La taberna del mar: noviembre 2006

29 noviembre 2006

Las huellas de Laetoli

Quiero pararme aquí
delante de este mar de azul violento,
delante de su espuma y sus gaviotas
para reflexionar un rato,
para decirme
que no tengo ya nada que decir,
que las palabras,
de tan gastadas,
me duelen.
Que los versos,
que siempre son los mismos,
se agarran con firmeza en el estómago.
Que me vacío delante de este mar,
delante de un horizonte que un barco
con una enorme chimenea
difumina tras una columna de humo gris.
Que hay una chica que se agarra a una cuerda
y esquía sobre el mar
y, aunque no la veo desde aquí,
sonríe y lleva el pelo brillante de minúsculas gotitas
que no sé ya sin son líquido o aire de agua.
Quiero pararme aquí un momento,
porque no sé si voy por buen camino,
o para certificar que sí lo hago,
porque me gusta reconocerme
en las huellas que he dejado por el camino,
en la arena.
Porque me gusta ver que alguien camina sobre ellas,
como en las huellas de Laetoli.

27 noviembre 2006

Atravesé la puerta


Atravesé la puerta. Quien pase por aquí no regresará, decía la inscripción que había en ella. Y así fue, al otro lado de la puerta estabas tú, y allí me quedé para siempre. Pero no estabas tú solo, encontré más amigos míos, y tus allegados, y nuestros viejos conocidos, y todos los truenos y los soles de mi vida juntos, y también había unos pajarillos volando, huyendo de las cabezas de las estatuas.

No ha sido agradable la estancia, sobre todo desde que me di cuenta de que había perdido la llave, que aquella frase premonitoria era cierta, desde que supe que no tenía escapatoria. Los pájaros descansaron sobre tu cabeza, el rayo cayó en mi interior y fueron desterrados quienes disfrutaban estando en aquel lugar.

Después se impuso la soledad, perdido yo en el laberinto de los árboles. De vez en cuando consigo llegar hasta la puerta, y siempre está cerrada a cal y canto, como cierran las zarzas casi todos los atajos. No era ésta la huerta de mis sueños, no era la puerta del paraíso aquella que crucé. Perdición, locura, huida sin fin, eso es lo que he encontrado.

Ahora, desnudo en la nada, sin encontrar el lugar donde te encuentras, no sé qué hacer, hacia dónde ir, cuándo izarme a un fresno para chillar desde lo alto el último grito que guardo en mis entrañas.

24 noviembre 2006

Una hermosa noche de agosto

Siempre que voy el cementerio me acuerdo de ti. Pusieron tu tumba en un sitio difícil de esquivar: la primera tumba de la derecha, la primera que ves al entrar, la última que ves al salir. Te conocí poco y tarde, pero recuerdo esa noche de agosto en que mi hermana nos presentó y parecía que ninguno de los dos teníamos prisa por volver a casa. Tú con dieciocho años, yo tan sólo uno más, pero ya estaba en Madrid, en la Universidad, y te hablaba de aquellos sitios de la post-movida que hacían iluminar tus ojos violetas: “El Penta”, “La Vía Láctea”, el “Elígeme”, el “San Mateo”. Hasta hicimos planes para que vinieras a visitarnos un fin de semana, o incluso a estudiar a Madrid y compartir nuestro piso en Quevedo (un séptimo interior con una sola ventana).

Unos días después estabas muerto: un absurdo accidente (pero ¿alguno no lo es?) en el que el coche resultó ileso y tú fuiste declarado siniestro total. Y recuerdo tus rizos negros aquella noche eterna, tu sonrisa desarmante, tus golosos labios hinchados, la sensatez esperanzada de tus palabras, tus enormes manos blancas, la iluminada juventud que aquella única noche de agosto se había encarnado en ti. Aun ahora, veinte años después, cuando alguien habla de la juventud es el brillo de tus ojos ilusionados el que entreveo. Nadie ha sido nunca más guapo y más joven que tú aquella noche, nadie lo será jamás.

Unos días después mi hermana descubrió, tan joven, lo dura que puede llegar a ser la vida. Aun recuerdo sus gritos a la vuelta de tu entierro, al descubrir que en su habitación, encima de su cama, estaba el jersey que le dejaste la noche anterior porque en agosto a veces las noches son muy frías y tú eras precavido (y mi hermana una vivalavirgen).

Nunca he dejado flores en tu tumba, pero mi hermana guarda una foto tuya al lado de su cama y muchas veces la miro y te recuerdo tal y como fuiste aquella hermosísima noche de agosto, y me pesa el privilegio de haber sido el destinatario de una de tus escasas noches de juventud, de tus exiguas noches, de tus insuficientes noches. Por eso te dejo una flor hoy aquí, veinte años después.

