Otra vuelta

Ahora –¿pero qué significa ahora, si el tiempo no consigue atrapar nada ni al tercer intento?–, ahora ya no tengo excusas en las libretas hipotéticas ni en los cuadernos virtuales, sino nada más que un miedo escénico a mancillar infructuosamente estas hojas envueltas entre tapas enigmáticas y atadas con arandelas de cuerda y pegadas con cola de encuadernar. Ahora, al igual que en anteriores escenas o que en futuros actos en los que deje la mano fluir a través de las cuartillas, aparece como un milagro en este cristal en el que sólo alcanzo a ver reflejadas las maletas verdes y rojas de otros pasajeros que regresan a casa, como un milagro a través de este vidrio más opaco que transparente, la luna menguante en medio de la negrura de horizontes imperceptibles y el vago recuerdo de un mojito trasnochado. Sigue el fluir de las cosas, de los satélites, de las ruedas sobre los raíles, pero ya estábamos allí entonces, agradecidos, desde la primera intentona, y allí permanecemos, a este lado de los mares y al otro lado de las palabras. Así que vuelvo a sacar mi vieja y pequeña libretilla azul de cartón barato, la que siempre llevo en el bolsillo interior de la chaqueta, y me pongo a garabatear estas letras que circulan solas por los carriles de las hojas, antes de que ningún otro las escriba. Y si me gustan, las pasaré a limpio con buena letra, cuando el tiempo se vuelva a detener un poquito, cuando gire hacia atrás, dé otra pequeña vuelta y yo vuelva a veros como ayer, como ahora.