La taberna del mar: julio 2006

31 julio 2006

Lugar de paso

(2-5-2006)

Este semestre he conocido de nuevo la vida. A lo largo del tiempo hay ciertos momentos que cambian la vida, que resucitan las ganas de vivir, que dan fin a una época y comienzo a otra. Uno de esos momentos puede ser un instante, o un par de días, o seis meses, medio año para hacer la metamorfosis.

Esta última temporada he conocido la amistad, como si la conociese por primera vez. Mejor dicho, he conocido la amistad más intensamente que nunca. He leído palabras, he visto imágenes, he escuchado melodías que hacen la vida más bella. He sabido que estoy vivo a cada instante y que hay que vivir todos ellos, como si no lo supiera de antes. Que los sueños, sueños son, y que podemos vivir de ellos en cierta medida, que la vida, vida es, y que necesariamente tenemos que beber de ella.

Medio año puede ser toda una vida, pero también el puente entre dos vivencias, un puente largo y hermoso. Un puente que sirve para atravesar un río ancho y huidizo, por el que pase la vía del tren.
Y cuando el tren cruce el río, que el cristal devuelva mi cara en medio del paisaje, sobre el río reflejando el azul del cielo, a contra luz, para recordar siempre los momentos felices que este tránsito me ha dado y para guardar dichoso las lágrimas vertidas.

Este paso tiene un fin, el momento de tocar otra vez tierra ha llegado. ¿Qué habrá al otro lado de esta transformación?

28 julio 2006

Los perros de Pushkar


Pushkar es una pequeña ciudad perdida del desierto del Rajastán famosa por su lago sagrado y la feria de camellos que se celebra en otoño. Sus casas de colores se derraman alrededor del lago verde y espeso, al que se accede por unas escalinatas (los ghats).

Mi primera tarde en Pushkar fue una pequeña decepción: vi lo mismo que había visto ya en Fátima o Lourdes, demasiado negocio y poco espíritu. Sin embargo, a la mañana siguiente, me desperté hacia las cinco con el ruido de los tambores y campanas de los peregrinos que se acercaban a bañarse al lago al amanecer (en julio amanece hacia las cinco de la mañana en La India). Cogí mis chanclas y salí a dar un paseo. Tuve que pasar por encima del chico de la recepción del hotel, que dormitaba en un camastro interrumpiendo el paso hacia la puerta.

- “Walking?”, me preguntó sonriendo.
- “Yes”, respondí en inglés perfecto, como si hubiese nacido en el mismísimo Soho londinense.

Salí a la calle todavía oscura y un perro flaco que también dormitaba entre la basura comenzó a menear el rabo y se acercó a olisquearme. Me dan pánico los perros así que hice con la boca ese sonido que aprendí de pequeño para espantarlos, pero le debió gustar y comenzó a hacerme alegrías y a saltar a mi alrededor. Me acerqué hacia las escaleras y me descalcé (es signo de respeto caminar descalzo cuando se está a menos de 20 metros de lago, más o menos). El lago es muy pequeño y desde mi sitio podía ver de dónde provenía la algarabía de tambores y campanas: justo enfrente, en el ghat principal, un movimiento de saris y ropas anaranjadas anunciaba el próximo baño ritual. No soy experto en hinduismo pero el ritual del baño consiste fundamentalmente en bañarse. A la salida del sol, los dioses bajan al Ganges o al lago sagrado de Pushkar, por lo que meterse en el agua a esa hora conlleva la proximidad a ellos y la posibilidad de obtener su bendición. Justo en ese momento, una vaca enorme decidió sentarse en el sitio en el que yo había dejado mis chanclas, y no tuve el valor de molestarla, y menos tan cerca del lago sagrado, así que comencé a caminar descalzo junto a la orilla para acercarme a la zona de los rituales. A mi perro se le habían unido dos más, que saltaban encantados y comenzaban a mordisquearme los tobillos. Yo continuaba chasqueando la lengua, lo que parecía hechizarles, así que, para la hora en que llegué al ghat principal, llevaba a mi alrededor una docena de perros flacos que movían el rabo y saltaban y jugueteaban entre ellos. La visión de un turista blanco con una camiseta de Brasil, calvo y con gafas, descalzo y rodeado de perros causó una conmoción en el ghat: todo se detuvo, todas las miradas se concentraron en mí. Entonces se me acercó una señora mayor con un sari amarillo y rosa, me inspeccionó detenidamente y, señalándome los pies, comenzó a reír y a tocar las palmas: se había dado cuenta de que tengo dos dedos de los pies pegados, lo que pareció haber interpretado como un signo de buena suerte. Hizo que me sentara, rodeado de mis perros, y comenzaron a acercarse algunos de los bañistas, que no solo contemplaban mis pies sino que los tocaban y mojaban de agua sagrada. Me pintaron un círculo rojo en la frente.

