provocado por la alergia de primavera, lo más seguro. Pone música clásica para aliviar el dolor.

El señor Von Thunen viene enfadado en el coche. Tenían que haberle hecho un trabajo hoy, y el tipo no ha aparecido, desgraciado. Intentará apaciguar el enfado con cualquiera de sus amantes, cubriéndole de grasa el cuerpo.
Marco recibe una llamada, una voz le grita desde el otro lado del teléfono. El dueño de aquellas groseras palabras le pide que deje todo lo que esté haciendo y le recuerda quién es el que manda, exigiéndole que le espere.
Ludovic está pensativo, y le vienen a la cabeza las cosas que hoy ha dejado de hacer. Aquel encargo que le pidieron, los papeles que tenía que preparar, las flores que le quería comprar a su amor. Esta última falta es la única que le produce amargura.

Se le ha apagado el cigarro al hombre que viene en coche, hoy se le ha menguado su negro patrimonio, se le paralizado el negro negocio, se le ha envenenado aún más su alma negra. El otro, el que lleva la cena en una bolsa, no sabe qué hacer, a quién hacer caso, a su patrón o a su corazón. El hombre con dolor de cabeza, por su lado, sale a la ventana a respirar un poco de aire.
Lo ve todo desde la ventana: aquel hombretón que cruza la cuesta, su amor, sale por los aires golpeado por un coche que baja a toda velocidad. La cena que su compañero del alma traía en una bolsa, se esparce sobre el asfalto. No hay rosas en casa.

Los guardias colocan un triángulo rojo en la cuesta.

El señor Von Thunen pide fuego.

El contenido

El contenido (2005)

He cogido la pequeña lata de metal de encima de la mesa. La he abierto. La humedad se ha apoderado del tabaco que hay dentro, y después de tanto tiempo, ha comenzado a pudrirse. Huele mal. He retirado la nariz de la lata y la he cerrado inmediatamente.

He cogido el libro de la balda. Lo he abierto. Se le han caído algunas hojas: el otoño de los libros. El moho ha tomado el resto de las páginas y han desaparecido las letras. No se puede leer nada. He cerrado la tapa y he dejado de nuevo el libro en la balda.

He cogido la botella de vino de la cocina. La he abierto. Al verter el vino en el vaso he visto que está malo, avinagrado, ha perdido su transparencia... He echado el vino por la fregadera y he llevado la botella al cubo de la basura.

He cogido tu carta del buzón. No la he abierto. Quede su contenido en mi espíritu sin pudrirse, enmohecerse, avinagrarse. ¿Servirá la trampa? Por si acaso, he vuelto a introducir tu carta en el buzón.


24 mayo 2006

Castillos de arena


inútiles esfuerzos: haciendo castillos que las olas borran, convertidos en montículos redondeados de arena mojada que proyectan hacia la carretera sus sombras alargadas por el último sol, yo con un cubito rojo y una pala, golpeando el cubo de vez en cuando, con rabia por ver la obra deshecha, y levantándome, con mucho trabajo porque todavía no ando bien, más bien gateo, para coger el cubo y arrastrarlo un poco mas adentro, donde la arena pierde su color oscuro, y sentarme de golpe (casi me caigo de espaldas) y empezar otra vez a llenarlo de arena, apelmazarla para que no se desmorone al darle la vuelta, ponerlo boca abajo y darle un par de golpes con la pala, y levantarlo al fin para contemplar la hermosa torre con almenas y todo, con enormes puertas de madera y puentes levadizos, con guerreros que lanzan flechas y aceite hirviendo desde arriba, y llenar otra vez el cubo rojo, y levantar una nueva esquina del castillo, una nueva torre almenada, y así hasta cuatro, y luego construir con el pie una muralla entre las torres para que no se cuele nadie, y abrir (a eso me ayudas tú) un foso para que el agua, cuando la marea suba, rodee nuestro castillo y, si queremos, dejar entrar un chorrito pequeño por la parte de atrás para regar los jardines de dentro y para que se bañen los guerreros después de la batalla. Pero otra vez llega la ola, y la espuma arrastra trocitos de madera y conchas de caracola, y sube por la muralla y aniquila las torres y la arena y los guerreros y las puertas y los puentes levadizos, que se arremolinan hacia el mar entre espuma y gorgoteos de arena caliente, y yo con mis baldíos esfuerzos, con mis inocentes empeños, levantándome de nuevo para coger el cubo y arrastrarlo un poco más adentro, donde la arena pierde su color oscuro, y empezar otra vez a llenarlo de arena, apelmazarla para que no se desmorone, haciendo castillos cuyas sombras son cada vez más alargadas, haciendo castillos que las olas borran....

