La taberna del mar: diciembre 2007

21 diciembre 2007

Cambio de año (entretenido)


Y se va, tal vez como vino, tal vez sin darnos cuenta. ¿Fue éste el año? Mil respuestas habrá para esta pregunta según quién sea el que se la plantee. En cualquier caso, aprovechando que para el cambio de año es costumbre tomar unos días de descanso, dejamos la taberna sin servicio, pero a vuestra disposición.
Probablemente tengáis tiempo para sentaros en la barra con un vermouth, o en una mesa junto al ventanal, con un café con leche, y leer y releer lo que escribimos en las paredes a lo largo del año. Nosotros os proponemos una pequeña antología de lo que han dado de sí estos meses, en la siguiente lista.

De Serrano, hemos seleccionado los siguientes:
(si no los recuerdas, haz clic sobre el título)
De Zendoia, estos otros: Además, para que os distraigáis os proponemos un pasatiempos: que escojáis el texto que más os haya gustado de cada uno de los taberneros. Para ello tenéis que pinchar sobre el enlace correspondiente, votar -se puede escoger más de un texto, incluso "otros"-, y volver a la taberna, no os vayáis a perder en los pasillos de la trastienda:

-LO MEJOR DE SERRANO- ------LO MEJOR DE ZENDOIA-

Y cómo no, además de agradeceros vuestra participación, os deseamos unas felices fiestas y un año nuevo mejor, mucho mejor que todos los anteriores. Nos vemos a la vuelta.

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19 diciembre 2007

El arte de los locos 10. Simon Rodia y las torres Watts

Supongo que recordáis la historia del facteur Cheval, que ya contamos hace unos días. La de Simon Rodia es similar: un arquitecto autodidacta que define cumplir su sueño. “Tenía en la mente hacer algo grande, y lo hice”.

Simon era un italiano que había nacido en 1879 cerca de Nápoles, pero cuando tenía quince años emigró a Estados Unidos junto con su hermano. Pero su hermano murió en un accidente en la mina en Pennsylvania y entonces Simon marchó más al oeste. Primero vivió en Seattle (allí se casó y tuvo tres hijos; se casaría dos veces más), luego en Oakland y finalmente en Los Angeles, probablemente buscando el calorcito de su Nápoles natal. Allí pasó la mayor parte de su vida, concretamente en el distrito de Watts.

Entre 1921 y 1954 dedicó su tiempo libre a construir sus torres (a las que llamó “Nuestro Pueblo”, así, en castellano). A los 75 años, nada más terminar su magnífica obra arquitectónica, se marchó de Los Angeles y nunca más volvió a verlas. Murió en 1965.

Las torres se componen de diecisiete estructuras interconectadas, dos de las cuales miden más de treinta metros, y están construidas con tuberías de acero, cables, trozos de porcelana y cristal, somieres, tejas, botellas y conchas marinas, casi todo encontrado en la basura o aportado por los chavales del vecindario. También usó piezas estropeadas de la fábrica de cerámica en la que trabajaba y trozos de cristal de botellas de Seven Up y Canada Dry. O caminaba siguiendo el recorrido del ferrocarril hasta Wilmington, a 32 kilómetros, para buscar trozos de raíles abandonados. Una mezcla de catedral gótica con minarete indio, con bellísimos mosaicos que harían palidecer a Gaudí.

Rodia trabajaba solo y sin plan. Decía que trabajaba solo porque ni siquiera él mismo sabía qué estaba haciendo. Solo, sin protección, con herramientas inadecuadas.

Los vecinos empezaron a mirar con malos ojos a ese señor que tenía fascinados a sus hijos y empezaron los rumores: que si eran antenas para comunicarse con los japoneses, luego con los rusos, que si había un tesoro escondido. Y seguro que alguna otra cosa más grave. Así que empezó el vandalismo. Y Rodia se fue.

El ayuntamiento decidió derribarlas, pero Nicholas King, un actor de segunda, compró la propiedad y empezó el movimiento de oposición al derribo ante la persistencia del ayuntamiento. El test de resistencia al que fueron sometidas resultó positivo (una grúa fue incapaz de moverlas ni un solo milímetro) y ahora las torres están dentro del Registro Nacional de Sitios Históricos.

Poco antes de su muerte y ajeno a los tejemanejes sobre el futuro de sus torres fue invitado al Museo de Arte Moderno de la Universidad de California en Berkeley. Allí explicó sus técnicas constructivas y decorativas y respondió amablemente a todas las preguntas ante un público entregado, que acabó ovacionándole puesto en pie. Las torres de Simon Rodia se han convertido en un símbolo del distrito de Watts y en una de las visitas imprescindibles para los turistas que llegan a Los Angeles.