Vi cosas bellísimas aquel día: una mujer embarazada con un sari mojado medio transparente derramaba agua verde sobre su barriga mientras entonaba algo parecido a “ram ram ram”, una anciana inválida recibía desde lo alto de la escalinata el agua del río que sus hijos y nietos le traían arrodillándose ante ella y mojándole con sus labios los pies, la barriga o la cabeza, dos ancianos se ayudaban a bajar los escalones hacia el agua pastosa, se frotaban de jabón mutuamente, se lavaban los dientes, se secaban el pelo apoyándose el uno en el otro...

Cuando el sol ya estaba alto y amarillo en el horizonte decidí volver. La vaca parecía que había decidido marcharse y mis chanclas ya eran libres al fin. Los perros se levantaron tras de mí y me acompañaron hasta la puerta del hotel.

El somnoliento conserje contempló con estupor cómo volvía de mi excursión: con un cortejo de veinte perros, al que se habían unido dos muchachos que tocaban música con una especie de violín, con mi círculo rojo en la frente, la camiseta de Brasil y las chanclas en la mano, el día en que los perros de Pushkar me convirtieron en un dios.

27 julio 2006

Niebla


Estos días
se echa una densa capa de niebla
sobre la ciudad al anochecer.

Tan densa, que la luz artificial
queda reflejada de tal modo
que parece ser de día.

Los pobres pájaros alteran su ritmo vital.

Un mirlo ha estado toda la noche
cantando junto a mi ventana,
con un trinar armonioso y profundo,
en contraste con el silencio nocturno.

No sé por qué razón,
cada vez que lo oía
me acordaba de ti.

25 julio 2006

Beirut


(A Christina y Shadi, mis amigos libaneses, espero poder volver a compartir pronto con vosotros esos pasteles de las afueras de Beirut, esos paseos por Baalbek o una terracita en el puerto de Byblos. Hoy me he bañado con el jabón de jazmín que compré en Trípoli y huelo a vosotros, que tanto habéis perdido tantas veces.
A Maruja Torres)

Beirut

Paseando por la Corniche junto al mar, una vez que terminan las playas exclusivas y privadas, llego a la parte de Beirut que más me gusta: una playa llena de basura y piedras cercana al barrio de Hamra, con carteles que anuncian el peligro de las bombas que pueden permanecer enterradas. Desde lo alto del acantilado los muchachos de Beirut se arrojan hacia el agua brillante dando dos y hasta tres vueltas en el aire. Luego permanecen sumergidos un buen rato, para preocupar innecesariamente a sus amigos, y aparecen finalmente junto a una roca afilada a la que trepan como gatos para iniciar el ascenso hacia el acantilado. Antes de anochecer, una luna enorme aparece entre las ruinas de los rascacielos abandonados tras la última guerra. Los muchachos se siguen lanzando al agua oscura. Bendita la inocencia del que no es consciente de su belleza.

Cuando se pone el sol, estudiantes de la Universidad Americana, soldados que vigilaban un McDonalds vacío, un muchacho que sale de la iglesia maronita y alguno de los chavales que se lanzaban al agua se pierden entre las dunas y los cañaverales de la zona que más me gusta de Beirut, más allá de los carteles que anuncian la presencia de bombas. Desde el paseo marítimo, junto a un carrito donde asan mazorcas de maíz sobre brasas candentes, les veo perderse bajo la luz blanca de la enorme luna.

Quizá hoy, esos mismos muchachos, cuando regresen a casa, comprendan por qué sus padres se sientan en la terraza al atardecer y se cogen de la mano en silencio. Triste el destino de esta hermosa ciudad.

24 julio 2006

Días


Se persiguen los días, unos a otros, en el calendario,
pero cada vez son más cortos de nuevo.
Ahora, en este comienzo de verano,
cuando las eternas jornadas nos regalan su luz, casi sin fin,
notamos que, poco a poco, van acortándose
estos días de gozo, días de playa,
que perdemos varios minutos
al amanecer y en el ocaso,
y la melancolía del horizonte nos recordará
que al pleno verano le quedan menos días,
que tenemos el otoño esperando
y la primavera huida.
No está mal recordar en los días pletóricos,
en este ir y venir circular del tiempo,
que lo mejor es disfrutar de cada estación
sabiendo, en este sofoco, que estaremos ateridos de frío
dentro de pocas lunas, y entonces, como ahora,
soñaremos con lo que en ese momento nos falte.