22 noviembre 2006

Parecido a los dioses

Pérez VillaltaLos creyentes siempre llevan a su lado
un espíritu escondido
que utilizan para que les guíe en la vida.
Admirable la fe, saber especialmente en momentos duros
que tienes compañía en cualquier instante,
que algo inexplicable
hace más
que uno mismo.
Un dios o un conjunto de dioses
dentro el alma
conduciendo las ideas
y creando sueños.
Un ser sin cuerpo, imaginado,
siempre dispuesto a ayudar,
destinatario de silenciosas pláticas
y emisario de consejos fiables.
Objetivo de los pensamientos
y fuente de ellos.
Pero para esto no hace falta
seguir ninguna religión,
cumplir sacramentos
ni leer libros sagrados,
obedecer estrictas reglas
ni hacer penitencia.
Es suficiente tener en la cabeza y en el corazón
una línea a seguir, un camino al que aferrarse,
llevar un compañero imaginario
y dar vida a nuestras intenciones.
¿Pero yo, en cambio, qué es lo que tengo?
Te tengo a ti, que leerás estas palabras,
pues eres parecido a los dioses.

(Imagen: mural de G. Pérez Villalta, en Tarifa)

20 noviembre 2006

En delicadas cumbres


En delicadas cumbres nacaradas
paso intacto las tardes del estío
y sin querer, mirando hacia lo lejos
veo la luz que del futuro habla.

Insólitos placeres denuncian mi deseo,
el penetrante hastío de amoratados lirios
y, cautamente, encojo la cabeza:
el doloroso paso por la vida

Hasta mañana. Como la luz
que se ahoga tras los montes,
en la noche me interno de puntillas,
otra espantosa noche
de dientes rechinados y dolores,
de sábanas mojadas y calientes
en las que tu semilla busca el mar
pero se pierde,
como los ríos de África en la arena.


(Este poema ha sido publicado también en TheSky4YouOrgy, una estupenda página que os recomendamos visitar: hay vida inteligente ahí fuera)

17 noviembre 2006

Alrededor del río

Urumea, Donostia
Una vuelta alrededor del río: cruzar al otro lado por el puente principal, seguir aquella acera hasta encontrar el puente nuevo, atravesar de nuevo el cauce y regresar por esta orilla. Me siento en el pretil, sobre el agua, frente a suntuosos edificios de fines del diecinueve. El agua baja tranquila, al igual que tranquila pasea la gente en la ribera. Antes tenía el aire en contra; ahora, sentado, el viento sur revuelve mis cabellos y trae con él negras nubes, amenazadoras, pero el mismo vendaval se lleva mis propios nubarrones deshaciendo su amenaza. Salen dos chicos de la academia, el tren se acerca por la vía, la bicicleta está apoyada en un banco, los coches corren bajo los tilos, pasa un hombre trajeado tras de mí hablando por teléfono de asuntos laborales.

Entonces se me arremolina alrededor la tristeza de quien sufre de inmensa melancolía, la inquietud del que se hunde por la vacua existencia, la angustia de quien toca tierra derrumbado por las hojas que caen en otoño. El viento se lleva consigo todas las partículas de la atmósfera, todo es transparente, todo tibio y clareado.

En primavera miro el calendario y observo que le salen hojas nuevas, que con cada nuevo día brota una nueva esperanza. Sin embargo, en otoño, veo caer las hojas del calendario como caen las de los árboles, un día más que se agota, un día más que se escapa.

Me levanto del pretil, cojo la bici y pedaleo con fuerza sin poder ahuyentar de la mente las desdichadas palabras de escritores malditos, y continúo el paseo hacia el mar, hasta terminar mi recorrido junto a este puente pretencioso, y no puedo olvidar que tengo la comida lista en casa, que circulo pausado como el agua joven del río, que la vida es transparente como el violento aire otoñal, ni olvido –no puedo hacerlo– que me estás esperando.

15 noviembre 2006

Especie de soneto (sin rima) del cuarto oscuro


Agitarme de amor por las esquinas,
recuperarme luego lentamente,
saborear la luna como un preso
que a su celda regresa enamorado.

Paladear el beso pernicioso
que por azar me das en la penumbra
para después, cuando te vas sediento,
buscar lenguas que oculten tu saliva.

Acariciar mandobles y almenaras,
vislumbrar cien desgarros imposibles
bajo luces de cigarros usados,

retorcerme por delicias vedadas,
reventar de dolores escupidos,
y morir por tu amor envenenado.

13 noviembre 2006

Puntos artificiales


Son éstos, puntos artificiales colocados sobre el plano,
como los fuegos artificiales que ascienden al cielo
en el calor del verano para destrozar la oscuridad nocturna:
sólo me pueden deslumbrar durante un instante.
Puntos originarios, que se encuentran tras recorrer trayectorias rectilíneas,
meta de viajes realizados sobre el papel, la pared o la imaginación,
mientras observo desde la tarima el futuro, vestido de colores,
con el codo izquierdo sobre la mesa,
y con la mano derecha dibujando curvas preciosas
para llegar a los puntos artificiales.
A veces hay que hacer un estudio más detallado en determinados lugares,
para saber si se puede continuar, para seguir adelante,
sin límites, hasta el infinito.

