La taberna del mar: junio 2007

29 junio 2007

Arco iris



Como los cuatro elementos para formar el mundo, así se unen algunos atardeceres todos los colores en el cielo extenso.

Pero hoy se apagará la luz del día en tono grisáceo, bajo el peso de una gran capa plomiza, y así quedaremos atrapados sin remedio.

Agito la mano queriendo remover el aire con un abanico invisible, pero no cambia nada, los remolinos son imposibles en esta densa atmósfera.

¡No se llevará la oscuridad todo lo que no queremos ver! ¡Una pequeña chispa no hará que se expanda la bóveda del arco iris!

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27 junio 2007

Ploumanach


Ploumanach (2006)

Una playa norteña, gris y ventosa,
calles estrechas
para que el aire no azote demasiado,
llenas de restaurantes en los que los turistas con jersey
beben vino blanco y comen mejillones,
tú y yo paseando por la costa
entre piedras ciclópeas de granito rosado,
o por un paseo abrigado entre los abedules.
Un niño con jersey corre tras las olas descalzo
pero las olas corren mucho más:
aquí las mareas suben o bajan
a la velocidad de un caballo al galope.

Me acerco hasta la arena húmeda y me descalzo.
Tú te sientas en una roca con ese chubasquero azul
del que me enamoré
(¿dónde está?, hace tiempo que lo perdí de vista...).
El agua está helada y el niño se me acerca
y me coge de la mano.
Tu sonríes y tus ojos son del mismo color que este mar.

Ahora, tantos años después,
para poder escribir esto he tenido que mirarte a los ojos:
vuelvo a sentir el aire de aquel día tan lejano,
vuelvo a ver las callejas estrechas,
el olor a pescado,
el frío de la arena húmeda
y la tibia caricia del niño del jersey.

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25 junio 2007

Allá van


Una melodía se pierde en el aire
cada vez que te mueves,
y cuando se hace inaudible
el último eco de la canción,
te metes en el agua.

Un baile huye despavorido
cada vez que te mojas,
y cuando llega al final de la escalera
el último paso de la danza,
te metes en la cama.

Una palabra desaparece de pronto
cada vez que te tumbas en la cama,
y cuando se convierte en un punto
la última letra del vocablo,
te metes en tus sueños.

Mientras duermes,
la melodía, la danza y la palabra,
sacuden, una a una,
mi cuerpo rendido.
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22 junio 2007

Llueve

Llueve (1990)

Llueve de noche y, en los patios,
una sombra azul de luna mojada
se arremolina en oscuros gorgoteos
y se pierde hacia el fondo,
acariciando estómagos de sucios sumideros.

Llueve de noche, y las gotas translúcidas
reflejan luz de insomnio y horas de no soñar
en su alma de agua helada,
desdibujando empañadas geometrías
en ventanas de vaho.

Llueve de noche y, sólo a veces,
un reloj, o su sueño,
vomita inevitables campanadas
que pronto caen al suelo chorreando,
y se amontonan en tumbas de cartones mojados.

Llueve de noche por todos los tejados,
por todas las esquinas,
por las calles brillantes de luz de plata insólita,
empapando mortecinas alfombras de hojas amarillentas.

Llueve de noche y no me recupero.
No alcanzo a convertirme en lluvia sucia,
en despojo de nube baja y gris,
en sumidero.
No aprendo a resbalar por fríos cristales,
ni reflejo,
(ni siquiera me atrevo),
ninguna luz de sueño muerto ni de horas malgastadas.

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20 junio 2007

Pasadizo


Flotaba en el aire, ni hacia arriba ni hacia abajo, aquella pluma liviana llegada desde cualquier lugar.

De pronto –¿será que pasó alguien por allí?– una corriente de aire la empujó contra el suelo.

Gracias a su ligereza se deslizó sobre las losas a través del pasadizo, hasta llegar a la pared del fondo del patio.

Ahora descansa sobre un pedrusco, lejos de las ráfagas de aire.

Crece una flor junto a la piedra, junto a la pluma.

En la pared del patio, al lado de la puerta, hay un agujero, desde allí se divisa la llanura.

