La taberna del mar: septiembre 2009

30 septiembre 2009

Final


Cerraron las ventanas de aquel apartamento
en el que aún se perciben
sus risas y suspiros de acalorada alcoba,
las tardes de limones y vino en el balcón,
¡esos atardeceres!,
la sal en los zapatos,
la arena entre las sábanas,
y un azulado olor a algas en el sofá.

Apagaron las luces,
cerraron los grifos,
comprobaron
que estaba ya cerrada la llave del gas.

En un cajón dejaron dos aletas,
una camisa rota manchada de lambrusco
y dos cajas de condones
que olvidaron (o no).

En la nevera, nada.
Poco en el baño:
un trozo de jabón
y seis maquinillas de afeitar desechables
que compraron la tarde de julio
en que se conocieron.

Salieron al pasillo
y echaron los cerrojos.

Tras la puerta, entre sombras,
dos semanas de gozo,
cincuenta y siete orgasmos
y una noche de insomnio, fiebre y pérdidas.

Ya en la calle,
uno se va hacia el norte,
el otro al sur.
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25 septiembre 2009

Leros


Cuando llegas a Leros, en cuanto te bajas del barco y pones pie en tierra, sabes que éste es el sitio, que aquí tenías que llegar tarde o temprano. En el mismo lugar en donde te ha dejado el trasbordador están los pescadores arreglando sus redes. Una población de calle única junto al mar, con las casas sobre el agua cristalina y los árboles casi en el propio mar. Tranquilidad, excepto en el único bar lleno de jóvenes, y saliendo de la plaza, la carretera que va bordeando la bahía. Hay varios golfos más en Leros, testigos mudos de batallas violentas a lo largo de la historia, tesoros codiciados por distintas civilizaciones. Pero hoy, sobre todo, azul: en las construcciones, en el cielo, en el mar. Aire y aguas transparentes. El placer de descubrir poco a poco la isla conduciendo una pequeña moto. Ensaladas y saganaki. Y unos baños marinos de miedo en las aguas saladas y templadas del Egeo. Aquí es a dónde tenías que llegar, a Leros, enseguida te has dado cuenta de ello.



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18 septiembre 2009

Folégandros (poema/mensaje en botella)


Te tumbaste a mi lado en la piscina.
Sé poco griego
pero en tu brazo
supe leer tu enorme tatuaje:
Folégandros.

Para mí ya Folégandros
no es la isla griega,
no es más el mar azul
ni las casitas cúbicas y blancas,
ni el mármol del Egeo,
es tu brazo blanco,
descolorido,
de eslavo pálido,
es tu bañador blanco,
blanco también,
como todo fue blanco aquella tarde blanca,
tu espalda rubia,
tus ojos azules somnolientos,
el bigotillo rubio que te acaricia el labio
y una tarde de agosto
en la piscina de la Casa de Campo.
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