23 mayo 2006

Un hombre que pasea

espesura-marEstaba aún celebrando un brindis en la taberna, y he tomado carrerilla para adentrarme en la espesura. De pronto, he sentido la necesidad de dar un paso atrás y mirar alrededor. Antes de empezar a describir lo que encuentro a mi paso, antes de dejar constancia de mis sentimientos, me detengo un momento. Contemplo cosas agradables, pero no todo es perfecto. Contemplo a los paseantes en una tarde de domingo y veo la angustia reflejada en la cara de algunos, mientras otros disfrutan apacibles del paseo vespertino. Siento que me echan en falta los amigos que dejo atrás, mientras capto la impaciencia de los que me esperan más adelante.
El paisaje ha cambiado, los arenales dejan paso a campos de flores y frutas. En los arrabales del poblado las acequias arrastran restos de ramas caídas. Y me quedo a observar el paso de los turistas, que se detienen un instante para fotografiar al campesino.
Entonces, noto que mi cuerpo, levemente, comienza a ascender como si fuese un globo. Poco a poco, mejora la perspectiva de mi campo de visión. Empiezo a entender el significado de este recorrido, delante veo la espesura del bosque que me adentrará en las montañas, y también veo el presente bajo mí, los paisajes y sus gentes. Y aún cerca, la línea de la costa, y las olas blancas rompiendo en la playa pausadamente, y las casitas recibiendo las últimas llamaradas del sol.
Hay gente brindando en una taberna, y allí estoy todavía, y no me quiero marchar: ha sido una ceremonia tan deseada, tan presentida, tan solemne y tan sencilla. Pero el brindis termina y me veo a mi mismo aquí abajo, sólo, en medio del camino, quieto y pensativo, esperando el momento de seguir. Mirando a lo lejos, observo un cuerpo parecido al mío, pequeño en la distancia, vagando en el bosque. Ahora se detiene, mira hacia el cielo del atardecer mientras ve pasar un globo de colores desde el que alguien le saluda.Tras alzar los brazos para abrazar al mundo, profundamente agradecido, comienza a tomar notas.
Escribe en su cuaderno estas mismas palabras.

Para vivir el mar

Para vivir el mar (1990)

Hay que vivir en tierra para sentir el mar,
para soñarlo en noches de desvelo,
para volar encima de sus olas
y ahogarse en él.
Hay que vivir en tierra para saber a mar,
para santificar la sal y las gaviotas,
para azotar orillas con vientos desatados
o para acariciar barcos veleros.
Hay que vivir en tierra para nacer el mar,
para crucificar soledades en su espuma,
para abrazarlo y deshacerse en él,
embarrancarse en fondos arenosos
y encresparse,
para resplandecer en mediodías de agosto.
Hay que vivir en tierra para beber el mar,
para lamer de noche, a oscuras,
muertos embarcaderos de madera mojada
con un lento oleaje,
para multiplicar la luz
y convertirla en perlas ambarinas,
para descomponerse en playas alejadas
como un pescado al sol.
Hay que vivir en tierra para morir el mar,
para mitificar héroes de barro,
para recuperar la fe extraviada,
para agonizar de amor en sus orillas,
para sacrificarse en hogueras nocturnas,
para nadar a solas,
en sus heladas simas donde no llega el sol,
para enredarse en algas de pasiones deshechas
y desaparecer en remolinos de deseos,
para evaporarse
y dejar simplemente
una caricia de sal sobre la arena,
apenas un suspiro.
Hay que vivir en tierra para vivir el mar

22 mayo 2006

Se agradecen las visitas

Hoy por la mañana, un espléndido día de mayo escondía una amenaza en el mar. Hacía un día perfecto para pasear por la costa y desayunar en la terraza de la taberna, observando el inmenso océano: una cálida brisa del sur, un cielo azul profundo y unas pequeñas nubes rompiendo la monotonía. Pero las olas eran amenazadoras. Al mediodía, con la pleamar, el espectáculo ha sido maravilloso, las olas saltaban al romper contra el muelle, los niños jugaban a escapar del chaparrón de agua marina y mientras, mirábamos embelesados la fuerza de la naturaleza.

Por fin, la amenaza ha llegado. Una fuerte galerna ha hecho cambiar el sentido del viento, el aire se ha enfriado y han caído las primeras gotas de lluvia. Rápidamente hemos recogido las mesas y sillas de la terraza, y nos hemos cobijado dentro del bar, al abrigo del vendaval, con un café y una copa, mientras contemplábamos la tormenta a través de la gran cristalera y cantábamos baladas recordando a viejos lobos de mar.

En la intimidad de nuestro refugio, hemos celebrado el último brindis del día. Y ahora que ha amainado la tormenta y nos toca recoger, pensamos en silencio: bonito día el de hoy. Gracias por haber estado aquí. Sin vuestra presencia, esto no hubiera merecido la pena, ¿verdad, compañero?