20 julio 2006

Veinte años de poesía

Veinte años de poesía (1987)

Veinte años de poesía
y ni un solo verso.

Sueños telúricos de anhelos invisibles
y sin saberlo.
Un vómito interior
que anuda la garganta.
Y pienso que quizá siempre he sabido,
porque ha habido muchas noches
de temblores de manos
y sudores
y algún escalofrío me ha recorrido el cuerpo.

Y son ya muchos años de poesía
y ni un solo verso.

Y ha sido un parto suave, casi acuático.
Un gozo, un alivio,
poder respirar de nuevo tras veinte años
bajo el agua,
bajo el fuego.

He derramado litros de sangre y bilis
pero ya escribo versos.

18 julio 2006

El anillo


Pasando la escoba debajo de la mesa, perdido entre las migas de pan, algún objeto se ha movido produciendo sonidos metálicos al saltar, hasta que ha dado contra la pared. Pensando que sería una moneda de céntimo, no le he hecho mucho caso, pero cuando me he vuelto a acercar con la escoba he encontrado un pequeño y viejo anillo, ¿de quién será?

Mi bisabuela guardaba sus pequeños tesoros en una caja del Banco Guipuzcoano antes de empezar la guerra: algunos anillos, broches y pendientes, una cadenita, varias medallas, y cosas así.
Cuando los nacionales estaban a punto de entrar en Donostia, los responsables del banco llevaron todos los objetos custodiados a Bilbao, donde aún estaba vigente la autoridad republicana y la del Gobierno Vasco, y cuando no se sabía quién ganaría la guerra. Antes del traslado, el banco extendió un certificado a cada cliente, donde se detallaban los bienes depositados, para poder realizar el canje cuando fuera oportuno.
Pero cuando los nacionales se acercaron a Bilbao, el banco decidió llevar todas las cajas a la isla de La Rochelle, en Francia, donde estarían mejor protegidas. Al finalizar la guerra y con el régimen franquista vencedor, aquellos bienes que habían ido de un lugar a otro regresaron a Donostia (entonces San Sebastián), pero cuando los clientes quisieron recuperarlos, la nueva autoridad se negó en rotundo. A algunos se lo negó, por lo menos. Basándose en el certificado expedido por el Banco Guipuzcoano, los mandamases de la época tasaron las joyas como quisieron, y dando cuatro perras a sus anteriores dueños por los anillos, broches, pendientes, cadenas y medallas, requisaron todos lo bienes.
A partir de entonces, las joyas que lucían las esposas de los militares franquistas cuando paseaban Avenida arriba y abajo, eran aquellas que habían sido embargadas. Hoy día, están en manos de herederos de lustrosos apellidos.

Me ha contado mi madre que este anillo que he encontrado era de su abuelita, que no lo tenía en custodia porque lo llevaba siempre puesto, al ser el que más le gustaba. Este tesoro salvado habrá estado todos estos años (¡setenta!) bajo algún armario, al igual que quienes se salvaron de aquel túnel, tras estar dando vueltas por el mundo o resistir en el agujero de la dictadura.

16 julio 2006

Otra vez veinte años

Otra vez veinte años (2006)

Me siento como si volviera a tener veinte años, como aquella primera vez en la que te quitaste la chaqueta y corrimos bajo la lluvia, como cuando estuvimos la noche entera en las escaleras de tu piso porque tu hermana llegó sin avisar, como aquella vez que rozaste mis manos al pasarme el litro de cerveza y me susurraste al oído “No, ella sólo es una amiga”, como aquella vez en la que me escribiste una nota en clase tras una noche de borrachera que decía “tenemos que hablar”, como aquella vez en la que me besaste en el metro y nadie se sorprendió (aun guardo el billete), como aquellas veces en las que nos quedábamos tumbados en el césped de la Facultad mirando al sol sin pensar en las clases, como cuando te iba a buscar tras el partido de rugby y los demás te miraban y te decían: "mírale, ahí le tienes". Como cuando te llevé al hospital para que te curaran el corte que te hicieron con los tacos de las botas en la cara y pediste a la médico que me dejaran entrar para que te soplara en la herida, como aquella vez que me abrazaste en tu coche y lloraste como un crío, como cuando me dijiste que tú nunca te enterabas de nada hasta que no te lo decían claramente, y entonces yo te dije que te quería y tú dijiste: “vale, ahora ya está claro”.