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17 diciembre 2007

Escenas de la tramoya


Hay diferentes escenas
en los paneles de la tramoya,
cae un lienzo desde arriba
hacia aquí,
empujado suavemente por las cuerdas
mientras suben los contrapesos,
y la imagen del mar azul
se desparrama en el fondo del escenario,
pero enseguida otro panel
sustituye al anterior,
éste llega desde la derecha hasta el centro
y el color rojo de un anochecer
llena el tablado por completo,
y sin tiempo a darme cuenta
otro lienzo llega
desde debajo de la tarima
y el escenario se convierte
en un espacio sin color,
pero de pronto otra imagen
cubre todo desde la izquierda
dejando unas montañas heladas
detrás de la escena,
y allí estoy yo,
entre los cuadros,
entre ilusiones que me llegan
desde arriba, desde abajo, desde los lados,
bajo el mar y al mismo tiempo en tierra.
sólo y entre la multitud,
sin saber qué hacer,
sin poder acertar con mi papel
en esta obra de teatro,
perdido en el tiempo
y aquí para siempre.


(Imagen: Baigneurs, Paul Cézanne, Musée d'Orsay)


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14 diciembre 2007

Premio Marco Polo de Reportajes 2007

Voy a cerrar un poco la puerta para que no entren más locos (de momento), pero es sólo para comunicaros una buena noticia: ¿os acordáis de la lata que os di con Uzbekistán? Pues bien, uno de los relatos de ese viaje, aquel del paseo con Tõlquin por Bujara, ha ganado el Segundo Premio de Reportajes 2007 de Marco Polo. No es el Nobel, pero todo llegará. Os lo dedico a todos los habituales de la taberna. Y a Tõlquin, por supuesto. Hoy barra libre.

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12 diciembre 2007

No hay colores


No hay colores en invierno,
sino mil variantes de grises,
pardos y ocres,
los árboles de hoja caduca desnudos,
la tierra fértil esperando,
capas de niebla que se disipan en el horizonte
difuminan grises claros y más oscuros,
el agua que baja de altos valles, el río,
refleja rayos aislados del cielo
junto a un promontorio
en la planicie donde toma descanso,
la llanura interminable
flanqueada por lejanas cadenas rocosas,
en invierno no hay colores,
los secos rastrojos negruzcos
recuerdan y esperan a la primavera,
y junto a la muralla de la ciudad muerta,
en medio de la grandiosidad ubicua
que aumenta los tonos marrones,
y bajo el cielo de plomo,
una voz conocida aullando,
un grito
que clama
la palabra más estrambótica, ya olvidada:
allí estabas tú también.

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10 diciembre 2007

El arte de los locos 9. David Nebreda y el horror

Hace unos días Manuel Delgado me propuso que dedicara un post a David Nebreda. La inclusión en “El arte de los Locos” de un artista tan cercano tanto en el tiempo como en el espacio me hizo una especial ilusión. El impacto que me produjo la inmersión en su obra fue equiparable al descubrimiento de Witkin, cuando yo andaba perdido en mi mundo adolescente de piscinas y tardes con amigos. Jamás olvidaré la foto de aquel beso que se daban las dos mitades de una cabeza. Y tardaré en olvidar las de Nebreda. Porque la obra de David Nebreda (como la de Witkin) nos enfrenta con el horror en estado puro. Y sin embargo, nos habla sobre la capacidad del ser humano para encontrar belleza en ese horror. Al fin y al cabo, la historia del arte (del religioso especialmente) se encuentra plagada de horrores que llenan nuestros museos y nos asombran, con cristos crucificados, sansebastianes asaeteados, y otros tantos santos, descuartizados, mutilados y despellejados.

Belleza: porque la obra de David Nebreda está llena de una luz mística, de sensualidad y de horror y plenamente integrada en la tradición expresionista del arte español de la Contrarreforma. Con los claroscuros de un Caravaggio y la fisicidad casi palpable de un Bacon.

