La taberna del mar: septiembre 2008

29 septiembre 2008

Algunas cosas sobre Malta (VIII)

Los pueblos del sur, achicharrados entre chumberas y abiertos algunos a bahías azuladas en las que se agolpan las típicas barquitas de pesca de colores, merecen sin duda una visita. Cercana está La Cueva Azul, una de esas “trampas para turistas” que atrae a las muchedumbres de toda Europa para disfrutar escasos minutos del supuestamente inigualable color azul de una cueva que hay que visitar en barca (previo pago de siete euros) y que no es ni mejor ni peor que el color de otro montón de innumerables cuevas y bahías alrededor de la isla.

Un paseo por Marsaskala o casi mejor por el exquisito Marsaxlokk (que andaba de luto ese día por la muerte de unos pescadores del pueblo) debería ser imprescindible.

Como también lo es pasear por Qrendi al atardecer, pueblo ya algo alejado de la costa, sobre todo si viene el obispo dentro de unas horas y todo el paisanaje se encuentra envuelto en un maremagnum de preparativos que harían palidecer a los habitantes de Villar del Río.

Además, a este precioso sitio ha ido a parar la descendencia de una parejita que los habituales de La Taberna del Mar conocen bien. Aquí está la prueba:

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26 septiembre 2008

Geometría matinal


Cientos de losas cuadradas
y en medio un agujero elíptico
y por allí caeré
mañana por la mañana
para quedarme a la altura del primer piso.

Cientos de cristales rectangulares
y por ellos haces paralelos luz
y desde allí miraré
mañana por la mañana
para estar a la altura del primer sol.

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24 septiembre 2008

Algunas cosas sobre Malta (VII)

Otra de las cosas que uno no puede dejar de ver son los complejísimos templos megalíticos dispersos por Malta y Gozo, y sus bellas plantas, apreciables sólo a vista de pájaro, en las que los ábsides se multiplican como si estuviesen alrededor de un deambulatorio en Toulouse, o Chartres, con sus nombres impronunciables y misteriosos: Tarxien, Ggantija, Mnjandra o Hagar Qim (lástima no poder reproducir aquí las bellísimas letras haches y ges del alfabeto maltés), llenos de gatos y de gorras perdidas. También se recomienda la visita el Hipogeo de Paola, pero hace falta reservar con tiempo (yo no lo hice por eso, y porque ahora lo paso mal en sitios atestados, oscuros, subterráneos y estrechos, con lo que yo he sido).

Las tres ciudades, Vittoriosa, Cospicua y Senglea, son, como su nombre indica, las tres ciudades que se asoman al Gran Puerto enfrente de La Valeta y que han sido “okupadas” por los puertos deportivos que asolan el Mediterráneo (y el Cantábrico últimamente), tan grave como instalar un parking en la Piazza Navonna. Sus habitantes odian la vista de los innumerables yates y la mayor parte de sus edificios están vacíos a la espera de una supuesta fiebre urbanística que parece que nunca llega a Malta. Gracias a Dios.


Vittoriosa aparece engalanada por la proximidad de la fiesta de San Lorenzo, repleta de santos en cada esquina y gigantescos estandartes. La vista que desde cualquiera de las tres ciudades se tiene de La Valeta no es, ni muchísimo menos, tan bella como la que se tiene desde Sliema, y sin embargo es con la que se quedan el 90% de los visitantes de Malta, que llegan en los cruceros, entre la clase de aerobic y la de sevillanas.

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22 septiembre 2008

Plato de metal


Cuando hace unos días saqué las fotos viejas de la caja metálica que hay en el cajón, inevitablemente me llegaron un sinfín de recuerdos, uno detrás de otro.

Hoy sin embargo, cuando he sacado de las oscuras profundidades del armario de la cocina un plato metálico que había allí guardado, recuerdos no, sino todo un trozo del pasado es lo que me ha caído encima.

Y por un momento me ha parecido que el plato todavía olía a aquellas montañas de macarrones y salchichas que nos comíamos cada anochecer delante de la tienda de campaña.