14 julio 2006

Rocas de Piran


Como sacada de una imagen mitológica griega es la escena que se puede ver en las rocas de Piran. Allí, los hombres oscurecen sus cuerpos al sol, desnudos. Entre hierbas de formas imposibles, acompañados de lagartijas, un grupo de hombres se reúne por las tardes en la costa de Piran.

En el regazo marino, estimulados por el calor del sol, resguardados por las sombras eventuales de nubes solitarias, esbeltos chicos y hombres macizos acostumbran a estar cada tarde en ese lugar.

Quietos, tumbados o sentados, leyendo, escribiendo o mirando el paisaje, reposan sus cuerpos relajados, disfrutando del paso del tiempo, gozando de la vida tranquila. De vez en cuando, se refrescan en pozas de agua marina, o comen una manzana, vagueando.

Tumbados boca abajo en las toallas, quemando sus hermosos cuerpos o pintando de color dorado sus blancas nalgas. En las toallas boca arriba, enfrentando al cielo sus pechos velludos y firmes, con los pequeños penes humildemente caídos sobre grandes bolas, entre el imperio de muslos poderosos.

Una polla baila en el aire, con ganas de gozar, se pone tiesa, en pie hacia el firmamento. Quiere algo. Tiene ganas inmensas de sentir placer, de ser meneada, de visitar un agujero, una mano. Su dueño se levanta. Por allí cerca, algún otro hace lo mismo.

Los hombres, por tanto, de vez en cuando se incorporan y recorren el terreno pedregoso, se acercan a otras rocas, bajan al mar, pisan la hierba. Por allí pasean pidiendo gozar, ofreciendo gozo, bailando el juego secreto entre los machos.

A veces, dos cuerpos desaparecen en alguna cavidad formada entre las rocas, y ambos cuerpos se juntan. Los sexos de esos dos hombres, dirigidos el uno hacia el otro, se unen. Las dos bocas se ofrecen besos mutuamente, y después, las lenguas lamen las pieles sudadas.

Tienen sus vergas dirigidas a lo alto, firmes, buscando guerra. Los brazos abrazan lo que pueden, las manos tocan y palpan todo lo que alcanzan, hasta que van hacia la zona del sexo, a menear las pollas, con ganas.

En ese mismo momento, la vida bien que merece ser vivida, aunque sólo sea un momento, porque en ese instante estallan impetuosamente todas las fuerzas internas. En ese mismo momento, las rocas se deshacen, el mar se seca, el sol se apaga. Un instante, para saciar dos cuerpos, en los acantilados de Piran, al calor de la tarde, como sacado de una imagen griega.

12 julio 2006

Tardes

Tardes (1992)

Algunas tardes
cuando el sol de septiembre
ilumina las uvas maduras y se cuela
por entre las enormes hojas de la parra,
una felicidad de soledades
resbala hacia la arena y resucita
flores pisoteadas.
Algunas tardes,
pero son sólo algunas,
rumores de cariño arrebatados
atesoran reflujos de marea sorda
y sobreviven entre lazos y espejos
en desvanes de cuarzo iluminados.
Algunas tardes,
casi todas, ya ves,
desde las azoteas,
las sábanas mojadas desprenden
olor a detergente,
y su blancura azul
aletea al viento
y enmudecen las voces apagadas de los patios.
Todas las tardes,
allá al fondo,
la oscuridad simétrica de mis agonías
desciende a las mazmorras del pecado
y se entrega a placeres derretidos
de sombras y desdenes.

10 julio 2006

Espirales de palabras


Repetir líneas que expresan lo imposible es absurdo, porque lo imposible no se resuelve con líneas estériles. Pero muchas veces no hay otro modo de explicar que lo imposible no tiene solución. ¿Se puede hacer alguna otra cosa?

Un buen cognac en una hermosa copa de cristal, para degustar con exquisito aroma que toda la amargura sigue ahí mismo. Caminar contra el frío, con un gorro de lana, para mantener la cabeza templada mientras sufre el cuerpo. Mirar a la gente por la calle, para ver qué mal está repartida la posibilidad de ser feliz.