David Nebreda, nacido en Madrid en 1952, es licenciado en Bellas Artes y sufre de esquizofrenia paranoide desde los diecinueve años. Desde entonces, sin tratamiento, vive recluido en un piso de Madrid cuyo paradero es desconocido (¿quizá sea vecino tuyo?). Sus mutilaciones son reales, sus textos están escritos con sangre o excrementos. Porque David utiliza su cuerpo como cárcel, y se satisface en él a base de tortura. Supongo que alguno de vosotros se habrá estremecido de horror ante las fotos, pero aun así, Nebreda asegura que su vida es mucho peor. Una vida llena de dolor, unas fotos realizadas exclusivamente en dos de las habitaciones de su piso.

he conocido al enemigo de dentro y de fuera. Tengo miedo de seguir utilizando mi sangre, las quemaduras, los azotes, el agotamiento, los clavos. Sólo conservar de mi patrimonio el silencio (…), movimiento, excremento, ritos…”

Aislado del mundo, sin conceder entrevistas, autoinfligiéndose un castigo eterno de quemaduras, golpes y arañazos. Utilizando su propio cuerpo como lienzo y sus secreciones (saliva, sangre, orina, mierda) como pinturas. Solo con sus fantasmas, Nebreda se enfrenta al horror en su estado puro, como un nuevo Coronel Kurtz (¡el horror, ah, el horror!), de una manera valiente y paradójicamente lúcida.

Tras ese encierro, entregó sus fotos a un conocido (¡ay, esos personajes anónimos de los que tanto hemos hablado en esta serie, esas personas con un especial talento para descubrir belleza!) y fueron a parar a manos del galerista Renos Xippas quien le dedicó una exposición en su local de París. Léo Scheer, por su parte, ha publicado dos libros dedicados a Nebreda. Su obra es aún prácticamente desconocida en España, pese a la inclusión en el fascinante libro de Juan Antonio Ramírez, “Corpus solus”, sobre el cuerpo en el arte contemporáneo.

Gracias a Manuel Delgado por el descubrimiento.

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05 diciembre 2007

Una casa bajo el agua


Antes de que Alejandría desapareciera bajo el agua
había en la ciudad un barrio
de gente adinerada
y delante de una casa
dos esfinges adornaban el jardín.
Hoy la casa está en el fondo del mar,
–cayeron las esfinges–
y en ella habita un ser etéreo
en busca de un futuro mejor.
Este ser me ha relatado cómo está la casa,
sumergida en el agua,
cómo las esfinges,
volcadas en el pórtico,
y me ha explicado que puede vivir allí
porque su esencia es etérea.
Todo esto me lo ha contado
esta misma tarde,
a la hora de la siesta,
mientras sobre la ciudad sumergida
surca de vez en cuando,
allá donde se hace la luz,
el casco de algún buque dejando tras de sí
una leve espuma que se desvanece.

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03 diciembre 2007

El arte de los locos 8. Josef Hofer y la obsesión erótica

Si tuviera que elegir a tres pintores en toda la historia del arte (y os puedo asegurar que sería una tremendamente ardua tarea) uno de ellos sería Egon Schiele. No me pidáis que diga quiénes serían los otros dos. Muerto a los veintiocho años, Schiele refleja en la mayor parte de su obra su angustia, su juventud, su obsesión, la voluptuosidad erótica, la figura humana como centro de un espacio vacío, sin referencias, una figura torturada y expresiva. Pero Egon Schiele estaba, como he dicho muchas veces ya “en el lado correcto de la línea”. O en el mismísimo borde, en este caso.

Josef Hofer es un artista outsider autodidacta cuya magistral obra, su estilo, su temática, su vibrante pulsión sexual, está a la altura de la Egon Schiele.


Austriaco, nacido en 1945, nunca fue a la escuela. Era sordomudo y estuvo casi los primeros cuarenta años de su vida aislado en la granja en la que vivía con su familia, sin vínculos sociales de ningún tipo. Su padre era tornero y, a su muerte, Joseph, su madre y un hermano mayor fueron a vivir a casa de una prima, saliendo por fin de su enclaustramiento hasta ser internado en una institución psiquiátrica.

En 1985 (a los cuarenta años) comenzó a dibujar. Esa ha sido su única manera de comunicarse con el mundo exterior. Y a plasmar en esos dibujos sus ansias, sus deseos, sus frustraciones. Son obras que destilan una energía poderosa, una necesidad de expresión que había sido imposible hasta entonces. Joseph Hofer descubre la pintura como quien encuentra un pozo en medio del desierto y se lanza a él con ansia, o como el náufrago que descubre una vela en el horizonte. Unos dibujos de cuerpos desgarradores exclusivamente masculinos consumidos de deseo sexual. Obsesión erótica, tensión sexual, angustiosa soledad. A veces los cuerpos (al contrario que los de Schiele) se encuentran enmarcados por estructuras adinteladas en las que Hofer se tranquiliza, casi una especie de normatividad externa que no hace más que encerrar la libertad con la que luego dibuja los cuerpos masculinos. Como si dijera: “vale, me tenéis aquí encerrado, pero yo soy éste y puedo volar”.

Sueño con el día en que se pueda ver junta la obra del maestro Schiele y la del loco Hofer.

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