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18 junio 2007

1994


1994 (1994)
suspirando, haciendo sombras en la pared con las manos: un lobo, un águila, un conejo, suspirando y dibujando universos de sombras en las paredes, tumbado aquí en la cama, en el calor de la siesta, recuperándome, levantando las piernas hacia el techo, entrecerrando los ojos, soñoliento, retorciéndome, acordándome de ti constantemente, suspirando por no estar a tu lado, agonizando, apretándome el estómago con una mano, atragantándome, imaginándote acostado aquí mismo, incorporándome y volviéndome a acostar, porque no lo resisto, porque no puedo soportar esta agonía de no tenerte cerca, de tener que esperar dos, tres días más hasta que vuelvas, de tener que aguantar este dolor casi físico, este gato de fuego que me abrasa por dentro y se retuerce y me araña las tripas, queriendo abandonar mi piel y elevarme hasta el techo hasta explotar y pintar la habitación de vísceras, para que quede sólo algo muy pequeño, algo etéreo que siga hasta lo alto para verte un segundo, para verme soñándote, para verme soñando que te veo mirarme cómo te sueño viéndome mirarte
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15 junio 2007

De nuevo


Llevado por un arrebato de amor
has quitado la manta
y se me enfrían los pies.
Me has acariciado vivamente
y robado las manos
hasta dejarme manco.
Me has engullido otra vez
en tu abrazo de pulpo,
y untado con tu beso bovino.
Un cesto vacío como ofrenda,
para que sonrías a gusto
con las palabras completas.
Gritos, preguntas indirectas,
aullidos de acepción oculta
convertidos en súplica.
Antiguos recuerdos de cama
mecidos por una tenue luz,
así, juntos, de nuevo.

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13 junio 2007

Un billete de metro


Un billete de metro (2004)

Entre medallas de la virgen
y fotos de tamaño carné ya desfasadas,
entre monedas de Grecia ennegrecidas
y garabatos en papeles de cuadros,
entre recortes de periódico amarillentos
en los que aparecen brevemente
mi padre, mi madre o mis hermanos,
debajo de un perro de cerámica que encontré en la orilla en Santorini,
hay un billete de metro.

Un billete de metro vulgar,
con una fecha,
un billete de diez viajes en el que sólo aparecen marcados tres,
como si hubiera ido al aeropuerto sin billete de vuelta,
como si hubiera desaparecido entre los túneles y las escaleras mecánicas,
un billete con sólo tres viajes marcados,
un billete que pretendía usar sólo contigo,
pero nunca lo usé y allí quedó
entre postales de amigos que ya ni recuerdo.

Un billete que aún guarda tu mirada verde
y el brillo de tus ojos cuando nos despedimos,
que guarda tu media sonrisa
y algo de pesadumbre,
que guarda un beso furtivo
al bajar las escaleras,
un beso medio robado.

Todo lo guardo en una caja fuerte:
ese billete
y tu mirada inquieta cuando doblé la esquina.



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11 junio 2007

Un juego


Se lo tomaban como un juego, aunque era peligroso. Uno de ellos subía a la montaña para que le persiguiesen los guardias hasta la muga. Mientras tanto, los demás repartían de casa en casa el botín conseguido de estraperlo.
Había que andar con mucho cuidado. El que iba al monte tenía que conocer perfectamente el terreno para poder huir en caso necesario. No sólo eso, tenía que dejar pistas falsas para guiar a los picoletos, sin que se le acercaran demasiado. Era necesario tener un cómplice al otro lado de la muga, para abandonar aquellos parajes lo antes posible.
De todas formas, había que repartir lo canjeado en el contrabando, y aunque al principio lo hacían para sobrevivir, con el tiempo eran cada vez más los que sacaban beneficio al mercado negro de alimentos y bebidas, y hasta aquellos que no ganaban nada se lo tomaban como un juego, a pesar de ser estos últimos los que más arriesgaban.
El que mejor se lo pasaba era el que iba como anzuelo humano hasta las laderas de Larrarte, el que se agotaba subiendo por la regata de Ildotz, el que escapaba una y otra vez por los bosques de Untzila. Siempre había alguien dispuesto a hacerlo: los que disfrutaban con el cálido aliento de los perros perseguidores, los que llevaban toda la vida huyendo de los amigos, de las responsabilidades, huyendo de sí mismos, y ahora, jugando a huir de verdad delante de los fusiles. Pero todo aquello no era más que un juego, ellos eran los cebos, ellos los que sabían engañar a los demás. Y al pasar al otro lado, habiendo dejado atrás a los guardias y encontrado refugio, ellos eran los que se sentían verdaderamente satisfechos, los que decían todo ha salido bien, y se iban a dormir.