Escribir palabras, como si fueran a solucionar algo, igual que las operaciones matemáticas resuelven problemas numéricos. Un conjunto de palabras, puestas en el orden preciso, en busca de solución. Hermosas palabras, o feas, mientras esperamos que su totalidad nos libere. Frases redondas, o elípticas, o rectangulares, espirales sin fin puestas a girar: eso es escribir.

Pero repetir líneas que expresan lo imposible es absurdo. Tan vacío como escribir ceros antes de los ceros, tan ingenuo como escribir ceros después de los ceros.

08 julio 2006

Algo profundo


Bien sabe Dios que a veces he intentado escribir algo profundo, me estrujo las meninges e intento desentrañar el complejo misterio de la vida, me pierdo en devaneos filosóficos y tejo complicadas relaciones para, finalmente, atascarme en la urdimbre que sin darme cuenta he tejido a mi alrededor. Entonces comprendo que sería incapaz de hacerlo, porque cuando me siento ante el mar me quedo con la superficie lisa y gris que refleja el cielo encapotado y que, más tarde, al mediodía, resplandece de azul para, cuando se acerca el ocaso, irradiar los reflejos rosados del sol, sin preguntarme nunca qué hay debajo, si es profundo o es sólo un simple charco, si el monstruo está esperando a que me vaya para asomar su joroba triple o, si en el fondo, alguna barca con tres esqueletos de marineros muertos, atados a los palos para no abandonar, hacen resplandecer sus dientes y ondulan su ropa hecha jirones a merced de las corrientes.

Bien sabe Dios que yo me quedo con la belleza de la superficie, que no doy para más, que tengo suficiente, que no paso de ahí, que estoy rendido ante la naturaleza, que nunca conseguiré escribir nada profundo porque no sé bucear. Sólo contemplo extasiado los cambios que la luz del sol y el aire provocan en el agua.

06 julio 2006

Recuerdo de días luminosos y tristes


Recuerdo, este día en el que el calor del sol
me abrasa desde el otro lado del cristal,
recuerdo, este primer día de verano,
aquellas vacaciones de un verano pretérito,
sin ti, las primeras que pasaba sin ti
– no las primeras que pasaba solo, eso no era nuevo,
sino las primeras sin tu amor,
por vez primera solo y perdido en la vida –
cuando la imposibilidad de estar así más tiempo
y la necesidad de ti, me impulsaron a telefonearte.
Tu voz al otro lado, ofreciendo un rayo de amor,
una simple sonrisa extendida por el cable,
¡qué felicidad!
Me preguntaste por el bochorno de aquellos días,
quisiste saber de mí, de mi soledad,
ahuyentando la tristeza de aquellos días luminosos pero tristes.
Mas yo sabía que al regreso no estarías conmigo,
que la felicidad era momentánea, no eterna,
que colgado el teléfono aquel día luminoso pero triste
seguiría pasando las horas,
como las rocas del cabo, inmóvil.
Sabía también que,
al igual que los percebes a las rocas, en las corrientes marinas,
así me había quedado yo, adherido a ti,
zarandeado por las vivencias cotidianas,
ahora hacia aquí, ahora hacia allá.

05 julio 2006

Interludio en la taberna

Sólo esperar, sentados bajo el sol de esta taberna; una ligera brisa nos acaricia el pelo (bueno, te lo acaricia a ti, porque yo ya no tengo) y van llegando palabras, y una barca, desde la lejanía, chapaleando sobre las olas esparce hilos de espuma, esperar, porque sin duda no tenemos ya nada mejor que hacer, contemplar cómo los trozos de madera con clavos oxidados se ahogan en la arena mientras las gaviotas picotean algas medio podridas, esperar, porque quizá ya tenemos más cosas por detrás que delante, porque hemos atesorado dos vidas plenas de emociones y belleza (también ha habido algunas cosas malas, pero pocas, y también de ellas se aprende), esperar que podamos esperar mucho tiempo, todo el tiempo, que no hay otra palabra más bella que esperar.

03 julio 2006

Al final del camino


¿Cuándo terminará esta triste época?
El camino largo y recto no se interrumpe,
sigue adelante, olvidando en manos de los mendigos
los despojos abandonados en su orilla.

El camino no se quiebra nunca y siempre
va hacia allá, hacia el lado oscuro
donde desaparece el sol, a la hermosa costa
donde se insinúa el fin de la tierra.

Mi alma sigue sin detenerse
entre dos márgenes infinitos
a ninguna parte, al lugar sin límites.

Es triste esta época, amigo mío:
aunque el fin del camino se acerca
tú ya no estás, esperándome, allí.