Nuestras amistades

18 mayo 2006

Vacío


Estate callado, en silencio, que me saltarán las lágrimas al oír tu voz.
Quédate mudo, por favor, que el miedo no puede soportar tu palabra.
Frases sin verbo, sonidos sin melodía.
Cógeme en tu silencio, átame en tu vacío, tómame en tu carencia.
Estate callado, para que la imaginación cree tus palabras.
Quédate mudo, para soñar tus frases en mí.
Libérame para quedarme unido a ti.
Porque el miedo no soporta tu vacío,
las palabras no pueden llenar tu ausencia,
la imaginación no puede crear tus palabras,
las frases no son nada sin verbo,
yo no soy nada sin ti.
Yo... sin... ti

Brindis


Enamorado, escéptico, aburrido, más sabio y más cansado. Aquí sentado, delante de la espuma, después de tantos años dando vueltas, sabiendo que tampoco esta vez será definitiva pero disfrutando del sol y las gaviotas (y de la compañía).
¿No oyes el ruido de las olas?
Sentado por fin, descansando después de tanta cuesta y tanta vuelta. Sosegado, recuperado, sudoroso (pero ya se va secando y el aire me refresca y deja ese sabor a sal en la piel que siempre busco) Entornando los ojos al recibir el brillo del sol entre las olas, en una taberna encalada que parece de fuego cuando atardece, sin prisa, sin futuro (y sin quererlo tampoco). No es ésta desde luego mi Itaca, solo es un alto en el camino, pero esta vez no voy a apresurarme y voy a disfrutar de estos instantes. Sentado en una silla de madera algo incómoda, que parece que va a romperse en cualquier momento, con trozos de pintura que van cayendo al suelo. Y el mar ahí, palpitando, como una bestia agazapada, pero durmiendo, tranquilo de momento, sin retarme a coger de nuevo el barco y seguir con la búsqueda. Puro presente estático de serenidad. Puro presente extático de gozo. Sólo me muevo para coger el vaso empañado con un vino amarillo que refulge al sol y repetir un brindis que hice cuando emprendí el viaje, hace ya algunos años:

Brindo por las tormentas que rasgan las tardes eternas de junio.
Brindo por el mar, por la sal y las olas, por su monotonía.
Brindo por los poetas que consumen sus días con páginas en blanco.
Brindo por ti, Amor, para que no te vayas cuando se acabe el vino.

Pero antes de empezar, derramo algunas gotas por el suelo,
para que beban los muertos.

17 mayo 2006

Sueños para un prólogo


Esta taberna nació cuando dos desconocidos se soñaron, el día que descubrieron que vivían una doble vida a cuatrocientos kilómetros de distancia, el día que, con un escalofrío, despertaron de un extraño sueño (¿o era la realidad y lo que hicieron fue dormirse?) Los dos desconocidos ya no saben si sueñan, si viven, si son ellos, sin son otros. Tampoco quieren saberlo. Solo sentarse frente al mar.
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hoy he soñado que yo no era yo, hoy he soñado con una casa en el monte entre rosales llenos de mirlos, hoy he soñado que era una isla en un mar norteño, he soñado que los marinos me temían porque sus anzuelos se enganchaban en mis rocas, hoy he soñado que veía el mundo desde otros ojos, que era mas bajito (pero no mucho), que era más feo (pero no mucho más), que era más viejo (solo unos añitos), que por mi boca salían palabras que no entendía, que escribía cuentas en una pizarra negra, hoy he soñado que montaba en bicicleta por las orillas de un mar a veces gris y a veces dorado, hoy he soñado que despertaba en una cama que no conocía y que dormía junto a mí un hombre raro (muy guapo, por cierto) y me rodeaban unos brazos demasiado largos, demasiado huesudos, hoy me he despertado con las sábanas húmedas, con el canto de un mirlo, con el olor del mar y los rosales, con el abrazo de un desconocido y con un sabor extraño en la boca a ostras y cognac.

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Hoy, despierto y en la playa, he soñado una hipotética vida.

He encontrado un río en la llanura de Castilla y he estado pescando con mi cariñoso padre. Mamá está leyendo, sentada contra un árbol. Quiero saber por qué la luz de la primavera hace brotar las flores, de pronto, hasta convertir estos margaritones en circunferencias perfectas. Quiero saber por qué el fluir de las palabras es más sugerente que este río y los peces que en él habitan. Quiero conocerlo todo, las leyes de la música, la emoción de la pintura, las reglas de los números, la lógica del pensamiento. Y todo está a mi alcance.
Quiero irme de mi pueblo para ver, aprender, aprehender todas esas cosas y mil cosas más. También me iré de mi pueblo porque en mis juegos eróticos sueño con hermosos muchachos, y eso está mal visto: en la gran ciudad seré libre para acariciar bellos cuerpos. Marcharé de mi pueblo para aprenderlo absolutamente todo.

Después, he detenido el hechizo.

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Editado por ambos

16 mayo 2006

Nuestros poetas

Federico García Lorca
Konstantinos Kavafis
Fernando Pessoa
Luis Cernuda
Jaime Gil de Biedma
San Juan de la Cruz
Xabier Lizardi
Rikardo Arregi
Jon Mirande
Salvador Espriu