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19 septiembre 2008

Algunas cosas sobre Malta (VI)

La Valeta es la capital de Malta, el lugar más fresco de la isla, una de las capitales más pequeñas de Europa (menos de 10.000 habitantes), y el sitio idóneo para pasear por la noche, cuando se convierte en una ciudad fantasma. Rodeada de mar por tres lados, su entramado de calles perpendiculares suben y bajan como las de San Francisco, se precipitan abruptamente hacia el mar o se dirigen eternas hacia la zona de Floriana, la ciudad que da entrada a La Valeta desde tierra (pero a La Valeta siempre se debe llegar por mar).

El viento salino te recuerda al mar constantemente en sus oscuras esquinas, en sus calles estrechas llenas de escaleras, entre palacios barrocos con enormes balcones medio en ruinas, llenos de ropa tendida, gigantescos miradores de madera desvencijada o recoletas placitas con heladerías.

En la Concatedral, dos cuadros de Caravaggio atraen las hordas de turistas, que inevitablemente comentan que el cuadro de la Decapitación de San Juan Bautista es raro, porque dejó la mitad sin pintar. Los turistas dejan olvidado el Museo Arqueológico y sus fascinantes y orondas diosas neolíticas.

Desde los jardines de Upper Barracca, en La Valeta, se contempla una impactante vista: la del Grand Harbour y las tres ciudades, Vittoriosa, Cospicua y Senglea. Las calles se llenan de repente de gentes que vienen de barcos gigantescos a pasar en la isla un par de horas. Los habitantes saben que los viernes es el día de Costa Cruceros, o los miércoles el de Pullmantur, y perfeccionan su español ante la esperada avalancha. No creo que haya ni un solo maltés que no sepa chapurrear en español que sus templos megalíticos son “más antiguos que las pirámides de Eguipto (con u después de la g), más antiguos que Stonehenge”.


En esos mismos jardines de Upper Barraca se celebra en agosto el Festival del Vino: por unos eurillos de nada puedes probar todos los vinos de las islas y acabar bailando tus canciones preferidas de Eurovisión con algún patrón de yate, dulce marinerito o condesa borracha, mientras echas la pota por la balconada sobre una de las mejores vistas de todo del Mediterráneo. Impagable.

La Valeta, de noche y vacía, con las tiendas y los restaurantes cerrados, con las calles que se pierden hacia el oscuro mar, al fondo, se afianza como uno de esos recuerdos a los que aferrarse cuando ya no quede casi nada.

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17 septiembre 2008

Palabras locas


En el reverso de la factura del teléfono,
con torcidas letras escritas a lápiz,
garabateé improvisando
las palabras que dijo un filósofo
de alguna isla en mares lejanos.
Las leíste en alto
pero no eran para ti.
Te las leí de nuevo
pero no eran para ti.
Y añadiste:
los locos, siempre locos.

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15 septiembre 2008

Algunas cosas sobre Malta (V)

Desde Sliema, además, pero en la zona del Fort Tigne’, se tiene la más hermosa vista de La Valeta, y una de las más hermosas de todo el Mediterráneo, con la enorme cúpula de la Iglesia de los Carmelitas y el campanario de la Iglesia anglicana distribuyendo el espacio como las vasijas, los cardos y los melones de un bodegón de Zurbarán.


Al atardecer, pasear junto al mar en esta zona, viendo los barcos que regresan de sus cruceros a Gozo y Comino, y los fuegos artificiales de las innumerables fiestas patronales de los pueblos de los alrededores (efectivamente, los fuegos artificiales también tienen horario inglés), sentarse en un banco y ver los cristales de los suburbios de La Valeta que reflejan los rayos rojizos... dejémoslo, que me pongo tierno.

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12 septiembre 2008

Mi hogar


El centro del iris del ojo de un pequeño insecto que vive en el interior de una burbuja de agua carbónica.

Un imperceptible rayo de la pálida luz en el panel que controla los circuitos de una central eléctrica.

El núcleo del punto que delimita la frontera de la nada.

Ahí mismo está mi hogar.