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08 junio 2007

Válvulas


En los lóbregos bajos de una casa de tres plantas de Berlín
la válvula de unas roñosas tuberías abre y cierra
un infinito de escaleras de madera que se pierden hacia lo alto.
Percibes la presencia de alguien
que te sopla en el cogote mientras corres hacia la habitación cerrada,
hacia lo oscuro,
sabiendo que yerras en tu camino,
que caminas en dirección equivocada.

La válvula que abriste tras leer,
en aquel periódico empapado que encontraste
bajo un banco de la plaza vacía,
la noticia que te impulsó a tomar un avión hacia Berlín
y vagar por sus calles bajo la luz macilenta de una tarde de invierno
buscando aquella casa de la fotografía.

Al fin la encuentras. Quizá es ella la que te encuentra a ti.
Bajo el arco, las húmedas y mohosas escaleras descienden
hacia el sótano del que ahora sueñas no haber sabido nada nunca,
y, como iluminado,
diriges tus pasos hacia el fondo, hacia esa válvula oxidada
que con esfuerzo abres.
Y entonces empieza y acaba todo.

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06 junio 2007

Quieto


Todo está en paz, o así lo parece.
El arbolado que rodea la casa,
la ciudad entera,
el ronquido pausado que llega desde el dormitorio,
el lento vuelo de los pájaros,
la sosegada espera,
la pesada luz y el peso del calor,
las sombras borrosas.
Todo quieto durante un instante,
un breve instante
perdido en el perpetuo devenir.
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04 junio 2007

haikus de Jaisalmer



En el crepúsculo
la tormenta de arena
oculta el sol.

Como un relámpago
dos gacelas escapan
hacia el desierto.

Perlas de nube
ruedan sobre la arena:
gotas de lluvia.

Templo jainista:
una vaca sagrada
huele a mojado.

En la muralla
atardecer violáceo.
Fin del viaje.

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01 junio 2007

Manos enlazadas


Tumbado, comienzo a respirar profundamente, tranquilo, con ganas de descansar, esperando que el sueño me absorba, voy adormilándome y las ideas huyen poco a poco...

Por fin, parece que se me vacía el cerebro, que llega la calma al mar de los pensamientos, que me acerco al reino de los sueños.

Lejos del cansancio diario, me hundo en una apacible oscuridad, esperando despertarme mañana descansado y renovado.

Pero el sueño no es completo, no es profundo, se queda constante en mi mente la tierra ocre del Sahara. No sé cómo, de repente, como si fuera una obsesión, lo quiera o no, me encuentro en la wilaya de Dajla y comienzo a revivir los días que pasé allí, y recuerdo que tengo que preparar un paquete lleno de ropa y fotos para Mamadu, y comienzo a sentirme como si aún estuviese en una jaima. Todo ha cambiado para mí, pero no sé exactamente por qué razón, tal vez sea por los colores vivos que resaltan sobre el color homogéneo de la naturaleza, o quizás por la alegría que irradian los ojos oscuros.

Ayer, durante un instante, me pareció que había huido de mí esta obsesión constante, porque me había quedado apaciblemente dormido después de comer, delante del televisor, así, sin más. Pero no, de noche han vuelto a aparecer la arena y el cielo, los darrah bailarines agitados por el viento y los elzam ligeros pero recios que quiere agujerear el sol, las estrellas –todas las estrellas del hemisferio norte– y las manos que espío sin querer, las manos enlazadas, los brazos, los brazos abrazados.

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