10 noviembre 2006

Los mejores momentos


A veces me río
de que mis mejores recuerdos
sean sin duda los más absurdos,
de que un plato de cochifrito revenido
me haga saltar las lágrimas
o de que una tarde soleada de diciembre
me arrastre hacia otra tarde
que pasamos delante de una tele,
en un sofá de piso de alquiler
oliendo a castañas
y escuchando el ruido de la gente
en la calle mayor de aquel pueblo olvidado.

A veces me río
de un amanecer en aquella cama estrecha
yo con fiebre, quizá de tanta noche,
mientras en la cocina preparabas café.

Qué absurdo,
pensar que los mejores momentos de mi vida
los pasé mirando escaparates
en una calle peatonal de pueblo
o en el interior
(porque a veces llovía)
de oscuras tiendas de electrodomésticos
preguntando el precio de una plancha.

08 noviembre 2006

La parte que quisiera

Txillida Gernika
He citado noches y días,
te cité a ti, y a otros,
he hablado también de mí
y pasaron por aquí nubes,
flores, tormentas y calmas,
piedras ligeras y la robusta luz,
y al igual que las palabras del cantor,
como los sones del poeta
ha quedado siempre el blanco de la página,
sin poder llenarlo, completarlo, vivirlo.
Me han venido a la mente
hermosos recuerdos,
amargas miradas,
hechos olvidados,
pero como el vaso vacío
en espera del vino, así
he dejado los espacios,
en espera del mosto que llevar a la boca.
Porque hay algo en algún lugar
que no he traído hasta aquí,
ansia, tal vez dolor, placer,
la parte
que quisiera tener dentro de mí.

06 noviembre 2006

Una noche de carnaval

Una noche de carnaval,
la mejor de mi vida
en una habitación que daba a un patio oscuro en Alcobendas.
Yo con dieciochos años, la vida por delante.
Sólo en la habitación,
hasta las tres de la mañana oyendo a Astrud Gilberto.
Soñando con futuras noches
de bailes y sorpresas
de amores prohibidos y anónimos
ocultos tras las máscaras.
Y soñé con un chico moreno vestido de jeque árabe
(moreno en febrero, cuando no había rayos uva).

Despierto hasta las tres.
Bailando sin moverme hasta las tres.
Sólo en una habitación que daba a un patio oscuro en Alcobendas.

Han pasado 20 años y conocí al jeque árabe (que era de Leganés).
Y bailé y tuve amores anónimos y otros no tanto.
Y seguí oyendo a Astrud Gilberto en una plaza en Moncloa,
en otro piso en Quevedo (acompañado esta vez),
en un coche en Legazpi,
en una habitación del Palace, suntuosa.

Pero nunca, ninguna como aquella primera noche de carnaval
a mis dieciocho años:
yo solo y el patio oscuro desde el que oía las voces
de los chicos que se preparaban para salir al baile.

03 noviembre 2006

Así caeremos

Baigorri
Todas las duquesas de este mundo
nos regalarán alguna vez la libertad
y no sabremos qué hacer,
dejaremos los viñedos
y nos acercaremos a la ciudad
sin nada
porque aprendimos a vivir la vida en el río ocre
y no en la calle, en casas en cuesta.
Las nuevas obligaciones que conoceremos
son más pesadas que la libertad ganada,
pasaremos de la cárcel de la duquesa
al presidio de las normas de falso respeto,
a la ley de señores invisibles,
seremos obligados a usar nuevas herramientas
que sustituyan a los aperos de labrar la tierra,
sin el amparo de conocimientos ancestrales
sin ganas de nuevas costumbres
caeremos cuesta abajo
entre edificios gigantes
y recordaremos que,
sin que ella lo supiera,
amoldábamos a nuestra conveniencia
los duros preceptos de la duquesa.
Dejaremos los viñedos y los templos de engaño
y caeremos con ellos.

01 noviembre 2006

Desencuentros


Detenidos delante del semáforo,
el hombre admiraba su perfil de griego,
la gallardía de su cuello largo,
la sombra de su nuez gigantesca que ocultaba el crepúsculo.
El muchacho miraba de reojo,
consciente de la admiración del hombre,
elevando aun más su cuello.
El bello atardecer entre los rascacielos
les sorprende,
el humo de los coches deslíe los anaranjados rayos,
y les hace añorar vidas perdidas,
sentados a la sombra de capiteles dóricos,
contemplando las arrasadas naves ardiendo en Salamina,
cuando fueron felices, abrazados.

Y así una tarde y otra,
si alguno se retrasa el otro disimula,
si alguno llega antes se fuma un cigarrillo.
Sólo en el escaparate se miran fijamente.
Porque, al doblar la esquina,
un día el muchacho vuelve la cabeza
para ratificar que el hombre no le mira,
y al día siguiente el hombre hace lo mismo.