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10 septiembre 2008

Algunas cosas sobre Malta (IV)

Sliema es una zona residencial próxima a La Valeta (algo parecido a Calpe, según mi amigo Diego). La zona de Sliema conocida como la Ghar Id-Dud Bay, entre los hoteles Preluna y el Sea Club del Plevna, es una tranquilísima bahía rocosa en la que el sol se oculta demasiado pronto tras los rascacielos cercanos al paseo marítimo que conduce a St. Julian’s (el Benidorm de Malta): a esas horas el mar adquiere un tono azul cobalto atemorizador e inolvidable. Los malteses - casi no hay turistas allí-, acuden a las playas cargados de generadores eléctricos, sacos de carbón, sillas, mesas, barbacoas y todo se impregna de un extraño olor a sal, gasóleo y brochetas. Familias enteras, desde la abuela a los nietos, organizan su particular botellón a la maltesa y el paseo a oscuras por las rocas, sorteando cables, pinchitos y señores barrigones espanzurrados al borde del mar es indescriptible.

Al mar se accede desde unas escaleras herrumbrosas de muchísimos peldaños, aunque si uno sabe aprovechar la ida y venida de las olas, como mucho tendrá que bajar tres para sumergirse en lo que para mí es sin duda lo mejor de Malta: el mar. Siempre el mar.



El mar de Malta es de un color azul cobalto casi siempre, muy oscuro, sorprendentemente oscuro, salvo en determinadas zonas cercanas a la orilla en las que se vuelve de un azul caribeño. Está caliente y limpio, salado, como era de esperar, y cuando uno se sumerge (con tubito y gafas, que a mí lo de la botella no me va), se encuentra con montones de peces que un lego en la materia como yo se considera incapaz de nombrar.

Eso sí: ahora, por las noches, cuando no puedo dormir, pienso en la sombra que un remolino de peces plateados interpone entre el sol y mis gafas de bucear amarillas fluorescentes. Y me calmo.

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08 septiembre 2008

De lejos


Regresamos de lejos
en viaje de vuelta,
dejando atrás
–y en la memoria, tal vez–
los propósitos que esculpió el agua,
los amigos traídos por el viento,
los sueños que cuidó la luna buena.
Y en todo el camino
tu cuerpo recordándome
que seguimos adelante
o dando vueltas
o que nos paramos por un momento
para imaginar que ya no hay nada lejos.

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05 septiembre 2008

Algunas cosas sobre Malta (III)

En Malta uno no tiene que entrar en las Iglesias para estar cerca de Dios: es la iglesia la que sale a las calles sin prejuicios. Todas ellas, al menos en agosto, se llenan de santos sobre púlpitos que imitan mármol en cada esquina, desde las terrazas se cuelgan cintas, borlas, estandartes, oropeles, banderas y todo tipo de lujos baratos (que tampoco es cuestión de arruinarse) para demostrar el poder absoluto e indiscutible que la Iglesia Católica tiene en estas islas, en las que el divorcio o el top-less – para las mujeres, que yo hice top-less todo el tiempo - es ilegal. Imaginad el aborto o los matrimonios entre personas del mismo sexo.

Malta, pese a su tamaño, o precisamente por eso, es uno de los países más densos (el que más, según dicen) de toda Europa. Eso supone que, vista desde arriba, la isla principal y sobre todo la zona de alrededor de La Valeta, aparezca repleta de casas amarillentas (la piedra local es una caliza de un color inolvidable) que se agolpan unas sobre otras, muchas a medio terminar y con esas terrazas planas llenas de cachivaches, bicicletas oxidadas, depósitos de agua herrumbrosos y tendederos de ropa azulada tan frecuentes en el Mediterráneo.


Además Malta ha sido un país clave en la historia del Europa, dada su estratégica posición (Malta es la llave del Mediterráneo), y debido a las condiciones naturales de la península en la que se encuentra La Valeta, flanqueada por dos enormes bahías naturales largas y estrechas y protegidas del mar, una de las cuales ha sido usada como puerto, el Grand Harbour, desde ni se sabe cuando. Así, los malteses se sienten orgullosos de la batalla en la que Europa frenó a los turcos por primera vez (quien sabe si no estaríamos mejor de haberse perdido), o del uso que en la Segunda Guerra Mundial se hizo de la isla contra Hitler, como si fuese un portaviones gigante. Pero todo eso seguro que podéis leerlo en cualquier enciclopedia.

