(hace unos meses puse un texto en prosa basado en el que pongo hoy, porque de nuevo me vuelvo a acordar de mis amigos del Líbano)Beirut (2003)
Desde la roca,
en la parte de Beirut que más me gusta,
los chavales se lanzan a la espuma,
gráciles, jóvenes y sudorosos.
Una gigantesca luna de sangre aparece
tras los edificios bombardeados.
Sólo cuatro o cinco muchachos
que pelean sobre las rocas escurridizas,
cuyos gritos de júbilo desgarran las últimas
luces anaranjadas del sol que ya se pone,
y se lanzan a las aguas oscuras,
como esas pinturas etruscas,
en las que un joven se arroja, desde un trampolín,
al último viaje, al que no tiene retorno.
Entre las olas,
en la parte de Beirut que más me gusta,
aparecen al cabo de un segundo,
el pelo descompuesto,
los dientes amarillos, sonrientes.
No ha sido sin retorno este viaje.
Se lanzan a nadar hacia el poniente,
y a veces casi se pierden,
su cabeza un punto negro delante del sol.
Luego dan media vuelta:
sus amigos les esperan en las rocas,
les ayudan a subir
(de vez en cuando acaban todos en el agua).
Cuando pasan a nuestro lado,
sonríen y nos dicen cosas en su idioma,
a las que saludamos con un “salam” que ellos aprecian.
Por la noche,
en la parte de Beirut que más me gusta,
los cañaverales acarician los primeros reflejos
plateados de una luna gigante,
los carteles que anuncian la presencia de bombas
ya casi no se ven.
Algunos hombres oscuros se adentran
entre los juncos, detrás de uno de los muchachos,
de uno que sonríe de una manera única,
de uno que hará que jamás olviden esa parte de Beirut.
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Etiquetas: poesía, serrano