Final
Cerraron las ventanas de aquel apartamento
en el que aún se perciben
sus risas y suspiros de acalorada alcoba,
las tardes de limones y vino en el balcón,
¡esos atardeceres!,
la sal en los zapatos,
la arena entre las sábanas,
y un azulado olor a algas en el sofá.
Apagaron las luces,
cerraron los grifos,
comprobaron
que estaba ya cerrada la llave del gas.
En un cajón dejaron dos aletas,
una camisa rota manchada de lambrusco
y dos cajas de condones
que olvidaron (o no).
En la nevera, nada.
Poco en el baño:
un trozo de jabón
y seis maquinillas de afeitar desechables
que compraron la tarde de julio
en que se conocieron.
Salieron al pasillo
y echaron los cerrojos.
Tras la puerta, entre sombras,
dos semanas de gozo,
cincuenta y siete orgasmos
y una noche de insomnio, fiebre y pérdidas.
Ya en la calle,
uno se va hacia el norte,
el otro al sur.
en el que aún se perciben
sus risas y suspiros de acalorada alcoba,
las tardes de limones y vino en el balcón,
¡esos atardeceres!,
la sal en los zapatos,
la arena entre las sábanas,
y un azulado olor a algas en el sofá.
Apagaron las luces,
cerraron los grifos,
comprobaron
que estaba ya cerrada la llave del gas.
En un cajón dejaron dos aletas,
una camisa rota manchada de lambrusco
y dos cajas de condones
que olvidaron (o no).
En la nevera, nada.
Poco en el baño:
un trozo de jabón
y seis maquinillas de afeitar desechables
que compraron la tarde de julio
en que se conocieron.
Salieron al pasillo
y echaron los cerrojos.
Tras la puerta, entre sombras,
dos semanas de gozo,
cincuenta y siete orgasmos
y una noche de insomnio, fiebre y pérdidas.
Ya en la calle,
uno se va hacia el norte,
el otro al sur.
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