Malta se ha convertido en un destino para estudiar inglés... hasta que los padres lo descubran. Barato, con playas, con fiesta, con sol: nada comparable a esos sórdidos, oscuros y lluviosos veranos que los más afortunados de mi generación pasamos en Dublín o Londres o peor. Riadas de adolescentes deambulan sin ropa junto a las playas al amanecer, de vuelta de St. Julian’s, y se lanzan borrachos desde los riscos, de cabeza al mar rocoso, mientras sus madres los imaginan sentados en un pupitre aprendiendo la lengua del futuro. Bendita inocencia.

Me limitaré a dar algunas recomendaciones sobre Malta, algunas de esas cosas que quizá no vienen en las escasas guías que hay en castellano y otras que sí vienen porque son imprescindibles. Allá vamos.

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03 septiembre 2008

Un puente cualquiera


Comencé a atravesar el puente sin saber lo que buscaba. Me quedé apoyado un rato en la barandilla contemplando el discurrir del agua, el esplendor de los abetos y de las hayas, la solemnidad de las montañas. Me pareció que andaba alguien junto al puente, a la orilla del riachuelo, creí oír unas voces allí cerca. Incluso me pareció ver unas figuras durante un momento, no sé por qué pensé que eran dos pastores, uno de ellos vasco, con su txapela en la cabeza... creo recordar que el otro era rubio, pero no estoy seguro. Me quedé atento y me pareció escucharle algo acerca de unas latas de alubias, lo único que recuerdo con seguridad es que mientras hablaba de comida se notaba que estaba pensando en otra persona.

Era agosto y comenzaba a refrescar, se oían los rebaños de ovejas en las laderas. Acabé de cruzar el puente y se desvanecieron las imágenes y las palabras. Continué el camino sin saber lo que buscaba.

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01 septiembre 2008

Algunas cosas sobre Malta (II)

Pero hay muchas cosas que son incomprensibles en Malta y eso supongo que forma parte de su hecho diferencial (sea eso lo que sea). Como que los hombres lleven calzoncillos debajo del bañador. O que los autobuses sólo tengan una puerta de entrada y salida al mismo tiempo, o que el conductor sea el que decida cuantas personas entran y a dedo, como si fuese un portero de discoteca de la Castellana, o que el pasillo esté constantemente abarrotado de gente que no se sabe si sale o entra, vigilada por los santos (generalmente Jesucristo y la Virgen) que adornan la parte frontal del autobús, que suele ser un modelo inglés de los años cincuenta, junto al conductor, que también suele serlo.

Conductor ante el que uno no sabe si decir buenos días o arrodillarse y pedirle confesión. Porque los conductores de autobuses de Malta, quizá influidos por la magnificencia y el boato que la Iglesia católica hace constar insistentemente, son como sacerdotes, o mejor obispos, de una religión que administran de forma tan arbitraria como los de verdad. Tú pasas, tú sales, tú entras, tú te bajas, porque yo lo valgo. Yo administro, yo perdono, yo condeno.

También sorprende al viajero la cantidad de personas que esperan al sol en las paradas de autobús (porque todas las paradas están al sol, como si hubieran sido diseñadas para el oscuro Liverpool) y que no hacen la menor intención de subir al bus hasta que éste no ha arrancado ya. Tengo la sensación de que son antiguos feligreses que han sido excomulgados por el sacerdote-conductor y que sólo deciden subir cuando éste ya ha vuelto la cabeza y está concentrado no ya en la carretera (de cada minuto de conducción en Malta sólo se miran diez segundos hacia ella) sino en la complicadísima devolución de los céntimos de Euro a los sudorosos e impacientes pasajeros que se agolpan en el pasillo. Eso sí: el conductor siempre gana en las devoluciones, no suele equivocarse en su contra.

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